Opinión

La influencia de Adam Smith a 300 años de su nacimiento

Por Alejandro Félix de Souza.- Hoy realizaremos un “Grand Tour” (más adelante hablaremos más de lo que significaba en el Siglo XVIII un “Grand Tour”) que nos va a resultar muy divertido.

Viajaremos en el tiempo a la época de Adam Smith, y vamos a adentrarnos en la mente de este gran desconocido que, a veces con prejuicios, simpleza y sin leer su obra (algo parecido a lo que ocurre con Maquiavelo, otro fundador de una rama fundamental de los estudios humanos que es la política como ciencia, alejada de dogmas), ha sido reducido y estigmatizado como un pensador cruel y despiadado, en lugar de lo que fue, tanto para sus contemporáneos como para ese gran movimiento intelectual de su época que cambió para siempre la vida de la Humanidad, y cuyos clásicos atesoro en mi biblioteca.

Me refiero a la Ilustración, a ese Siglo de las Luces cuyo cono de luz alumbró toda la Modernidad, y cuyo gran patrimonio intelectual y racional se ha visto amenazado por la irrupción paulatina en los últimos 40 años de la Posmodernidad (otra etapa interesantísima de la historia de la Humanidad, de la que estamos siendo testigos).

Vamos a meternos en el túnel del tiempo hacia atrás, y en el camino de regreso traeremos con nosotros al viejo Profesor Smith, y lo vamos a interrogar para que nos diga qué piensa de esta gran disruptora de nuestro tiempo, que es la Inteligencia Artificial.

Este pequeño truco nos va a mostrar cómo el pasado nos da luces sobre el presente, y por qué es tan esencial leer a los clásicos: porque nos permiten entender mucho mejor, sin “creación heroica”, sin “el mundo comienza con nosotros” (evitando así algo de la soberbia y pedantería intelectual de los propios Ilustrados del Siglo XVIII, que andaban en el modo schumpeteriano de “destrucción creativa”), lo maravilloso que ha sido el viaje del hombre sobre este planeta.

El protagonista de nuestra historia de hoy es un hombre que cambió la historia con su visión innovadora, y su enfoque revolucionario de la economía y la filosofía. Me refiero a Adam Smith, cuyo nacimiento se celebró el pasado lunes 5 de junio, marcando los 300 años desde que vino al mundo en Kirkcaldy, un pequeño de Escocia, en el año 1723.

Es un momento oportuno para recordar su legado y su relevancia tanto para el mundo de hoy, como para ese extraordinario movimiento intelectual (paralelo al que ocurría en tierra firme, en Francia) que fue la Ilustración Escocesa (el “Scottish Enlightenment”).

Adam Smith es considerado el padre de la economía moderna. En su obra más famosa, «Investigación sobre la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones«, publicada en el icónico año de 1776 (año de la Declaratoria de la Independencia de Estados Unidos, y de la invención de la máquina de vapor, fundamental para la aceleración de la Revolución Industrial), defendió la idea de que el mercado libre y la competencia son fundamentales para el crecimiento económico, creando nuevos productos y mercados y, a partir de esos nuevos mercados y productos, se promovía el bienestar social.

Según su teoría, la división del trabajo y la especialización son esenciales para aumentar la productividad y la eficiencia, mientras que la competencia en el mercado garantiza que los precios sean justos y equitativos.

Y lo más revelador de su teoría (contradiciendo la doctrina de cientos de años de la Europa cristiana), fue que los individuos, buscando su propio interés, pueden, de manera inadvertida o no intencionada, beneficiar a toda la sociedad.

Como lo menciona el Profesor uruguayo Rodolfo Fattoruso, la originalidad de Smith fue el haber profundizado en la ética con perspectiva antropológica (es decir, centrada en el hombre y sus conductas, algo que mucho más adelante, ya en el Siglo XX, se convertiría en un enorme sub-campo donde se intersectan la economía y la psicología, que es la “economía conductual” (“behavioral economics”).

