Por Fidel Améstica.- En esta tercera parte, continúa la conversación con el cantautor Payo Grondona, en 2002.
―Sería como el Payo Grondona. El payo no quiere ser cantautor, ni trovador…
―Quiero hacer canciones, yo hago canciones. Que me llamo así es un delito. Todos me dicen Payo y creen que yo «payo», y como están de moda los payadores, ah, «este paya». Yo me llamo Payo, pero no payo… Ah, no, no puede ser. ¿Y este disco es de muchas payas? No, ninguna. Cuando tú no sabes… Es como las casas de Valparaíso. Cuando tú entras a una casa de Valparaíso, entras por el comedor y no por el «living». Y si se entra a mi casa, se entra al dormitorio; entonces, dicen que está todo patas pa’ arriba, y no, los que entraron están patas pa’ arriba, la casa está bien hecha. Eso es.
―Sería un buen título para la entrevista: «Payo que no paya».
―Yo no payo por una cosa muy fácil. Me sabía todas mis canciones, pero cuando volví a escena se me ocurrió tener el atril con los textos, y así tener el orden, y también un poquito para mantener una cortina y no emocionarse tanto con todos estos reencuentros. Y se me empezaron a olvidar las letras, y como tengo como cien canciones, que son pocas digamos (en cuarenta años de hacer cien canciones es una cagada), están todas grabadas, que el público reconozca diez, no sé poh, pero igual compraron todos el disco. Las pongo ahí y se me van olvidando. Lo que tiene el payador es que debe tener una memoria prodigiosa, de elefante, y yo no tengo esa memoria.
―Eduardo Peralta paya…
―Pero el Peralta tiene memoria de elefante pa’ eso. No creái que improvisan todo, ellos, todos, tienen una tecla que la hacen funcionar, tienen las cartas marcadas, lo que es así y no le resta mérito para nada. Así es nomás. Hacen clic y funciona la cuestión, y para eso hay que tener memoria, y yo no tengo memoria, o sea, para las canciones, para lo demás, tengo. Y, como todos los caballeros, tampoco tengo.
―¿Eres nostálgico?
―Yo creo que lo normal. Hay gente que es nostálgica, pero de cachureo. Ponte tú: «Aquí tengo la corbata que usé el primer día de clases», que las tienen en el desván guardadas, en un baúl, como en las películas gringas, todas las cosas cuando era tal edad. Eso es ya ser cachurero, o coleccionista. Eso es ser nostálgico también, depende de lo que es. Por ejemplo, mi hermano junta latas de cerveza, y tiene no sé cuántas latas. ¿Pa’ qué? Si no las mira, nadie sabe, no las clasifica. O los que juntan fotos. Yo de repente, para un disco, para una carátula, lo que junté fueron las fotos carné, para hacer una secuencia, que era muy entretenida por lo demás, pero eso no quiere decir que me ponga a guardar las fotos así con la nostalgia, que es como un refrito, está en la mezcla de cachureo y refrito.
Tampoco la nostalgia de «todo tiempo pasado fue mejor», que «qué malo que Playa Ancha esté así porque en mis tiempos patatín patatán». En mis tiempos se permitió hacer un colegio en un jardín, o sea, en una plaza. Si todavía, hasta el día de hoy, existiera ese jardín, el Jardín San Pedro al lado del Regimiento Maipo, si ahora se le ocurriera al Ministerio de Vivienda o de Educación hacer una escuela en el Jardín San Pedro… se lo llevan preso poh, huevón. Es lo mismo que los gallos: «No queremos una cárcel en Limache», y los otros: «No queremos un basurero en Melipilla». Antes esas cuestiones eran naturales, y eso es parte de los nostálgicos. «En mis tiempos caminaba por la calle no sé cuantito y nadie cogoteaba…». En mis tiempos salía en la renoleta y salía por Providencia y al llegar a Carmen, al cerro, doblaba a mano izquierda y llegaba a la Peña de los Parra, y ahora no me puedo meter por Carmen para abajo viniendo desde Providencia. Entonces, qué voy a decir, «Oh, en aquellos tiempos…». Esas nostalgias son como las frustraciones o las fantasías sexuales no consumadas.
Hay una canción por ahí, «Asuntito pendiente», que a mí me ha pasado, pues me he encontrado con expololas o lo que fuese de época juvenil, y como en aquellos tiempos el máximo atraque era ponerle una mano en el sostén, ¡en el sostén!, ni siquiera meterla por ahí ―ahora no, moteles, revolcarse, a la casa de ella, nada de huevadas y listo, salís del empacho, mucho gusto conocerte, nos demoramos un poco, pero bueno, qué sé yo, y tan amigos como antes, y vamos a la otra―.
