“En poco más de un año han desatado un proceso viral de corrupción, lo que describo en el neologismo pandemética, que corresponde a una pandemia de degradación ética”, señala Carlos Cantero.
Por Carlos Cantero Ojeda.- Cuando un proyecto genera expectativas muy altas y los resultados son muy bajos, se produce una mezcla explosiva. Más aún cuando se trata de un proyecto político que prometió mucho y cumple poco.
Cuando por inoperancia se hacen mal las cosas (o no se hacen) y la instancia gubernamental encargada de explicar lo hace aún peor, estamos en un escenario complejo.
Si a eso se agrega la descomposición institucional, un escandaloso incremento de la corrupción, desbordes de violencia y un despliegue del narco delito, estamos en un escenario crítico de alta conflictividad.
Digamos claramente que el Gobierno del Presidente Boric no necesita adversarios. Los tiene internamente. Los peores están entre su propia élite. El equipo está perdiendo el partido.
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Y no es precisamente por que el otro sector lo esté haciendo muy bien, tenga eximios goleadores o un gran arquero. No. Están perdiendo con puros autogoles. Esto no daña sólo a los involucrados: están poniendo marca (o lápida) en toda una generación que mostró desafiante su desprecio por la generación anterior y se autoproclamó con un estándar ético a otro nivel.
¡Vaya que nivel! En poco más de un año han desatado un proceso viral de corrupción, lo que describo en el neologismo pandemética, que corresponde a una pandemia de degradación ética.
Para enfrentar este complejo escenario (legalidad y legitimidad) con algún grado de éxito, se requiere que el gobierno supere el síndrome del amiguismo, los desplantes infantilistas, el adolescentismo discursivo, la negligencia gestional, la irresponsabilidad en el manejo de los bienes públicos, la anomia en la administración del Estado y la degradación de la política.
¡Se les acabó el recreo! La situación del país, el impacto social y económico no da para más. Entramos a un tramo crítico, que demanda aplicación, concentración y seriedad.
A la mayoría noble de nuestro país no le interesa ni le conviene el fracaso del gobierno. Muy por el contrario, deseamos que le vaya bien. Pero hay un tiempo y una oportunidad, y cuando se rebasa cierto límite ya no es posible superar el temporal.
Ojalá que esta barca llamada Chile capee la crisis y llegué a buen puerto.
Por su parte, esta sociedad civil, quejumbrosa, como clamando al cielo por esta calamidad, no asume sus propias responsabilidades cívicas y democráticas.
Lo que nos ocurre no es fruto de la casualidad, sino de las elecciones o decisiones ciudadanas.
Chile requiere liderazgos serios, confiables, unitarios, capaces, moderados, con madurez política para pedir y recibir ayuda. Debemos revalorar la amistad cívica y el recuperar el mérito en las personas e instituciones.
¡Basta de corrupción, de tráfico de influencias, del sectarismo, de licitaciones y concursos arreglados! Se requiere una cruzada para recuperar la ética y la probidad. Pero, la pregunta del millón es: ¿Dónde están esos liderazgos éticos?