Por Hugo Cox.- El país se encuentra próximo a iniciar una nueva etapa política, que se enmarca en dos pilares: por una parte, un nuevo Ejecutivo en la dirección del Estado; y por otra, se encuentra la elaboración de la Constitución que regirá los destinos de la nación y regulará el accionar del Estado.
La sociedad chilena ha sufrido últimamente una serie de hechos, que incluyen desde una oleada migratoria inorgánica, conflictos sociales y económicos no resueltos, hechos de delincuencia, hasta narcotráfico y problemas étnicos de larga data; y que han coincidido con una crisis de eficiencia y legitimidad de un sistema político que ha sido incapaz de comprender los distintos problemas que se presentan, producto de una inadecuada concepción de la política.
Hoy, en las actuales condiciones, es esencial un retorno a lo político. En sociedades cada vez más abiertas, como la nuestra, es muy peligroso luchar para alcanzar la unanimidad, ya que pone en jaque la esencia misma de lo político, porque se debe distinguir entre lo permanente y lo temporal y la temporalidad es una variable que no se analiza en profundidad. Al ver la composición del Congreso que asumirá en marzo, se refleja en él lo diverso de la sociedad y cómo los discursos individuales y parciales son asumidos por quienes los emiten como universales. Frente a este cuadro es necesaria la cautela.
Estamos frente al pluralismo, que es una situación de alta complejidad. Como señala Chantal Mouffe: “Éste no puede ser considerado en términos de sujetos ya existentes y restringido a sus concepciones del bien; debemos prestar atención al proceso mismo de constitución de los sujetos del pluralismo”.
En la formación de las pluralidades está la cuestión importante, porque es ahí donde la política actual no ha logrado entender las limitaciones. Dicho lo anterior, la comprensión de la nueva realidad pasa por la ampliación de la esfera de lo político, en el acuerdo en torno a programas realizables (no maximalistas) que permita la eficiencia y la eficacia.
Los avances logrados con tanto esfuerzo pueden malograrse por interpretaciones erróneas de los hechos históricos y asignar valores a variables que son esencialmente temporales, y no entender lo que realmente es lo permanente en el decurso de la historia.
Un elemento que hay que tener presente es que a nivel occidental -y en Chile es notorio- hay una crisis del imaginario, que emerge con la Revolución Francesa, con nuevas exigencias que tanto la izquierda como la socialdemocracia se han revelado incapaces de abordar.
Se debe comprender que la discusión de lo postmoderno se había dado en el ámbito de la cultura. Hoy también se ha dado en la política. Basta ver la composición de la convención constitucional y el nuevo parlamento, como dos ejemplos de diversidad y discursos que no conversan, y con culturas de nicho; no hay grandes relatos propios de la modernidad, y se asiste a un debate con un conjunto simplista de ideas que se transforman en estériles para avanzar a acuerdos mínimos (pensamiento complejo Edgar Morin), esto es, interconectar las diferentes dimensiones de la realidad compleja en que nos encontramos
En síntesis, Chile entra en una nueva fase de la política y de lo político en que, por un lado, está la discusión del universalismo que nace en la Ilustración y, por otro, las nuevas luchas que renuncian a toda pretensión de universalidad. La actividad política será la exploración constante de estos dos mundos que trabajan en forma paralela.
Apelar a la tradición histórica es desarticular y articular los elementos característicos de las practicas hegemónicas (Gramsci). Este puede ser un camino a recorrer en tiempos de un cambio epocal.