Por Alex Benítez.- La globalización convierte al mundo en una red de relaciones sociales por la cual circulan en forma fluida símbolos, imágenes, bienes y personas (Castells 1996). Actualmente la mayoría de los bienes y mensajes que se reciben en cada espacio geográfico no han sido producidos dentro de la misma localidad, ni siquiera surgen a partir de relaciones peculiares de producción, tampoco implican signos exclusivos que los vinculen a la comunidad nacional, más bien se trata de señales que indican su pertenencia a sistemas transnacionales desterritorializados (García Canclini 1992, 1995). Así, para los sujetos el proceso de construcción de identidades se encuentra permeado por lo local y lo global, lo nuestro y lo ajeno, constituyéndose entre diversas culturas sin tener muchas veces un anclaje claro en un territorio determinado (Hannerz 1992, 1993).
El resultado de este proceso, dada la posibilidad de expresión en diversos lenguajes y contextos, la facilidad del paso de uno a otro y un escenario en el cual las fronteras culturales se diluyen entre los nuevos pliegues y márgenes producidos por la globalización, son las culturas híbridas o lógicas transculturales (García Canclini 1992). Estos nuevos contextos redefinen identidades; los complejos procesos simultáneos de «globalización» y «localización», denominados bajo los neologismos de «glocalización«(Robertson 1992), «creolización» (Hannerz 1992), «indigenización» (Appadurai 1996), o «hibridez» (García Canclini 1992), buscan señalar la capacidad de agencia y plasticidad cultural de los subalternos para reapropiarse y redefinir en su propio beneficio elementos culturales originalmente foráneos.
Globalización
El mundo ha transitado durante los últimos años por un camino globalizante, a grosso modo, un creciente posicionamiento de procesos económicos, sociales y culturales de carácter mundial sobre aquellos de carácter nacional o regional. Hoy, el cambio en el espacio y tiempo generados por el avance de las comunicaciones y el traspaso de la información, han llevado al fenómeno de la globalización a una expansión que no parece tener limites. Se generan, entonces, transformaciones no solo físicas, si no también de carácter cualitativas con respecto al pasado.
La globalización brinda oportunidades para el desarrollo. Países como Chile, han adecuado las estrategias económicas y sociales en función de las posibilidades que ofrece una mayor incorporación a la economía mundial. Sin embargo, este proceso nació bajo la lógica de progreso constante, lógica que hoy encuentra resistencias, generando inestabilidad en todo el acontecer social. Aparece, también, el riesgo de exclusión para aquellos países que no están preparados para las demandas de competitividad propias del mundo contemporáneo y global, se genera mayor segmentación y marginalidad para aquellas regiones o lugares ya segmentados. Existe sesgo en la globalización de los mercados, crece la movilidad de los capitales, los bienes y los servicios, no obstante, se restringe la movilidad de la mano de obra. Este carácter asimétrico e incompleto se aprecia en la agenda internacional que acompaña a la globalización, en donde se obvia la mencionada movilidad de mano de obra, así como la generación de mecanismos de control que garanticen una adecuada tributación del capital y acuerdos de movilización de recursos.
Para Beck (2006), el desarrollo de la globalización transformo uno de aquellos presupuestos centrales de la primera etapa de la modernidad, es decir, la idea de vivir y actuar en los espacios cerrados y recíprocamente delimitados de los estados nacionales y de su correspondiente sociedad. Así, la globalización sería el proceso en virtud del cual los estados nacionales y su soberanía se ve condicionada transversalmente por actores transnacionales, ya sea, en sus expectativas de poder, en sus orientaciones, identidades y redes. Sumado a esto, lo que vendría a caracterizan a la globalización sería la extensión geográfica y la creciente interacción del comercio internacional, así como también, la conexión global de los mercados financieros y el crecimiento de los grupos industriales transnacionales.
Por tanto, a grosso modo, la globalización puede ser definida como aquel proceso que busca integrar de forma mundial el conocimiento, sin embargo se hace necesario conocer que otras implicancias tiene la globalización; no solo en una forma macro evidente, como puede ser la segregación económica a nivel mundial, sino que también, lo referente al individuo, por tanto, ¿qué ocurre con las personas que viven la globalización? Y, luego, ¿cómo afecta esto a la sociedad? De allí que, dar cuenta de los enfoques político, económico y social, de la globalización nos permite re evaluar los procesos de producción, distribución y consumo de bienes y servicios en el mundo, establecer una nueva categoría de estado y, generar evidencia de los efectos negativos y positivos de la globalización, dada la posibilidad de redimensionar la categoría riesgo personal, local o regional inclusive en colectivo-global o mundial. Así como, por otro lado, revisar la incidencia de la globalización sobre los aspectos culturales y subjetivos nos dará luces de la sociedad en la cual nos desenvolvemos. En ese sentido, para Castells, M. (1996) no basta con que sea internacional o mundial, para ser global debe actuar en tiempo real, generar al unísono todos los procesos. Así, este cambio afecta al individuo en todos sus aspectos, se hace inevitable una repercusión en su forma de comprender la realidad en la cual se desarrolla y por ende, un cambio en la subjetividad social.