Esta perspectiva queda resumida en una simple premisa, que aunque resulta incómoda, Smith nos muestra que produce beneficios sociales no intencionados: “El hombre es egoísta, y su egoísmo es algo bueno para el mundo social”.

En la obra de Smith, podemos ver que es uno de los grandes titanes de la libertad, pero no como una idea o concepto, ni como un proyecto político: el Profesor Fattoruso nos dice que “para Smith la libertad es la forma natural en que el hombre opera en el acto continuo de compensar con trabajo, con imaginación, con inteligencia, lo que la Providencia no le ha concedido como defensa originaria, automática para lidiar en este mundo”.

Es algo a lo que nos hemos referido en artículos anteriores sobre la historia de la economía: el gran aporte que ha hecho esta ciencia a la humanidad es sacarnos de milenios en que más del 90% de la población de cualquier sociedad del planeta estaba condenada a vivir en la pobreza, y resignarse permanentemente a ese destino como una fatalidad.

El progreso de la ciencia económica le ha permitido a la Humanidad entender los efectos neto-positivos del progreso en las ciencias, la medicina, la tecnología, la educación, para romper con ese mundo antes de la Ilustración, en que la enorme mayoría de las personas debía “guardar su lugar”, no ambicionar mejores cosas que lo que el destino le había asignado a sus ancestros, y lo que seguiría perpetuándose hacia sus descendientes.

El estudio de la economía y los fenómenos económicos como una ciencia, le ha permitido a la Humanidad entender mejor por qué el mundo es cómo es, y también cómo se pueden mejorar las condiciones pre-existentes, con ese “motor de análisis” que es una fantástica herramienta (no única, claro está, para eso están muchos otros saberes científicos, tampoco podemos caer en un exceso de economicismo para explicarlo todo) para entender mejor y enriquecer nuestra perspectiva sobre el quehacer humano.

Si bien algunos críticos han acusado a Smith de defender el egoísmo individual y la desigualdad, la obra de Smith no se limita a la economía. En su obra «La Teoría de los Sentimientos Morales«, publicada en 1759, argumentó que los individuos son motivados por la simpatía y la empatía hacia los demás, y que la moralidad se basa en la capacidad de las personas para sentir y compartir el dolor y la felicidad de los demás.

Esta teoría ha sido utilizada para justificar políticas sociales y programas de bienestar, así como partes de “La riqueza de las Naciones”, han justificado programas de liberalización económica y reducción del papel del Estado en la sociedad.

En cualquiera de ambas direcciones, la intervencionista-estatista o la “laisseferista” (por la máxima de los fisiócratas franceses: “laissez-faire, laissez-passer, le monde va de lui-même»  -“dejar hacer, dejar pasar, que el mundo camina solo”) liberal o su prima rebelde, la libertaria, la obra de Smith, que es mucho más interesante y compleja de lo que muchos de sus críticos actuales estigmatizan y señalan, ha sido fundamental en la configuración de la ética moderna.

La influencia de Adam Smith en la economía y la filosofía ha sido enorme, pero su legado también se extiende a la cultura y la sociedad. Como miembro del Scottish Enlightment, un movimiento intelectual que se desarrolló en Escocia a finales del siglo XVIII, Smith formó parte de una comunidad de pensadores y artistas que buscaban el conocimiento y la razón en un mundo en constante cambio.

El Scottish Enlightment fue un momento de gran efervescencia cultural en Escocia, y sus miembros hicieron importantes contribuciones en campos como la literatura, la filosofía, la ciencia y la política.

Adam Smith fue uno de los principales exponentes de este movimiento, y su trabajo se inspiró en gran medida en las ideas y debates que se produjeron en este ambiente intelectual.

Si bien la obra de Adam Smith fue muy criticada en su momento, sus ideas y teorías han tenido un impacto duradero en la economía, la filosofía y la política, y han influido en la manera en que entendemos el mundo de hoy.

