Por Nora Lustig, Guido Neidhöfer y Mariano Tommasi.- Como resultado de la pandemia de COVID-19, hoy América Latina enfrenta el grave riesgo de que se desbaraten los avances logrados en las últimas décadas en materia de educación. Según la UNICEF, actualmente el 95% de los niños no asiste a la escuela en una región donde la movilidad social producto de la educación ya es baja y donde la igualdad de oportunidades es rara. Pero la generación actual de niños en edad escolar, especialmente en los hogares de bajos ingresos y menos educación, puede tener que enfrentarse al futuro con los escasos niveles educativos vistos por última vez en la década de 1960. Retroceder en el ámbito de la educación no solo es malo para los niños directamente afectados: como resultado de ello, en el futuro América Latina podría experimentar pérdidas en el crecimiento económico y una mayor polarización política.
Si bien las escuelas han cerrado sus puertas a niños de todos los estratos socioeconómicos, la capacidad de ellos para seguir aprendiendo depende de los ingresos y el nivel educativo de sus padres. Al igual que en otras regiones del mundo, los padres con un alto nivel educativo cuentan con un mejor acceso a Internet y a computadoras portátiles, tabletas, etc., así como con los conocimientos y las habilidades no cognitivas para apoyar a sus hijos en sus procesos de educación en el hogar. También tienen los recursos económicos para contratar tutores y aprovechar las mejores opciones en línea para la compra de los materiales de cursos. Por el contrario, a los niños de hogares en que los padres tienen un bajo nivel de educación les puede resultar difícil, si no imposible, continuar su educación en el hogar debido a la falta de equipo adecuado y conectividad. Como ejemplo de esas desigualdades, la cobertura de internet en hogares cuyo jefe tiene un nivel educativo inferior al de secundaria en Bolivia, El Salvador, Honduras y Nicaragua ronda el 30 %, mientras que esa cobertura es superior al 90 % en familias dentro de esos países encabezadas por adultos con un nivel educativo superior al de secundaria.
Los niños de hogares desfavorecidos terminarán con niveles más bajos de aprendizaje y muchos podrían abandonar la escuela por completo. Esto conducirá a una menor movilidad social y a una mayor desigualdad de oportunidades en el futuro. Los gobiernos de la región han implementado una serie de medidas, cuya escala varía significativamente entre países, tales como programas de televisión y radio, documentos impresos, mecanismos de aprendizaje en línea y programas de apoyo a la generación de ingresos.
Pero estas políticas de mitigación simplemente no son suficientes. De acuerdo con proyecciones, basadas en ejercicios de simulación sobre los efectos intergeneracionales de la COVID-19 en América Latina, la probabilidad de que los estudiantes de hoy en día completen la educación secundaria en América Latina pronto podría caer de un promedio regional de 61% a 46%. Este promedio, sin embargo, esconde notables diferencias entre países y grupos socioeconómicos.
Si bien el impacto en las personas de familias altamente educadas apenas se ve afectado, la probabilidad de que las personas con padres de poca educación completen la escuela secundaria es considerablemente menor en la etapa pospandémica, disminuyendo en casi 20 puntos porcentuales, del 52% al 32%. Este bajo nivel educativo de los niños de familias con poca educación había sido reportado en América Latina para los nacidos en la década de 1960. Se estima que el descenso más pronunciado tendrá lugar en Brasil: 32 puntos porcentuales, mientras que el menos dramático será en Uruguay: 9 puntos porcentuales. En Guatemala y Honduras, la probabilidad de que los individuos de familias con menor nivel educativo terminen la escuela secundaria podría incluso caer por debajo del 10%. La brecha en la probabilidad de terminar la escuela secundaria entre los niños de familias con un bajo nivel educativo y los niños de familias con un alto nivel educativo, que ya era alta antes de la pandemia, podría aumentar significativamente.
¿Se puede hacer algo para evitar que esta fuerza desigualadora ejerza sus efectos? Para suavizar el impacto negativo del cierre de escuelas en los niños, los gobiernos están experimentando con formas de reabrirlas que son prudentes desde el punto de vista epidemiológico. La reapertura de las escuelas, sin embargo, no es suficiente en la actualidad ni lo será en el período posterior a la pandemia. Será necesario compensar las pérdidas aumentando tanto la cantidad como la calidad del tiempo de aprendizaje, una vez que se logre controlar la pandemia. Los sistemas escolares deberán contemplar la ampliación de horarios, la implementación de programas de verano y fuera del horario escolar regular y una instrucción más personalizada. También deben orientarse esfuerzos a desarrollar recursos en línea y fuera de línea disponibles gratuitamente y a ampliar la conectividad a las escuelas y otros lugares para que los recursos se puedan descargar sin costo alguno. La atención debe enfocarse en los niños más vulnerables; es decir, los niños de hogares con un bajo nivel educativo, ya que probablemente serán los que hayan perdido más tiempo de lecciones.
Las acciones remediales y las operaciones de rescate requerirán recursos, especialmente recursos financieros. Una recomendación clave es que los gobiernos no recorten el gasto en educación cuando se enfrenten a la inevitable necesidad de controlar los déficits fiscales (déficits que no solo fueron considerados aceptables, sino también alentados durante la pandemia). De hecho, es posible que se tengan que aumentar los recursos fiscales destinados a la educación. El desafío es tan abrumador que también se necesitará ayuda de actores externos al sector estatal. La comunidad filantrópica privada, el sector con fines de lucro y las organizaciones comunitarias, junto con los gobiernos, deberían lanzar una cruzada para evitar que la próxima generación de niños vulnerables se quede atrás.
Nora Lustig es Dra. en Economía de la Universidad de California, Berkeley; Guido Neidhöfer, Dr. en Economía de la Freie Universität Berlin, School of Business and Economics y Mariano Tommasi, Dr. en Economía de la Universidad de Chicago