Por Mónica Vargas.- La violencia, esa temida reacción que nos tensiona y atemoriza, es una manifestación de irracionalidad y opresión, pero también de desesperanzas. En pleno siglo XXI, la humanidad aún se ve enfrentada a este fenómeno que degrada las relaciones en sociedad y en Chile el fenómeno va in crescendo y una vez más las élites no lo vieron venir.
A principios de mes, en el marco de la conmemoración del Día del Trabajador, al igual que el 25 de marzo pasado en la marcha convocada por la CONFECH, personas que ejercían su legítimo derecho a manifestarse fueron víctimas de la violencia de otras personas que habitan el espacio, y el estudiante Rodrigo Cornejo y la periodista Francisca Sandoval se llevaron la peor parte de estos violentos hechos, civiles contra civiles en las grandes alamedas. El 1 de mayo en el barrio Meiggs, 11 personas estaban armadas y dispararon contra otras personas. Este 5 de mayo además, fue asesinado en Chillán el carabinero Breant Rivas de 23 años. Al mirar su fotografía no se puede sino pensar en Pablo Marchant de 29 años asesinado por las fuerzas policiales instaladas en la Araucanía, en este caso, es el Estado contra civiles, y civiles contra el Estado. Estos son solo algunos ejemplos de Jóvenes muriendo en manos de otros jóvenes.
Estamos en ese peligroso punto en que la vida del/a otra/o y la vida propia valen poco, la pregunta es ¿cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo hemos avanzado a pasos agigantados a tener espacios en los que la única ley que se conoce es la ley del más fuerte?, ¿dónde se origina el Far West Chileno?
La respuesta se encuentra en la indiferencia, en la fragmentación territorial y en la ruptura del pacto social, todo ello en un marco de profundo desprecio e indolencia de los grupos gobernantes que no vieron, o no quisieron ver lo que sucedía y lo que se venía.
El año 2000 recorrí las cárceles de Santiago, revisé además las comunas de residencia de los reos rematados y de la/os niña/os que llegaban SENAME, a pesar de la inexistencia de una estadística unificada, era evidente la directa relación entre la marginación social y la legitimación de la violencia como método de resolución de conflictos y también era evidente la cada vez mayor deslegitimación del orden institucional.
Por razones laborales, todos los días antes de tomar metro Estación Central camino por las calles aledañas, y converso con las personas que las ocupan. Los espacios huelen a pobreza y violenta desesperanza, a anticuchos preparado con carne de dudoso origen, a “sopaipillas” fritas en aceite con muchos usos “porque está muy caro” dicen algunos vendedores, huele a “arepas” y plátano frito. Se mezclan prostitución, violencia y delitos. En la universidad los guardias alertan a las y los estudiantes que regresan a sus casas que guarden sus celulares y mochilas y a las estudiantes que se cuiden en el Metro. Es un espacio evidentemente en decadencia. Pero también es el territorio de la búsqueda de dignidad, donde pueblo trabajador intenta salir adelante ante el abandono absoluto, mujeres, hombres, niñas y niños nacionales y extranjeros se esfuerzan por comprar y vender productos más baratos en las veredas. Todas y todos desafían la ley porque para ellas y ellos la ley no existe, no les protege, no les respeta y no la respetan, han instalado su propia ley, la ley de Far West, que es muy simple: andar provistos de armas o con los puños dispuestos a utilizar el cuerpo para defender a “los suyos” y apartar al “otro” al que ven como distinto, “si el Estado no nos protegió durante años ha llegado la hora de protegernos entre nosotros”, esa parece ser la consigna.
El narcotráfico, la violencia de género y el delito común, son solo expresiones visibles de un problema profundo: la masiva legitimidad que han adquirido estas “formas de vida” en un contexto en el que muchos no encontraron espacio y pocos concentraron toda las riquezas y el bienestar. Ya en 2018 se podía constatar que había una percepción diferenciada del conflicto existente en nuestro país. Se podría observar un mayor nivel de conflicto percibido en la población habitante de aquellos espacios donde las instituciones políticas dejaron de ser actores legítimos de dialogo y, a la inversa, en aquellos espacios donde las instituciones políticas poseían mayor legitimidad, que contaban con todos los beneficios y que protegían los privilegios de sus habitantes, el conflicto era percibido casi como inexistente.
En ese momento, los problemas eran invisibles para los privilegiados, no habían llegado a los espacios de las élites. Lo que ha cambiado hoy es que los marginados han cruzado la valla invisible que por años se había levantado en Plaza Italia, ahora las expresiones del problema se hacen evidentes, asaltos a casas en la zona oriente, portonazos o encerronas a personajes de la farándula, y una vez más, no lo vieron venir.
El problema de fondo es la pérdida de legitimidad de un sistema que se presenta como democrático pero que no es más que un sistema sostenido por y para un grupo reducido de la sociedad, por la ceguera primero y la hipocresía después… El gatopardismo siempre presente en la solución de las problemáticas hoy ya no será suficiente, se requieren cambios de fondo, partiendo por cambios en las élites intelectuales, políticas y económicas, las que deben impulsar y dar el ejemplo para generar cambios socioculturales y políticos, esto debe ser pronto, porque ahora sí la sociedad chilena no puede esperar.