En la actualidad, la obra de Adam Smith sigue siendo relevante para el mundo de la economía y la política. A pesar de la controversia que rodea su legado, las ideas de Smith sobre el mercado libre y la competencia siguen siendo un punto de referencia para los economistas y políticos de todo el mundo. Sus teorías sobre la división del trabajo y la especialización han sido fundamentales para el desarrollo de la sociedad moderna.

Ahora vamos a conocer más acerca de Adam Smith. Nació en el pueblo de Kirkcaldy, un 5 de junio que es la fecha registrada como su nacimiento (no se sabe la fecha precisa, pero esa fecha, unos días antes de su partida de bautismo, es la que se considera “oficial”). Su padre, también llamado Adam, era un abogado y funcionario público, mientras que su madre, Margareth, era descendiente de un terrateniente.

Huérfano de padre antes de nacer, su madre fue la figura más importante de su vida, al punto de vivir con ella prácticamente durante toda su vida adulta. Smith era un niño que amaba los libros y la lectura, los que, junto con los juegos de lógica, eran su principal pasatiempo.

Sus biógrafos nos cuentan que a los tres años tuvo un episodio traumático, pues fue raptado por unos gitanos, aunque fue rescatado a las pocas horas. El propio Smith recuerda, en apuntes autobiográficos, que su madre le recordaba este incidente para alejarlo de cualquier ímpetu de aventura, lo que -en alguna medida y haciendo psicología retrospectiva- pudo haber influido en su carácter orientado a la reflexión.

En su adolescencia ingresó en la Universidad de Glasgow, su Alma Mater, en la que sería profesor primero, y rector después, y es esta universidad donde tendrán lugar los homenajes de esta semana donde se celebra el Tricentenario.

Allí tuvo clases con el “forjador de titanes”, el Profesor Francis Hutcheson, quien impresionó grandemente tanto a Smith como a su amigo de toda la vida, el gran filósofo escocés David Hume.

Pasó luego al Balliol College, de Oxford, donde estudió desde los 17 a los 23 años, pero donde fue poco feliz, pues vivió en carne propia la discriminación (por ser escocés) de varios profesores y condiscípulos; en sus apuntes, Smith recordaría este período como uno de los más infelices e improductivos de su vida.

Sin embargo, no todo fue tiempo perdido: diseñó un programa de lecturas para profundizar en estudios sociales, aprovechando la gran biblioteca de la Universidad.

Un par de años después, en 1748, lo encontramos dando conferencias de literatura inglesa en la Universidad de Edimburgo, pero prontamente su interés se condujo hacia el estudio de leyes, sociología, política y economía, con un gran éxito entre sus estudiantes.

Fue precisamente la preparación de estas conferencias lo que le permitió profundizar, conceptualizar y formalizar la discusión de problemas económicos, y unos pocos años más tarde, alrededor de 1750, comenzó a difundir las ideas del liberalismo económico.

En 1752 ingresó como profesor en la Universidad de Glasgow, su Alma Mater, y se dice que los trece años que enseñó allí fueron los más felices de su vida. Tenía alma de filósofo, por lo que las ambiciones políticas, fama y deseos de riqueza le eran bastante ajenos, pese al gran éxito que tuvieron sus ideas entre sus alumnos y colegas, entre ellos David Hume.

Como lo señala Fattoruso, “era un conservador satisfecho; creía que la felicidad está disponible para todos y no depende de la posición en la sociedad, y que el verdadero placer se da solo por la dicha de trabajar, por la paz mental, y por la salud corporal”, afirmando al respecto: “¿Qué mas se necesita para la felicidad de una persona que tiene salud y una conciencia tranquila y no tiene deudas?”.

Es en esos fértiles años en Glasgow cuando comienza a darle forma a su teoría económica, buscando las razones por las cuales se produce la riqueza en la sociedad.  Su primer “best-seller”, la “Teoría de los Sentimientos Morales”, fue un éxito tan grande que muchos estudiantes ricos dejaron sus estudios y universidades en otros países para ir a estudiar en Glasgow con Adam Smith.