―Tus canciones hablan de la ciudad y esta con el tiempo ha ido cambiando…
―Pero uno también puede cambiar. En ese disco (Playa Ancha 1945) hay una canción que se llama «La Plaza Echaurren», que fue grabada en el año 2000. Yo le hice unas correcciones, pero esa canción es del año 64, por ahí, y en ritmo de polca. Si uno pasa por la Plaza Echaurren es lo mismo, exactamente lo mismo. Pa’ desgracia de la Plaza Echaurren, es el barrio (¿otro pucho?)… Las cosas cambian y uno tiene que dejar que cambien… Y si se acabó El Bosco, ya, se acabó El Bosco nomás…
Cuando volví me encontré con varios políticos clandestinos en El Bosco, qué más público que eso, porque a la CNI jamás se le hubiera pasado por la cabeza que en un lugar tan público iban a estar reunidos estos gallos. ¡Lógico! Ese es el chiste. Guardé la boleta, me acuerdo que costó ochocientos pesos, pero se me perdió. Eso, por ejemplo, habría guardado, porque por último es un documento, con fecha, con el menú, con todas las cuestiones. Pero eso de «Te acuerdas qué lindo era esto…». Nooooo. Ya pasó la vieja, pero que pase pa’ mejor, no pa’ peor.
―Ojalá… Otra cosa que me llama la atención es que tus canciones aparentemente hablan de cosas como si no estuvieran hablando de nada, como que las cosas no quieren significar nada más que lo que son, y hay cierto candor en eso, y me gusta. Pero también veo que detrás de ese candor o indiferencia hay un alma violentada. ¿Es tan así, o son huevadas mías nomás?
―Al principio se me criticaba que yo no cantaba, sino que conversaba. Yo no soy barítono… No, sí creo que soy barítono, y tengo el mismo registro de siempre. Una vez me dijeron que era voz natural e impostada. Pasa que el fraseo, como era muy nuevito yo, era un fraseo muy timorato, y eso aparecía como poco melódico, muy poco melódico, casi conversado y aburrido. Si la cosa era poco menos que todos debíamos ser Caruso pa’ cantar, o Los Cuatro Ases. Y eso se reflejaba en los textos. Con el tiempo los textos ya son más elaborados, hay más rimas, hay palabras que trato no se repitan en la canción, hay toda una cosa de pulirlo. Nada está al azar. Hay más melodías y por supuesto que hay más guitarra. Yo toco muy bien los rasgueos, cuanta cuestión me pongan por delante. Después empecé a ser más elaborado y luego me dije «pa’ qué trabajar tanto, mejor toco con tres dedos». Hay canciones que tienen tres dedos en el acorde y suena bien.
En cuanto a esa posible nebulosa que queda ahí, yo digo que ninguna canción queda ahí, porque por ejemplo en el primer disco viene «El crimen del cerro Barón», que el texto es de un poeta, bueno, en realidad no era poeta, era uno de estos de las bandas de chino de Horcón, un alférez. Después he estado repitiendo las temáticas. En otro disco está «Navarrete y Farías», que también es sacado del diario, que es la historia de dos curaos en que uno mata al otro porque lo hiciste tomar, y después está esta nueva que también es sacada de ahí mismo que es «El curioso». Hay como varias vetas, está la veta de los amigos, la veta del romance, he hecho cuatro canciones de amor, «La Brujita», «Yo no sé decir adiós, amor», «Hubo un momento en que la voz», «Cuarentón» es el más romántico de todos, nadie lo entendió, pero no importa. Hay una canción que es sobre la pareja que se llama «Dispareja», que usa todas las palabras de un comentarista deportivo. Nadie la cacha, porque la gente que no quiere escuchar no oye. Como que te quedan dando vuelta, que pa’ dónde va esa micro. Son diferentes vetas que he mantenido. Lo melódico es lo que más he ido rescatando, hay melodías un poquito más bonitas que las primeras, creo yo.
―¿Cómo haces tus melodías?
―Así nomás, por oreja. Donde cae el dedo, ahí empiezo. Donde cae el acorde, de ahí parto. Después viene el ritmo, qué sé yo. Y si me queda baja, le pongo el cejillo, o le cambio los acordes. Pero la prueba máxima, y con esto termino, la prueba máxima es cuando la canto en público. Si me aburro, no la canto más, no la canto más, ¡pum, pa’ fuera! A la bodega. Entonces, después puedo ir a la bodega y decir «Ah, aquí tengo una melodía más o menos, tengo una letra más o menos», y la trabajo de nuevo. Tengo canciones que las he estrenado y me han aburrido, y no las he cantado más. Después reutilizo, haciendo un Frankenstein de la bodega.
―Después Frankenstein le pide cuentas al creador…
―¡Claaaaro! Pero ahí yo veo y queda bueno. Obvio, o si no, ¿cómo?