Bajo esta lógica, Ulrich Beck (2006) señala los factores que caracterizan a la globalización y que, a la vez, le dan sustento a la misma. Será la revolución permanente de las tecnologías de la información y las comunicaciones, quienes darán movilidad expansiva al proceso de globalización. Por otro lado, la reivindicación de los Derechos Humanos se imponen universalmente, en tanto, el principio de la democracia formal será una caracteriza constante en la sociedad mundial. Además, el flujo de las imágenes de la industria cultural global llenan la subjetivad de las personas en el mundo. La política será cada vez más mundial, inclusive, post internacional y policéntrica; ya que junto a los gobiernos surgen nuevos actores transnacionales. La pobreza se convierte en un problema a escala global, así como también, la destrucción del medio ambiente. Por último, los conflictos transculturales y locales se harán parte de la agenda diaria, pues, como se señalo la globalización ocurre pero, no sin resistencias.
Cultura Hibridas
El proceso de des anclaje del espacio y tiempo (Giddens 1994; Harvey 1990), permite la generación de culturas hibridas, permeadas y mutadas a partir de la absorción selectiva de información y costumbres provenientes de todo el mundo. Así, la noción de espacio y su redefinición genera lógicas cada vez más desterritorializadas. En ese sentido, los casos de dispersión de grupos considerados tradicionales, por lo general con localización delimitada, dan señas de como lo que creíamos sociedades culturales y geográficamente delimitadas se revelan cada vez más estructuralmente móviles y deslocalizadas, hoy en día, por ejemplo, ese hace posible ser aimara en cualquier ciudad del mundo, lejos ya del territorio en el cual ancestralmente este pueblo se desarrollo.
De la misma forma, en la actualidad, los nativos habitan los denominados espacios del anonimato en la sobre modernidad o, si se quiere, “no lugares”(Augé 1993).» Este proceso permite la aparición de nuevas cartografías de la cultura, en donde ya no solo figuran los antiguos criterios geográficos, sino que, producto de la migración internacional, se ha dado lugar a la proliferación de comunidades, si se quiere, transnacionales. Este fenómeno de movilidad poscolonial y posnacional, se suele caracterizar por la nueva experiencia de sujetos migrantes que construyen sus espacios de sociabilidad atravesando las ya obsoletas fronteras nacionales convencionales.
Cuando nos abocamos a la noción de tiempo, reaparece sustancialmente la memoria (Huyssen 2000), puesto que, tangencialmente, esta coexiste y encuentra sustento en la valoración de lo efímero, el rápido ritmo, la fragilidad y transitoriedad de los hechos de la vida. De este modo, las personas, las familias, comunidades y naciones narran sus pasados para sí mismos y para otros. Estos otros, en un mundo global, se encuentran dispuestos a revivir aquellos otros pasados, a escuchar y mirar sus iconos y rastros, a preguntar e indagar. Las memorias de la cultura y culturas de la memoria son transformadas de este modo en una respuesta o reacción al cambio rápido y a una vida sin aparentes raíces. La memoria será entonces un mecanismo cultural para fortalecer el sentido de pertenencia y el anclaje en grupos o comunidades. A menudo, especialmente en el caso de grupos oprimidos, silenciados y discriminados, la referencia a un pasado común permite construir sentimientos de autovaloración y mayor confianza en uno mismo y en el grupo (Yelin 2002).
Ahora bien, aquella redefinición del espacio-tiempo permite la aparición de nuevas comunidades culturales y, a la vez, culturas de la comunidad. Un rasgo común es la cada vez más presente «desterritorilización», suceso que se replica por todo el mundo. Sin embargo, la paradoja se hace evidente, puesto que al mismo tiempo que culturas e identidades se desterritorializan, también se reterritorializan con nuevo vigor. Proceso que ocurre principalmente a través de la reconstrucción de sentidos de «localismo» (Parker 1998) y «localidad» (Appadurai 1996). Nos encontramos, por tanto, frente a una nueva subjetividad, cargada de contradicciones que solo tienen sustento en un mundo globalizado en donde el espacio y tiempo se viven ajenos a cualquier referente pasado, en donde las fronteras aparecen más como delimitaciones geográficas que políticas, informáticas, culturales o económicas y donde, los sujetos, inmersos en el diario vivir modifican su subjetividad desde los mega relatos y paradigmas hacia necesidades de carácter individual y de beneficio propio.