En su momento de mayor éxito y reconocimiento como pensador innovador, el Chancellor of the Exchequer del Reino Unido (cargo que aún se mantiene con esa denominación, y es el equivalente de Ministro de Economía y Finanzas), Charles Townshend, le pidió a Smith que hiciera de tutor de su hijastro, el Duque de Buccleuch, Henry Scott.

Smith aceptó, renunció a la Universidad de Glasgow, y fue el tutor de Henry entre 1764 y 1766, comenzando con el Duque una amistad que duró toda la vida, y los reencontraría trabajando en Escocia 10 años después, cuando Henry fue nombrado Gobernador General del Royal Bank of Scotland.

El trabajo de Smith como tutor implicaba acompañar al joven Henry en una actividad fundamental para cualquier aristócrata veinteañero de su época (era lo que los antropólogos, algunos siglos más tarde, definirían como “rito de paso” o “rite of passage”): el Grand Tour, que era un recorrido que podría llevar no menos de nueve meses y a veces hasta un par de años, por algunos de los países de gran producción intelectual y cultural de la época, como Francia, Holanda, Alemania y principalmente Italia, que nos ha regalado algunas de las mejores crónicas (y guías turísticas) de cómo era la Europa Continental vista por ojos británicos.

El Grand Tour le ofrecía a estos jóvenes el abrirse a otras costumbres, escuchar a los liberales e ilustrados de la época (más por moda que por afinidad de ideas), apreciar a los grandes maestros del arte europeo, tanto en museos como en iglesias, calles y jardines), y regresar a casa como un cosmopolita que “había adquirido mundo” (algo de esto hemos hecho nosotros con nuestros hijos).

Este Grand Tour era en sí mismo, un gran fenómeno de derrama económica, pues implicaba, como lo hace hoy la industria del turismo, desde una industria de souvenirs y artefactos culturales (obras originales o reproducciones, adquisición de libros o bibliotecas enteras, vestimenta a la moda, objetos decorativos, medallas, monedas, retratos con el fondo de grandes obras clásicas, y muchos de los objetos que hoy miramos con fascinación en paredes, vitrinas y jardines de los grandes palacios europeos, que normalmente son recuerdos comprados en esos Grand Tours), hasta la logística marítima y terrestre (cruzando los Alpes Suizos y franceses a lomos de burros o caballo, en esa época no existían ni los túneles ni los trenes), pasando por toda la industria de hospedaje, entretenimiento y espectáculos.

En otra escala y otras posibilidades, hay aspectos no tan diferentes a la experiencia que tiene un turista en el día de hoy, sólo que el Grand Tour se hacía con mucho más tiempo, se tenía mucho espacio para comprar objetos y obras de arte (no reducido a una o dos maletas en el avión, como actualmente), e incluía conocer a los grandes intelectuales de la época (algo que hoy no es ni tan valorado ni tan posible para un turista típico).

Smith alcanzó al joven Henry Scott en Toulouse, base del recorrido por el Sur de Francia, donde se quedó durante un año y medio, aburriéndose muchísimo, tanto que le escribió a David Hume, comentándole que “había comenzado a escribir un libro para pasar el tiempo” (y la Humanidad nunca podría estar suficientemente agradecida por este aburrimiento, porque allí nació el germen de “La Riqueza de las Naciones”).

Al pasar por París, Smith conoció a Benjamín Franklin, quien, paradójicamente, sería uno de los líderes de la revolución estadounidense contra cuatro decretos emitidos por el padre de Henry, quien, como Chancellor of the Exchequer, había emitido los entonces llamados decretos Towhnshend.

También conoció a algunos miembros de la Escuela Fisiocrática de Quesnay, con quienes compartía la oposición al mercantilismo (hoy lo llamaríamos “capitalismo de rosca, o de amigos”), profundizando en el entendimiento del laissez-faire.

Al regresar del Grand Tour in 1766, Smith se estableció en su pueblo natal, y dedicó la mayor parte de los años que siguieron, gracias a los ahorros que había generado por la tutoría de Henry Scott, a escribir la obra por la cual pasó a la historia.

