Por Juan Medina Torres.- Se sabe que la contrarreforma iniciada por el Papa Paulo III en el siglo XVI, surgió como la respuesta de la Iglesia Católica a la Reforma Protestante iniciada por Martín Lutero y uno de sus objetivos era la evangelización de los pueblos recién conquistados de América y Asia.
En esta tarea se destacaron el emperador Carlos V y sus descendientes, quienes lucharon contra cualquier atisbo de movimiento discrepante de la doctrina fundamental de la Iglesia Católica, y para ello se utilizó el Tribunal de la Inquisición.
Así, el clero adquirió un poder extraordinario, los conventos y las iglesias se multiplicaron con asombrosa rapidez y sus riquezas aumentaron prodigiosamente en España y América.
El maestro Gil González Dávila, a quien en 1617 Felipe III nombró cronista del Reino, y luego Felipe IV lo nombró Cronista Mayor de Indias, dice que “en este año que iba escribiendo esta historia 1623, tenían las ordenes de Santo Domingo y San Francisco en España 32 mil religiosos y los obispados de Calahorra y Pamplona 24 mil clérigos más y se pregunta el maestro Gil ¿que tendrán las demás religiones y demás obispados?”.
Los conventos llegaron a hacerse tan numerosos en España como en América al punto que Don Gonzalo Céspedes y Meneses, historiador de Felipe IV, cuenta que en 1632 había en España 9.088 conventos o monasterios, sin contar los de monjas.
No existe una cifra exacta de la población existente en España en los siglos XVI y XVII. Algunos cronistas estiman que Castilla, donde se concentraba aproximadamente el 70 por ciento de la población de España, tenía una población que fluctuaba entre 5 y 7 millones de habitantes.
Esta tendencia a la espiritualidad que vivió España, en Chile se vio incrementada por las condiciones de la colonización, la inseguridad y riesgos a los que debieron habituarse los colonos, los periódicos desastres naturales y, sobre todo, los reveses de la guerra de Arauco indudablemente potenciaron la devoción religiosa de los habitantes de nuestro país. Las figuras del santoral eran familiares y cada familia y cada individuo tenía uno o varios santos de su devoción. En forma colectiva se les rendía homenaje en las Cofradías.
Este grado de religiosidad lo ejemplifica el profesor Marciano Barrios Valdés, en un estudio titulado: “La Religiosidad Popular en Chile. Intento de Periodificacion”, donde señala, por ejemplo, que el Cabildo de Santiago, en su sesión del 24 de diciembre de 1604, acordaba: «Que se pida a su señoría de el señor Obispo que personalmente salga a maldecir la langosta, porque será grave consuelo para el pueblo y esperanza que con este será Nuestro Señor servido aplacar su ira».
El mismo Cabildo, en su sesión del 17 de diciembre de 1630, trataba: «Acerca del gran daño que los ratones hacen en la vida y sembrado y como los van asolando, y para remedio dello, por no haber otros que los espirituales, acordaron que se pida al señor Obispo los haga maldecir y las demás diligencias que le pareciere…».
Barrios Valdés, agrega que “esta creencia generalizada de considerar las calamidades como castigo directo de Dios por el incumplimiento de sus obligaciones y mandas, se relaciona con aquella de los milagros. Ambas creencias constituían un hecho social y no quedaban confinadas, como en el siglo siguiente, a la conciencia individual”.