Por Juan Medina Torres.- Con el fin de afianzar la conquista de Chile, Pedro de Valdivia envió diversos emisarios al Perú en busca de tropas. Pasaron los meses y no se tenía noticia alguna. Las comunicaciones con el Perú se habían suspendido por completo a causa de la revolución que afectaba a ese país.
Valdivia permanecía en Chile, ignorante de todos estos sucesos. Dos años habían transcurrido de la partida de Alonso de Monroy y el capitán Juan Bautista Pastene cuando, en septiembre de 1547, llegó este último por fin a Santiago, acompañado de diez hombres hambrientos y cansados. Monroy había muerto en Lima producto de una fiebre maligna.
La información entregada por Pastene hizo ver a Valdivia que no podía esperar ninguna ayuda del Perú. Ante esta situación Valdivia concibió el proyecto -que mantuvo en reserva- de viajar él mismo al Perú para procurarse los socorros que necesitaba en la conquista.
Él sabía, sin embargo, que si no llevaba una buena cantidad de oro no podría obtener armas ni soldados, y sabía, además, que los habitantes de Santiago no le harían otro préstamo fuera de los dos anteriores que ya le habían hecho en 1545 y 1546. Así, entonces, concibió un plan que muestra lo poco escrupulosos que eran los grandes caudillos de la conquista.
Para llevar a efecto su plan, Valdivia ordenó trasladar a Valparaíso el buque “Santiago”, que Pastene había dejado en Coquimbo, e hizo anunciar con gran profusión que pensaba enviar en busca de socorros al Perú, a los capitanes Jerónimo de Alderete y Francisco de Villagrán. Debemos recordar que Valdivia había prohibido a las personas salir de Chile o dichos permisos habían sido concedidos con mucha dificultad. Ahora parecía cambiar de parecer y anunciaba que las personas que habían reunido alguna cantidad de oro en los lavaderos y desearan abandonar el país llevándose sus tesoros podían hacerlo.
Inmediatamente surgieron muchos interesados en viajar al Perú para lo cual se trasladaron a Valparaíso los primeros días de diciembre de 1547. Pedro de Valdivia, acompañado de su secretario Pedro de Cerdeña y algunos de sus capitanes, viajó al puerto el 5 de diciembre.
Así, entonces, estando todo listo para el viaje y embarcados con sus caudales las personas que habían obtenido permiso para salir del país, Valdivia les pidió que bajasen a tierra para despedirlos personalmente en un almuerzo que les tenía preparado. Les rogó que adonde fueran le recordasen con amistad y que procurasen favorecerlo en la empresa en la que se encontraba empeñado. Contentísimos los participantes de este viaje firmaron un acta en la cual el Gobernador les solicitaba dejaran estampada la promesa que acababan de hacerle. Pero cuando los viajeros estaban firmando el acta, Valdivia salió de la sala donde se encontraban y se fue a la playa donde se encontraban sus verdaderos compañeros de viaje, se subieron al bote que habían preparado para abordar el “Santiago”.
La rabia y desesperación de aquellos hombres que habían sido engañados fue indescriptible. Todos sus trabajos y esfuerzos se iban con el Gobernador, quien, se dice, dejó instrucciones para que con el oro que se obtuviera de los lavaderos de su propiedad se pagaran los dineros que se había apoderado tan violentamente.
Valdivia, una vez en Perú, se involucró en las disputas de poder en la capital del virreinato. Estuvo fuera por meses. Y, al volver, no hay registro alguno de que haya devuelto lo que tomó de los colonos.