La Riqueza de las Naciones de Adam Smith

En 1776, con un poco de ansiedad por saber si la obra sería bien recibida, publicó su “Investigación sobre la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones”, y el libro de convirtió en un éxito casi instantáneo, agotando rápidamente la edición, en menos de seis meses.  La edición que tengo en mi biblioteca, y las fotos que acompañan este artículo corresponden a la tercera edición, con varios agregados y ediciones sobre la segunda, y fue publicada en vida de Adam Smith, en Dublín, en 1785 (es la misma edición de 1784).

A pesar de su influencia en la economía y la filosofía, Smith fue conocido por llevar una vida modesta y retirada, dedicada al estudio y la escritura. Murió en 1790, dejando un legado duradero en la historia del pensamiento humano.

A continuación les resumo algunos de los hechos y conceptos más interesantes vinculados a “La Riqueza de las Naciones”.

En primer lugar, podemos señalar la introducción, desde el inicio de la obra, de las ventajas de la división del trabajo. Smith argumenta que la división del trabajo es fundamental para aumentar la productividad y la eficiencia económica. Al especializarse en tareas específicas, las personas pueden mejorar sus habilidades y realizar su trabajo de manera más rápida y efectiva.

En segundo lugar, podemos mencionar la teoría del valor basada en el trabajo. En un error en el que tanto él como Karl Marx incurrieron (y Karl Marx tiene más de 20 menciones directas a Smith en “El Capital”), Smith respalda la teoría del valor trabajo, que sostiene que el valor de un bien o servicio se determina por la cantidad de trabajo necesario para producirlo.

Según Smith, el trabajo es la medida real y objetiva del valor de intercambio de los bienes. Sin embargo, también reconoce que la utilidad juega un papel en la demanda y el precio de un bien. Smith distingue entre el valor de uso de un bien (su utilidad para satisfacer necesidades humanas) y su valor de cambio (su capacidad para ser intercambiado por otros bienes).

El valor de este postulado de Smith es que sirvió de base, a través de la crítica, para la teoría del valor subjetivo, que se propondría un siglo más tarde, y es la que se enseña hoy en cualquier curso de microeconomía.

En resumen, Adam Smith respalda la teoría del valor trabajo, pero también reconoce la importancia de la utilidad en la determinación de la demanda y los precios de los bienes.

En tercer lugar, podemos mencionar el famoso concepto de “la mano invisible”, que en realidad aparece en una etapa muy avanzada de la obra. Este concepto refiere al mecanismo mediante el cual la búsqueda individual del interés propio en un mercado competitivo conduce al beneficio de toda la sociedad. Argumenta que cuando los individuos buscan maximizar su propia riqueza, involuntariamente contribuyen al bienestar general.

En cuarto lugar, Smith propone el concepto de libre comercio, defendiéndolo como una forma de aumentar la riqueza y el bienestar de las naciones. Sostiene que los gobiernos deben evitar la interferencia en los mercados, y promover la competencia y la apertura comercial. Este es el argumento que le da el título al libro.

Smith introduce la idea de que la riqueza de una nación no se mide solo por su acumulación de metales preciosos, sino por su capacidad para producir bienes y servicios que satisfagan las necesidades de sus ciudadanos.

Finalmente, en lo que se refiere al rol del Estado, Smith argumenta que el gobierno debe tener un papel limitado en la economía. Reconoce la importancia de funciones como la defensa, la justicia y la educación, pero advierte sobre los peligros de una intervención excesiva del Estado en los asuntos económicos.

Estos son solo algunos de los puntos más destacados de La Riqueza de las Naciones. La obra es mucho más extensa y abarca una amplia variedad de temas económicos y políticos, pero estos puntos proporcionan una visión general de las ideas principales presentadas por Adam Smith en su obra.

¿Qué pensaría Adam Smith de la Inteligencia Artificial?

Y ahora vamos a poner a Adam Smith en el túnel del tiempo, y traerlo a nuestro presente, exactamente 300 años después, para preguntarnos “¿Qué pensaría Adam Smith de la Inteligencia Artificial?”.