―Qué palabras tienes para Alarcón, Víctor Jara, la Violeta, Pato Manns.
―Es que éramos todos tan normales. Éramos «Hola, quiubo, cómo te fue», «Esta canción… Sí, te queda», una discusión por aquí, por allá. Era una relación muy normal. Ahora uno dice yo estuve en la casa de fulanito, él en la mía, ¡aaah, no te puedo creer! Puta, si era normal. ¡Cómo no iba a tomar té con uno o a agarrarme a putiás con la otra!, ¡cómo no iba a pinchar con esta! Era normal, totalmente normal.
―¿Es verdad que la Violeta te dijo que no servías para cantar?
―La Violeta estuvo en la peña de nosotros por acá más o menos el año 65, vino a cantar y nos juntamos con ella y conversamos, y ella hizo un análisis crítico del elenco. A Osvaldo, que tenía muy poco volumen ―acuérdate de que cantábamos sin micrófono y con una pata en la silla, parado y con corbata (ahora cantan con chalinas, y con bototos. Nosotros no: de punta en blanco, como si fuéramos a la matiné del día domingo poco menos)―. Al Gitano le dijo «tú tienes que ir a la playa y ejercitarte con unas piedras, y acostado, a cantar, pa’ que tengas volumen». Y a mí me miró, me dijo: «Yo no sé qué hace el Payo Grondona en el folclor». Yo había cantado «La conversada», «Me diste mal la dirección», «La muerte de mi hermano», y claro: no pegaba ni con la mejor buena voluntad. Esa frase se hizo famosa y todos nos reímos, y hasta el día de hoy uno se ríe. Después nos peleamos por mal genio: «¡Qué tenís que meterte, vieja c…!». Cáchate, veinte años… todo el mundo por delante y yo diciéndole vieja a una de cuarenta y ocho, y ahora tengo cincuenta y nueve, y soy más que viejo. Pero era una relación normal. Y la Violeta estuvo cantando en enero con nosotros en la peña de Viña y se mató a comienzos de febrero. Hay más historias, pero son intimidades. Como dicen en la farándula: «De mi vida privada no hablo».
―¿Tú cocinas?
―Sí.
―¿Y qué te gusta cocinar?
―De todo lo que pueda. Invento. Ahora estoy dedicado a la sopa de verduras, o sea: sopa de verduras. Unos tres zapallos italianos, se cuecen, se echa uno de estos cubitos de carne o de lo que sea, después se hace en la juguera una sopa cotota, una crema. Aprendí a cocinar fideos, carne, me gusta la carne de caballo, y ahora me estoy reencontrando con el pavo.
―¿Había algún problema con él?
―Sí: no le encontraba gusto a nada, pero descubrí que se puede cocer, se conserva el caldo, se dora en la parrilla y queda cototo. Un poquito de sal y orégano.
―Lo puedes escalfar en cerveza.
―No. Lo más natural posible. Y la salsa de tomate: de tomate. Aceite de oliva, salvia.
―Hace poco me decías que estabas de guardaespaldas de tu madre.
―Vino enferma con mi hermano del sur y quedó acá sola, mi hermano se fue hace dos meses. Yo vengo, hago las compras y discutimos cuál es el menú, etc.
―Pero tú cocinas…
―Cocinamos a medias. No me deja a veces, porque hago cosas muy raras. Además que los hombres no cocinan… Ni sé hacer la cama… Es antigua… No es que sea vieja, es antigua.
―De tus amores, ¿hay alguna mujer que esté presente en tus ratos de silencio?
―Es que en todos los romances más de dos semanas juntos es matrimonio. Me he ido superando. Partí con cuatro años, después fueron seis, luego diez… Y bueno: hemos quedado siempre amigo de ella, y como vive en Santiago… Hay una que vive en Buenos Aires, y cuando viene yo soy el… anfitrión.
―Caballero…
―¡Caballero! Le llevo el desayuno después.
―Antes de terminar, ¿quieres decir algo?
―Espero que haya grabado.
―Sí. Grabó.
―Bien por ti entonces.
―Te agradezco el tiempo…
―No, el tiempo está bonito.
Si quieren almorzar barato, en el pasaje Cousiño, aunque ahí no se puede estacionar, hay un boliche que se llama «El sin nombre», mil quinientos pesos el menú. Los lunes hay ajiaco y de segundo, fideítos con salsa; los martes, porotos y bisté con ensalada; los miércoles, cazuela, y de segundo, pescado frito con ensalada; los jueves hay carbonada y de segundo, corderito; los viernes, guatitas…
―Y decís que tenís mala memoria…
―Es que ya llevo como cuatro años yendo a esa huevá…