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La Décima y el Canto a lo Divino

Por Fidel Améstica.- En nuestro país, la décima es uno de los ejes del Canto a lo Poeta, un ecosistema poético-musical cuyo origen se remonta ya a fines de la Conquista y en él se inscriben el canto a lo humano y a lo divino, así como la paya, bajo una matriz común de formas versales y entonaciones. Siendo estos tres géneros bien diferenciados, comparten entre sí las melodías, el estilo del canto y, por supuesto, la décima, entre otras métricas.

La paya es el canto de improviso dialogado, en contrapunto; diríamos que es el despliegue del tiempo en su calidad de instante, en acto presencial aquí y ahora, hic et nunc. El canto a lo humano y a lo divino, por otro lado, son las dos caras de una misma moneda: el primero poetiza el tiempo profano y el segundo, el tiempo sagrado, en versos aprendidos de memoria, cantados una y otra vez en las instancias que les son pertinentes.

Me atrevería a decir que una de las razones de por qué en Chile floreció el cultivo de la décima se explicaría por una fuerte tradición del «verso» a lo humano y a lo divino, género poético importado desde la Edad de Oro española basado en la glosa en décimas a partir de una cuarteta, estructura que aquí en Chile se le aportó una quinta estrofa o «despedida», a modo de conclusión del tema desarrollado o de alusión contextual en que se desarrolla el verso, llámese la circunstancia fonda, chingana, novena o vigilia, o simplemente una reunión de amigos con deseos de compartir y canturrear.

Es creencia que la glosa, llamada aquí simplemente «verso», fue traída por los jesuitas como herramienta de evangelización, en un mundo donde la circulación del libro era restringida, más aun la Biblia, y donde los niveles de escolarización eran muy precarios para las primeras generaciones mestizas. Francisco Antonio Encina, en su Historia de Chile, nos cuenta que ya en los primeros años del siglo XVII había niños que decían versos a lo divino, aprendidos en las clases de los primeros jesuitas que llegaron poco antes de que terminara el siglo XVI, según las fuentes de que se vale.

Si así fue, piénsese que tras la expulsión de la Compañía sus semillas ya eran frondas vigorosas: el pueblo ha grabado las Sagradas Escrituras en la memoria con un molde conocido e interiorizado, es decir, en «versos», interminables ristras de décimas, trenzadas en la glosa.

Sin tener muchos antecedentes históricos, más que los anales de todo misterio, podemos deducir que se formó naturalmente una verdadera escuela poética, como aquellas que permitieron la creación de una Ilíada, o del Kalevala, o del Diyenís Akritas, o de la Chanson de Roland, o del Cantar del Mío Cid, o del Popol Vuh, o del Chilam Balam. Porque Chile aún está en la etapa aédica (recogiendo esta observación y concepto de una conversación con Maximiano Trapero) que un día dará forma más depurada a las historias bíblicas, las hagiografías y todo lo que recoja la sensibilidad popular en torno a su fe y creatividad.

El cantor a lo divino en sus versos, directa o indirectamente, muchas veces se refiere a su fuente, la Biblia, con epítetos como la «Escritura Sagrada», «Testamento Viejo», «Testamento Nuevo», «Anales», «Texto Sagrado»; y en sus glosas extiende, desarrolla, recrea el texto bíblico sobre la mesa común de la palabra; pero su soporte no es la escritura (que a lo más sirve como apoyo), sino que la oralidad, aunque los adjetivos escritura, testamento, texto y anales remiten a la letra. El papel escrito se lo lleva el viento, pero la memoria es un cimiento de roca. ¿Será entonces que la verdadera escritura es la que se graba en el corazón, que es donde reside Dios?

Y la palabra del Texto Sagrado es acuñada en la memoria con el verso endecimado, décima a décima, línea a línea («vocablo» en la jerga de los cantores), con precisión, ritmo, en un complejo sistema que involucra el esfuerzo individual y el canto comunitario de la rueda de cantores.