Bueno, antes de pensar y especular en cuál sería su respuesta, es obvio que la meta-pregunta es “¿Cómo podría Adam Smith haber previsto que tendríamos Inteligencia Artificial?”.

Aunque Smith estaba fascinado por las posibilidades de productividad que estaba ofreciendo la incipiente Revolución Industrial (que en su época fue algo tan disruptivo para el mundo del trabajo y la sociedad como lo es la Inteligencia Artificial hoy en día), es obvio que no podía anticipar este desarrollo de la inventiva humana.

La solución entonces sería apoyarnos en la capacidad de proceso de la Inteligencia Artificial para hacer un juego de roles y pedirle que nos dé la respuesta a este dilema, poniéndose en los pies y encaramándose en los hombros de este gigante intelectual.  Y esta es la respuesta que obtuvimos (hay varias):

“Como modelo lingüístico de Inteligencia Artificial, puedo ofrecer un análisis basado en las ideas de Adam Smith como destacado economista y filósofo. Adam Smith vivió en el siglo XVIII y es considerado el padre de la economía moderna. Aunque no habló directamente de la inteligencia artificial (IA) porque no existía en su época, podemos deducir algunos de sus puntos de vista basándonos en sus principios más generales.

Adam Smith creía en el poder de la libertad individual, el libre mercado y la mano invisible de la competencia para impulsar el progreso económico. Destacaba el papel del trabajo humano y la división del trabajo en la producción de bienes y servicios. Smith creía que los individuos que persiguen su propio interés en un mercado competitivo beneficiarían en última instancia a la sociedad en su conjunto.

En lo que respecta a la Inteligencia Artificial, es importante señalar que Smith valoraba mucho el trabajo humano y la productividad que generaba. Consideraba el trabajo como un componente crucial del crecimiento económico y creía que contribuía a la riqueza de las naciones. Si la Inteligencia Artificial llegara a sustituir al trabajo humano a gran escala, podría tener implicaciones significativas para las ideas de Smith.

Una posible interpretación es que Smith reconocería los beneficios potenciales de la Inteligencia Artificial para la eficiencia económica y la productividad. La Inteligencia Artificial tiene la capacidad de automatizar tareas, mejorar los procesos de toma de decisiones, y aumentar la producción global. Esto concuerda con la creencia de Smith en la división del trabajo, y el uso de la tecnología para mejorar la productividad.

Sin embargo, Smith también hizo hincapié en las dimensiones sociales y morales de la economía. Defendía la importancia de la conexión humana, la empatía y el bienestar de la sociedad. Es posible que le preocuparan las repercusiones de la Inteligencia Artificial en el empleo y la distribución de la renta. El desplazamiento de trabajadores por la Inteligencia Artificial podría conducir a la pérdida de puestos de trabajo y a la desigualdad económica, lo que podría ir en contra de las ideas de Smith sobre el bienestar social.

En resumen, aunque no podemos saber con certeza qué pensaría Adam Smith de la Inteligencia Artificial, es probable que apreciara los beneficios económicos potenciales, pero también expresara su preocupación por las implicaciones sociales y éticas. Podría abogar por políticas y mecanismos para mitigar las consecuencias negativas de la Inteligencia Artificial, y garantizar que los beneficios sean compartidos por toda la sociedad”.

Les comparto que para hacer más divertido el desafío, le pregunté a la Inteligencia Artificial en inglés, y después utilicé un software distinto, de otra procedencia, para que corriera la traducción al español.

Lo más interesante es que la propia Inteligencia Artificial no nos esconde algo que puede ir en contra de sí misma, y es que, si nos ponemos en los zapatos de Adam Smith, ella tiene ventajas y desventajas.  Es decir, ha sido bastante autocrítica al meterse en la mente de Adam Smith. No es un mal hallazgo.

En la conmemoración de este tricentenario de su nacimiento, invito a todos los lectores a reflexionar sobre el legado de Smith y a considerar cómo podemos aplicar sus ideas para crear una sociedad más justa y próspera.

Alvaro Medina

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