Nunca antes nos estuvimos frente a una situación similar, el avance de las tecnologías nos ha impulsado hacia aun momento determinante para la sociedad. En donde las consecuencias medio ambientales que ha traído la idea moderna del progreso constante, de la mano de una economía capitalista basada en el mercado, nos han llevado a cuestiones universales ¿Cuánto más podemos progresar si agotamos los recursos? Y desde allí, desde esa universalidad propia de la globalización, han surgido un sin número de respuesta que hasta ahora no han cuajado en una sola. Sin embargo hoy en día, entendemos la necesidad de avanzar hacia nuevas y universales formas de conocimiento, formas que permitan entender a la sociedad, no solo en una concepción binaría, si no que, en base a su pluralidad y complejidad. Vemos como la globalización será una constante en el diario vivir de las personas y como esta ejerce cambios en su subjetividad, las fronteras espaciales son eliminadas, así como el tiempo de las comunicaciones es reducido al mínimo, con esto crece la idea de lo inmediato, de la obtención de recursos de forma clientelar, del individuo por sobre la sociedad. Todo lo anterior se contrapone a los megos relatos de la época moderna, ya no se busca la consecución de metas en común y a futuro, sino que se vive en el presente y se busca la auto satisfacción de un sin número de necesidades impuesta por el mercado, no obstante, parecer ser que nuevamente, frente a la incertidumbre, ya no del funcionamiento del mundo, sino que frente a la incertidumbre de la propia vida las antiguas formas religiosas reaparecen para llenar aquellos espacios que la ciencia llena de racionalidad no logra llenar.
Sin duda la globalización avanza, los no lugares dan cuenta de ello; espacios construidos para el tránsito, en los cuales vivimos gran parte del tiempo pero que, no consideramos como lugares de interacción. Pasamos horas en el trasporte público, pero no prestamos atención alguna a las demás personas allí reunidas, solo lo consideramos como un lugar de tránsito y deseamos salir de allí lo antes posible, no logramos ser conscientes del reemplazo de los antiguos espacio comunes por estos nuevos lugares, ya que nos encontramos constantemente apresurados. Todo esto repercute en nuestra subjetividad, nos encontramos cada vez más solos en un mar de personas y añoramos viejas usanzas, el saludo cotidiano se ha perdido. Comprender lo anterior, es parte de comprender el contexto en el que nos encontramos, así como la globalización existe y avanza, se hace necesario entender la postmodernidad como algo real que existe e incide en nuestras vidas y llena gran parte de ellas con un halito de individuo y soledad. Tomar esta idea de las viejas costumbres y volver sobre el desarrollo y hacia el nuevo planteamiento de metas, es quizá una forma que nos permitirá afrontar de mejor forma el futuro del planeta, hoy en necesario detenernos para preguntarnos, ¿hacia a donde avanzamos? o siquiera, ¿seguimos avanzando?. U na nueva subjetividad, que de espacio al individuo global pero que a la vez asiente esperados morales puede ser un cable a tierra que aglutine el avance inminente de las tecnologías con una moralidad basada ya no en el progreso constante, sino quizá en el buen vivir.
La globalización es parte de nuestra realidad, así como el desencanto del desarrollo moderno. Comprender esto, es necesario si deseamos dar cuenta de los cambios en la subjetividad de la sociedad, como hemos visto, el individuo actual se encuentra enmarcado en un contexto global de inmediatez, en donde cualquier cosa que requiere la puede comprar en el mercado. Esta situación trae detrás el crecimiento de brechas de segregación en el mundo, en donde los enriquecidos se seguirán enriqueciendo y lo pobres, a la vez seguirán siendo pobres. Se requiere entonces, nuevas morales comunes en las personas, se requiere dejar de lado la idea del progreso continuo y del mercado como posibilitador de todo, es necesario comprender que el mundo es un sistema, hasta ahora, cerrado y que no podemos escapar de él una vez hallamos agotado sus recursos, de allí que recuperar la confianza en el otro sea un camino real a la hora de enfrentarnos al futuro.
El cambio en nuestra subjetividad debe provenir de esta base, de aquella en donde el progreso puede ser infinito, pero que requiere primero, establecer qué tipo de progreso queremos; si aquel que viene dado por la acumulación de recursos individuales o aquel que viene dado por una idea de equidad global, de progreso común y mutuo, un progreso solidario que no deja de lado a nadie, con tecnología que incluye y elimina brechas y no al contrario. Es necesario hoy una nueva vieja subjetividad, de aquí que des construir al sujeto nos sirva, para hacerlo social nuevamente, el sujeto es un ser social y debe volver a ser parte de su subjetividad la idea de lo colectivo y que mejor ejemplo es el del tótem aquel ente subjetivo cultural que separaba la espiritualidad de lo terrenal, un tótem que nos señale como el individuo del futuro, el cual es colectivo en lo cívico y individuo para desarrollarse con plena libertad.
El estudio de la subjetividad y de esa subjetivad asociada a lo post moderno es, sin lugar a dudas, un campo que debe interesar a la sociología, entender cómo perciben las personas su contexto, sus relaciones, su lugar en la historia, etc., y como a partir de la subjetividad se generan respuestas al campo de la vida diaria es una fuente de conocimiento que permite establecer nexos con el futuro, con lo social, lo político y lo económico. La cultura, a su vez, nos permite instaurar ideas de sociedad y bien común, ideas que potencien los desarrollos actuales a partir de las limitaciones y posibilidades del hoy, ya no obviando que la naturaleza se agota, sino que hacia un progreso sustentable en el tiempo, que nos guie hacia la prosperidad, pero no de cualquier forma, si no que en forma responsable, socialmente, ambientalmente y económicamente.
Alex Benítez es estudiante de Sociología de la Universidad Mayor