Sí. Una rueda de cantores. Los convoca el calendario religioso: Navidad, Semana Santa, Cruz de Mayo, San Antonio, la Virgen del Carmen (Reina y Madre de Chile), San Alberto Hurtado (Padre de la Patria), Santa Teresa de Los Andes… Pero también la muerte de un niño (un «angelito»), y últimamente el velorio de algunos adultos, en especial si eran cantores a lo divino o personas que vivieron la experiencias de las vigilias a lo divino o cuyos deudos lo solicitaron.

Quien organiza el canto se ocupa de preparar el altar, con sus manteles y encajes, adornado con flores, velas y cirios; dispone las sillas a su alrededor donde se sentarán los cantores con sus guitarras y guitarrones; costea la atención que brindará a los asistentes en alimentos y bebestibles. El organizador se prepara un año para este evento, cumpliendo una promesa consigo mismo y con Dios, como lo hace el amigo Amable Morales, que se trajo la novena a la Virgen del Carmen desde la casa de sus padres en el campo a Santiago, en la comuna de La Florida, donde en la noche no falta la cazuela de pavo, el vino y el pan, el aguardiente, todos signo del cariño y la devoción, porque es una fiesta, una entrega; y al día siguiente se canta a lo humano entre asado, cantos y baile.

A lo divino hoy se canta también en algunas iglesias, desde comienzos de los años 70 del siglo pasado, por gestión del sacerdote catalán Miguel Jordá. La curia católica chilena recién está conociendo esta tradición y aceptándola tras el espíritu que quedó luego del Concilio Vaticano Segundo y la visita del Papa Juan Pablo II a Chile en 1987, cuando cantó ante él Juan Pérez Ibarra el salmo 150 versificado en una décima:

Alabad al Padre Dio’
con sonoros instrumento’,
alabad su firmamento
con lo que nos entregó.
Alabadlo con la vo’
como el ave ën su vuelo:
Alabadlo con pañuelo’,
con las danzas y tambores,
y como los reverdores
que se ofrecen a los cielo’.

Alabad con guitarrones,
con trompetas y bocina,
el salterio ya se empina
a tocar bellas razones.
Alabad con acordeones,
con pandero y con tambor,
como el alba en su frescor
alabadlo con platillo’,
como trina el pajarillo
por ser obra del Señor.

Emblemáticas son las vigilias de canto en el Santuario de Lourdes, el Templo Votivo de Maipú y el encuentro de Loica, pues son instancias donde llegan más o menos un centenar de cantores. Hay que agregar que el hecho de que la Iglesia disponga las condiciones para la prosecución de esta tradición apuntala bastante, porque no todas las familias pueden costear económicamente una fiesta como esta, aunque en las iglesias y parroquias solo se canta a lo divino, no a lo humano.

Pues bien. Una vez preparado todo para la vigilia, se dispone el ruedo. El altar completa el círculo. Los oyentes se ubican detrás de los cantores. Lo primero es saludar, como lo hace cualquier parroquiano que llega a la casa donde es invitado. En el extremo izquierdo, un cantor hace de «cabeza de rueda». Canta una décima, la primera de la noche:

Saludo primeramente
a la Virgen tan hermosa
y a su Niño, blanca rosa
del jardín omnipotente.
Recíbanme este presente
cultivado con talento:
Fuego, tierra, mar y viento;
alma, vida y corazón;
tiempo, lugar y ocasión;
tinta, papel e instrumento.

Esta décima ya nos indica que el motivo de la vigilia que se vivirá reside en la Virgen María. En una primera vuelta de la rueda cada cantor entonará una décima con estas características, es decir, una décima (o «pie de verso») de saludo, de introducción. Y destaco dos secciones en esta estrofa inicial con itálica y negrita.

