Por Hugo Cox.- Desde el 18 de octubre pasado, el país está sumido en una crisis que cada día es más profunda y de escenarios más complejos.
No podemos separar la crisis que estalla en octubre de 2019 de la actual crisis sanitaria pues, aunque tienen un origen distinto, son parte de un mismo fenómeno, ya que la pandemia esta última no hizo más que mostrarnos en nuestras propias narices las fracturas sociales presentes en el país y desnudar la pobreza presente, en sus dos dimensiones, la marginalidad y la pobreza escondida.
Nos encontramos con un gobierno errático para enfrentar el momento actual. No supo enfrentar el estallido social que cuestionó la bases del modelo de desarrollo, las profundas desigualdades y los abusos. Y en la crisis sanitaria el Ejecutivo tampoco ha dimensionado en su profundidad sus causas y consecuencias y, por lo tanto, no las ha podido controlar. El guión con el que llegó al gobierno no es viable en las actuales circunstancias, en que incluso los empresarios piden auxilio al mismo Estado del cual han renegado y respecto al cual tienen el postulado permanente de reducirlo y de “sacarle la grasa”.
Hoy el gobierno no tiene conducción de la crisis, no fija un camino coherente y creíble, y por tanto no existe una adhesión a su accionar.
La crisis sanitaria pareciera ser que transformó al “enemigo poderoso” en un “enemigo invencible”. En el camino que se va, pareciera ser que la crisis se puede transformar en una catástrofe política, social, económica y humana, de la que la historia de este país no tiene conocimiento.
El gestionar la crisis social vigente y sanitaria, de las características que conocemos, no es cosa de aficionados, no es una administración gerencial. Debe hacerse con la participación de equipos de salud, antropólogos, sociólogos, en general personas vinculadas a las ciencias sociales. Hoy eso no se ve. Se debe vincular la salida a la crisis con lo colectivo, con la solidaridad en el barrio, todos en torno a un objetivo común, para lo cual se necesitan mensajes claros y coherentes.
La comunicación es una variable de la solución de la crisis para, además, recuperar el barrio y darle sentido a la vida comunitaria, ya que esta crisis tendrá un impacto por muchos años o quizás décadas, en el que habrá una gran caída a nivel personal, familiar, y a nivel país.
Cuesta entender las decisiones políticas tomadas por un gobierno que se ha aislado, que no escucha y que insiste con imponer decisiones que atentan contra el sentido común. Estas crisis se solucionan con un camino claro y participativo, no solo con respiradores artificiales y camas. Debe existir un elemento ético como parámetro de solución, no puede ser la necropolítica el elemento de orientación de la gobernanza.
La actual crisis no comenzó en octubre y tampoco es el resultado del COVID-19, sino que es una crisis, que se venía gestando lentamente y que emerge en 2011 con las manifestaciones estudiantiles, que no tuvieron respuesta esperada. La inequidad no se tocó lo que provoca una desafección que se manifiesta de octubre en adelante. Esta larga crisis puede ser la antesala a la creación de una nueva forma de entender el desarrollo o de relacionarnos.
Aquí radica la creación de una nueva constitución, ya que con la participación de la sociedad en su conjunto se podrán generar las ideas matrices del país que queremos construir, en que el Estado sea capaz de proteger la vida y la salud, apoyar trabajos sostenibles y la creación de riqueza no parasitaria. Se requiere la creación de un nuevo Estado, uno que ayude a la creación de una sociedad solidaria y con un nuevo sentido común, que ayude a construir “La casa de todos”.
Esta va a ser un camino a explorar y así poder salir del conflicto en que nos deja el neoliberalismo.