Por Juan Medina Torres.- Cuenta la historia que a principios del siglo XVII existía en Chile una familia que, por sus riquezas y relaciones, ejercía una gran influencia económica y social. Los hechos heroicos de sus integrantes, sus pendencias y hasta sus crímenes los hicieron famosos y poderosos.
El fundador de esta familia fue Pedro de Lisperguer, nombre españolizado de un alemán que provenía de Worms. Llegó a Chile en 1557 junto con don García Hurtado de Mendoza. En Santiago se casó con la hija de Bartolomé Flores, otro alemán que llegó con Pedro de Valdivia, y que en esa época era uno de los vecinos más de Santiago
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Uno de los hijos de esta familia Juan Rodulfo de Lisperguer adquirió gran renombre y se hizo muy amigo del Gobernador Alonso de Ribera. Pero luego, esa amistad se rompió y Ribera acusó a Lisperguer de un delito “muy digno de pena capital y ejemplar castigo”, sin especificar de qué se trataba.
El altivo capitán Lisperguer fue detenido y sometido a juicio por el licenciado Viscarra, que ejercía las funciones de Teniente de Gobernador. El prestigio, la riqueza y los contactos con el clero de la familia Lisperguer no lo salvaron del proceso, pero sí le permitieron fugarse a la Argentina en los primeros meses de 1604, eludiendo así la justicia.
Indudablemente, lo acontecido no dejó contento al Gobernador, quien a mediados de 1604 decretó la prisión de María y Catalina Lisperguer, las hermanas del fugitivo, sin especificar el delito de estas dos señoras.
En los medios sociales más respetables de la época se contaba que ambas habían intentado envenenar al Gobernador, poniendo, en el agua que bebía, ciertas yerbas proporcionadas por un indio, al que luego mataron para que no las denunciara. Además, se decía que estas hermanas tenían pacto con el diablo y habían cometido otros crímenes.
Sabiendo que serían detenidas, una se asiló en el convento de San Agustín; y la otra, en el convento de Santo Domingo. Posteriormente una de ellas se trasladó al convento de La Merced. Pese a todos los esfuerzos e investigaciones que hicieron los soldados del Gobernador, no pudieron encontrarlas.
Así pues, a pesar de los crímenes de que se les acusaba, las dos mujeres lograron burlar, con el favor del clero, la autoridad del Gobernador, al igual que su famoso hermano.
Catalina Lisperguer, posteriormente se casó con Gonzalo de los Ríos, heredero de las tierras de La Ligua y Longotoma. De esta unión nació en 1604, Catalina de los Ríos y Lisperguer, la temida “Quintrala”.