Las últimas cuatro líneas corresponden a una cuarteta o copla de la tradición, rastreable muchas veces en antiguos romances, variantes de otras coplas que viven en otras regiones del idioma, pero naturalizadas en la inspiración y bagaje del poeta o cantor. Esto se llama encuartetar un verso, que no es otra cosa que endecimar la copla que se glosará en las siguientes vueltas del canto.

Las primeras seis líneas ponen en situación el verso. Aluden muchas veces al lugar donde se canta, a los dueños de casa, a una emoción en particular, etc. Esta parte del saludo suele ser improvisada por lo mismo, para poner en contexto el verso según la ocasión, o se trabaja con una matriz formulaica en caso de que el cantor no cultive la improvisación, o la compone con anterioridad.

Esta es la primera llave de una rueda de canto a lo divino: un saludo que contiene la copla a glosar como exvoto y a la vez basamento, pues en estas palabras se encierra el tema a desarrollar. Desde sus cuatro líneas o vocablos se levantarán los cuatro pilares de una construcción poética llamada «verso» o «glosa», en cuatro décimas.

Si la rueda tiene doce cantores, como los doce apóstoles, las doce tribus de Israel, las doce horas que marca el reloj, los doce signos del zodíaco; serán doce décimas de saludo, cantadas de izquierda a derecha, en sentido opuesto a las manecillas del reloj, hacia el oriente de la rueda, del mundo, conjurando el amanecer. Porque se canta hasta que la aurora despierta. En un sentido mítico, los versos y el canto construyen la luz que vendrá, la luz del mundo, gestada en el canto inspirado.

El segundo cantor podría entonar esta décima:

Virgen Santa del Carmelo,
hoy te vengo a saludar
y he llegado hasta tu altar
a cantarte con anhelo.
Vientre de puro consuelo
donde la ensoñación trina:
de una madre tan divina
vide doce hijos nacer,
fueron por la omnipotencia
todos de un mismo poder.

Se repite el mismo fenómeno anterior, salvo que la cuarteta no es redonda, tiene consonancia solo en los vocablos pares: poder y nacer. Esta décima inicial del verso encuartetado, esta décima de saludo, tiene como misión no más que encuartetar la copla desde el punto de vista de la métrica, ponerla en una décima, y colocar en situación el fundado (o fundao), el tema, signado por la cuarteta. No es obligación que sea una décima espinela, eso quedará para la glosa, para los pies del verso.

Hay que destacar que a esta cuarteta o copla también se le llama «fundado», porque en sí misma está contenido el tema a desarrollar, es una matriz, un útero poético. Y en el último ejemplo es claro: de una madre tan divina alude fácilmente a la Virgen María; en la cuarteta anterior no es tan evidente, pero el genio creativo puede direccionarla hacia el sentido que se ha predeterminado antes. En Chile hay muchas coplas dedicadas a la Virgen, y que son glosadas tanto a lo humano como a lo divino:

A tus plantas, Virgen pura,
tus devotos han venido;
rendirte culto han querido
por tu gran bondad y ternura.

Del tronco nació la rama,
y de la rama la flor;
de la flor nació María,
y de María, el Señor.

María, la más hermosa
en la tierra y en el cielo,
es del hombre su consuelo,
divinidad milagrosa.

María, siendo un joyel,
permaneció varios días
en casa de Zacarías
donde su prima Isabel.

Pero volvamos a la rueda de canto. Tras saludar, vendrán cuatro vueltas más de décimas cantadas, las que corresponden a la glosa, cada uno de los cantores desarrollando su copla o cuarteta en una idea poética. Pero al concluir las cuatro vueltas, se completará el verso con el canto de la «despedida» del mismo. Entona así, por ejemplo, el cabeza de rueda:

Por fin, Estrella Oriental,
varillita de romero,
nació de tu reverbero
la gracia del Eternal.
Esta noche es germinal
para que mi Dios recuerde.
Debajo de un limón verde
donde el agua no corría
le entregué mi corazón
a quien no lo merecía.

