Cultura(s)

«Águila que vai volando…»: en el mes del payador chileno

El escritor Fidel Améstica nos da una clase de cómo ser payador al recordar el funeral de Santos Rubio Morales en 2011, así como del “ritual” que rodea la despedida de un artista del verso cantado.

Por Fidel Améstica.- «¡Vuela alto!» es una de las frases más estúpidas que se pueden decir o postear en las redes (anti)sociales cuando muere alguien, como si hubiera certeza de que al finado le salen alas y empina el tranco al firmamento, cuando es la tierra la que se alimenta de nuestros huesos y cenizas. Cada uno sabrá para donde corta llegado el momento.

Y si de vuelos se trata, uno de los más interesantes es el de los versos improvisados, arte propio de payadores. Y cuando uno de ellos rumbea hacia el silencio, la despedida suele tener bastante de fiesta, no por la alegría de que por fin se fue, sino porque la muerte también es una coronación de la vida. Y así ocurrió en 2011 cuando el 24 de mayo se nos fue Santos Rubio Morales, ciego desde muy niño, en La Puntilla, sector de Pirque, después de 73 años con memorias de canto y anécdotas notables; entre ellas, las de su velorio.

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El patio de su casa fue encarpado por la municipalidad, porque llegó mucha gente. No sé el número exacto, pero entre los que pasaron por ahí, desde el velorio hasta el funeral, creo que suman más de un par de miles. Y la familia, parientes y amigos resolvieron de maravilla la logística para atender a tantos comensales. Grupos folclóricos, cuequeros, arrieros, músicos, académicos, cantores a lo poeta sobre todo, rindieron su homenaje y brindis por el que nos lleva la delantera.

Como eran tantos los cantores, hubo varias ruedas. Alrededor del féretro se apostaban sentados los rapsodas criollos de la décima, unos veinte cada vez. Y la forma de cantar es con verso glosado. Muchos improvisaron sus cantos, pero dándose a sí mismos una cuarteta que les brindarían los cuatro pies forzados con los que terminarían cada una de las décimas, para después cantar una quinta décima de despedida. Si la rueda tiene 20 cantores, en la primera vuelta, por turno hacia la derecha, cada uno canta su décima de saludo o introducción, cuyas últimas cuatro líneas corresponden a la cuarteta a glosar. Así, luego, en cuatro vueltas la rueda de cantores completa un verso para pasar a la quinta vuelta de despedida, y de ese modo darle el espacio a la siguiente rueda de cantores.

Por lo general, en estas instancias la mayoría opta por glosar una cuarteta de la tradición, muchas de las cuales son parte de un repertorio de cuecas también. Y esa modalidad llevó a cabo Francisco Astorga Arredondo, a quien debemos muchísimo por llevar el canto a lo poeta a cátedra universitaria, enseñando el guitarrón y la guitarra con sus afinaciones campesinas o traspuestas, así como el canto a lo humano y lo divino y la paya. Pancho, por varios años, fue el rostro del canto a lo divino en el Te Deum de los 18 de septiembre en la Catedral de Santiago, antes de que se lo llevara el covid en 2021. Un cantor completo y notable formador en estas raíces.

Pues bien, Pancho Astorga, en el velorio de Santos Rubio en 2011, eligió una cuarteta muy hermosa, que tiene origen sefaradí y probablemente provenga de más atrás en la Edad Media. Uno de los ancestros de esta copla la recoge Joan de Timoneda en el Cancionero llamado Sarao de amor (1561):

Águila que vas bolando,
lleva en el pico estas flores,
dáselas a mis amores,
dile cómo estoy penando.

Ante la factura de estos vocablos, José Manuel Pedrosa se abre la posibilidad de que esta redondilla pudiese ser una forma más «acortesanada» de una copla más de pueblo [eHumanista 28 (2014): 134-153]. No sería extraño. Y a través de los siglos, el pueblo que canta, hace fronda con variaciones:

Pájaro que vas volando
y en el pico llevas hilo,
dámelo para coser
mi corazón que está herido.

Pajarito que volando
en el pico llevas hilo,
dameló para coser
su corazón con el mío.

En gallego, se registra esta variante:

Páxaro que vas voando
e levas fío no pico:
traimo eiquí para coser
o meu curazón ferido.

Los énfasis y objetos poéticos cambian, pero la estructura enunciativa, el modelo, se mantiene:

Águila que va volando
en el pico lleva flores,
en la garganta lunares
y en el corazón, amores.

Paloma, ¿para dónde vas,
que en el pico llevas flores?
Toma, llévale esta carta
al ángel de mis amores.

Bella joven que pasáis,
que en tu pecho llevas flores,
en tu garganta belleza
y en tu corazón, amores.

Pájaro que vuelas alto
y en el pico llevas flores,
llévale este papelito
al dueño de mis amores.

Águila que vas volando
y en el pico llevas hilo,
ya te vas de nuestro bando
a vivir con tu marido.

Pájaro que alzas el vuelo
con el pico anaranjado,
llévale noticias mías
a mi triste enamorado.

Don Manuel Saavedra, guitarronero y cantor de Pirque, solía cantar un verso glosado a partir de esta copla:

Águila que vai volando
y en el pico llevái cuerdas,
en las alas entorchao
y en el corazón, vigüela.

Esta versión es bastante más innovadora al direccionar la metáfora y el símil hacia una guitarra; el ave tiene más vocación de energía poética para el canto que ha de viajar en el viento a través del tiempo y el espacio. En Chile, una cueca muy antigua recoge una de las formas más conocidas:

Águila que vai volando,
y en el pico llevas flores;
en las alas maravillas
y en el corazón, amores.

Y Pancho tomó esta versión de la cuarteta, creo que con una palabra distinta en el tercer vocablo: en vez de «maravillas», creo que cantó «en las alas alegría». Y al improvisar el segundo pie o décima de su verso glosado, las últimas cuatro líneas que recordamos fueron las siguientes:

(…)
Te vas, cantor de cantores,
de los terrenos pircanos;
llevas versos en las manos
y el pico llevas flores.

La mayoría de los que escuchamos atentos en medio de la pena general nos imaginamos a Santos, de cuerpada voluminosa, entrando desnudo y a ciegas a un paraíso lleno de nubes, con unas liras populares en sus manos y un ramo de claveles amarrado a la diuca, al pene. Ahogamos lo más posible la carcajada, porque tampoco era la idea distraer a Pancho de su canto, quien al parecer no se percató de la traición que a veces nos juega el lenguaje.

Al improvisar, siempre se corre riesgo, pero no deja de ser nutricio incluso en los tropiezos que damos. No todo es llorar en un velorio, la muerte también se celebra con un canto, sin miedo, sin asco, y de frente. A nadie se le hubiese ocurrido decir «¡Vuela alto, Santos!»; si lo teníamos ahí, al centro de nuestras presencias, de los recuerdos; su cuerpo ya estaba callado, pero su vida resonaba con ebullición y reverberancia. Al otro día, al cementerio, y ahí quedó, con el vuelo de una semilla que se rompe bajo el surco que nos abre el destino. Los que aún quedamos, aprendemos y nos aprovechamos del modelo:

Payador que vuelas alto
con las flores de tu pecho,
acuérdate de tus alas
cuando se te caiga el techo.

Alvaro Medina

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