Por Edgardo Viereck Salinas.- Conocí a Alfredo a inicios de los años noventa y lo primero que me llamó la atención fue su sobriedad. Este rasgo, que en su caso podía llegar a confundirse con cierta timidez, lo desmarcaba de la tendencia imperante en los primeros años del retorno a la democracia, momento en que muchos luchaban por ubicarse en la escena cultural a costa de cualquier cosa y especialmente de llamar la atención.
Pero ese no era el camino de Alfredo. No lo fue en su momento y no lo fue nunca después. Por el contrario, su forma pausada y reflexiva de hacer las cosas, estilo que iba en perfecta armonía con su estampa de andar cansino y hablar modulado coronado por una eterna sonrisa amiga, eran sus armas secretas para conseguir lo que buscaba.
Su proyecto era simple aunque de ningún modo exento de épica. Se trataba de defender al Cine, así con mayúscula, de la fatal ruta que se imponía en un Chile de fin de siglo veinte, que iba dejando a la Cultura relegada a un segundo plano en favor de las urgencias economicistas que marcaron la agenda del país-jaguar de la década de los noventa. Alfredo nunca se dejó abatir por los obstáculos y, lentamente, pero sin descanso, consiguió inaugurar el Festival de Cine Recobrado de Valparaíso en 1997. De ahí en adelante y hasta hoy, el espacio se consolidó como un faro a nivel continental en la tarea del rescate patrimonial del séptimo arte, reuniendo todos los años un puñado de joyas fílmicas en torno a la reflexión pero también avivando proyectos de restauración de películas que merecen ser conservadas y revisitadas por las nuevas generaciones.
Nadie como Alfredo ha tenido tan claro que el Cine no se inventó ayer y que es necesario conectar a los jóvenes con su historia cinematográfica. Fue parte de su afán diario como profesor, crítico de cine e investigador, el recordarnos la importancia de nuestro Patrimonio cultural.
En tiempos de Convención Constituyente necesitamos muchos Alfredo Barria para ayudar a reconstituir a este Chile tan maltrecho y que ha salido tan magullado después de tantos años de soberbia de su clase dirigente y tanta obsecuencia de parte de todas y todos con su propia identidad.
Te necesitamos Alfredo y ojalá que tu energía y tu infinito amor por la Cultura permanezcan por aquí flotando entre nosotros para iluminar el camino que nos queda por delante. Pero una cosa puedes dar por cierta. Estarás en todos los próximos cafés, esos mismos a los que invitabas a diario a conversar a estudiantes, colegas profesores y autoridades. Nos enseñaste a conversar este país de nuevo y por eso, y porque lo hiciste sin estruendo, generosamente y con una sincera amistad es que estas más vivo que nunca.