La Virgen es la estrella de la mañana que anuncia el nacimiento del sol sobre el mundo, preñada de la salvación. El cantor ha encuartetado en la despedida la copla que se glosará en el siguiente verso. Los compañeros de la rueda, al escuchar esta despedida, ya saben que el siguiente fundado o tema a cantar es por la creación del mundo. ¿Por qué? Porque la copla lo dice, en la tradición se han compuesto muchos versos por la creación del mundo con esa copla. Cada uno comienza a endecimar su copla en su respectiva despedida para cantar por el Génesis o la Creación, sea improvisando las seis primeras líneas o cantadas de memoria. Aquí, algunos ejemplos:

En un jardín deleitoso
hay una princesa bella,
viven y corren por ella
cuatro galanes hermosos.

Antes de que nadie hubiera
ya existía el Padre eterno,
gloria había, mas no infierno,
y todo
tinieblas era.

Antes que amanezca el día,
oh, mi Dios, enhorabuena,
déjame alguna dulzura
para desechar mi pena.

Aquí se cierra el primer ciclo de décimas. El primer verso tiene seis pies de décimas: el saludo, la glosa y la despedida. Luego vendrá el segundo verso y los que se alcancen a cantar durante la noche, desde la Creación al Apocalipsis, todos con cinco pies de décima: la glosa y la despedida, encuartetando cada vez en la despedida el verso siguiente.

Cada despedida es la pausa entre verso y verso, posee un tono y temple distintos al resto de la glosa; es la instancia donde el cantor aparece con su propio «yo poético», se muestra en la palabra cantada ajustado a sus propios límites para volver a alzar el vuelo en el verso siguiente. Y es común que incorpore al inicio de las despedidas ciertas frases o fórmulas que provienen de las tonadas, como los «cogollitos», que le sirven de cuña para ingresar una idea:

Se ordena la despedida,
cogollito de azucena,
para matarnos la pena
Jesucristo dio la vida.
*
La despedida se ordena,
cogollo de toronjil,
Herodes, tirano vil,
dio a los niños su condena.
*
Y por fin para que cuadre,
varillita de sarmiento,
regresó el pródigo hambriento
al cariño de su padre.
*
Al final el hombre nace,
cascarita de limón,
Dios hizo la Creación
porque sabe lo que hace.

En algunas zonas de Chile, como en Aculeo, la función del cabeza de rueda se traspasa de verso en verso al compañero de al lado, por lo que la elección del fundado se comparte durante la gesta del canto. Y aunque la mayoría de las veces cada cantor canta con su instrumento y la melodía de su gusto, en Aculeo se estila también que cada verso sea acompañado por un solo tocador y una misma melodía para todos. Al cambio de verso, se cambia de tocador y de melodía. Es otra modalidad, pero parte también de la tradición.

Tenemos que la ejecución de un canto a lo divino es un verdadero rosario de cantores, versos y melodías, como si Dios orara con este collar de cuentas, y las décimas poblaran su silencio infinito e insondable. Cada cantor entra en este numen divino, en el trance de la música y la poesía, inspirado y arrebatado muchas veces, en una soledad comunitaria.

Esto en cuanto a la performance del canto a lo divino. Otro aspecto a destacar es la memoria, algo que ya atañe al oficio del cantor, su capacidad mnemotécnica. Debo reconocer que cuando aprendí a cantar a lo divino, para estar a tono con los más antiguos cultores, compuse y memoricé decenas de versos, vale decir, decenas de glosas. Tardé un mes en componer y memorizar todo lo que compuse. Pero rápido se memoriza y rápido se olvida. Todo requiere su tiempo, y la memoria también.

Es fácil memorizar una décima, fácil memorizar un verso, y fácil memorizar versos por distintos fundados. Lo difícil es mantenerlos durante la vida. Hay que cantarlos constantemente, mascullar las palabras en los intersticios de lo cotidiano, que estas décimas fluyan en la mente y el corazón como las aves migratorias, que vuelven cada cierto tiempo perfectamente formadas en su vuelo; como las hojas que caen en otoño, renovando la fronda del mismo árbol, o como aquellas hojas perennes, que no caen de sus ramajes pero que en el mismo se fortalecen; o como el agua de los ríos que va a dar a la mar, pero no por eso el río deja de ser río, así se ahonda el cauce de la creación poética, conservando y renovando, haciendo huella en la vida.

Podría pensarse que ser cantor a lo divino implica una tarea titánica, cuyo proceso obliga a vivir en función de, y exclusivamente, mirando el lado sagrado de la vida, apartado de todo el resto mundano. No es así. Esto no es obra de la fuerza de los cíclopes, sino de la paciencia, la disciplina, la humildad y la prolijidad. ¿Cuántas gotas hacen un mar? ¿Y podemos decir que el mar es agua estancada? Domingo Pontigo compuso un libro de versos llamado El Paraíso de América, la historia de Chile en décimas. Cada mañana, mientras iba a su labor de agricultor frutillero en San Pedro de Melipilla, trabajaba en su mente una idea que a mediodía ya era una décima, la que memorizaba en la tarde, para ya escribirla en un cuaderno al llegar a su casa entrando el ocaso. No basta saber desarrollar una décima, no basta componer el verso, no basta memorizarlo, si no hay un compromiso para que estas palabras sean compañeras del cantor, y el cantor, amigo de ellas: caminar con los versos, compartir el pan juntos.

Una noche del año 2002, en La Casa del Peregrino, dependencia del Templo Votivo de Maipú, escuché la siguiente conversación entre cantores, tal vez eran Miguel Huerta y Agenor Quintanilla, no lo sé, mi memoria fantasea:

M.H.: Hacía tiempo que no salía a cantar. Tuve que repasar los versos. Se me habían ido.

A.Q.: Si no se cantan, se van. Pero vuelven ligerito al primer llamado, si uno los principia bien. Pero si no se acuerda, componga otros y se acabó el problema.

M.H.: Sí, lo he hecho. Lo malo es que cuando me aprendo un verso nuevo los antiguos se me van olvidando.

A.Q.: Oiga, es la pura verdad. Yo ahora me sé los puros versos nuevos. Del año 65 pa’trás no me acuerdo de ni uno.

A veces un cantor, al recordar un verso, se le escapan uno o dos pies (o décimas), y tiene dos opciones: dejarlo así o volver a componer el que le faltaba, a no ser que aparezca otro cantor que se sepa el mismo verso, pero completo, y le entregue el pie que le falta, o aquel vocablo que se le escapa. Y sucede que también esa décima que faltaba el otro cantor puede que la haya compuesto de su ingenio o venía así de quien la aprendió. Y si uno está cantando en el ruedo, y de pronto se va de la memoria una parte del verso, para no dejar de cantar, se compone ahí mismo, mientras dura la rueda, o se improvisa si se tiene las condiciones. Mientras canta la rueda, esperando el turno, cada cantor está atento a los versos de los compañeros, pero también repasa su propio verso. De ahí el que podamos inferir que el canto a lo divino vive un intenso y hermoso proceso aédico, es decir, de escuela, de oficio, de creación vital. Así como la Ilíada aparece en un trasfondo de ciclos homéricos, la futura Biblia del Pueblo ya cuenta con un terreno fértil en ciclos bíblicos.

Ahora, ¿qué valor tiene que el Texto Sagrado, las hagiografías y devociones se actualicen en un soporte como el canto a lo divino, cuyo eje es la décima? No es solo transcribir la Biblia a décimas, a versos glosados. Toda transcripción implica un valor agregado, necesariamente, ¿pero cuál es este valor?

Todo canon es una sacralización, la instauración de una distancia cada vez mayor entre una verdad y la experiencia de esa misma verdad a nivel personal y comunitario. Y cada religión basamenta esta sacralidad en su propio libro sagrado. La Biblia es un canon por antonomasia. Y para cada nueva generación que vive bajo las mismas creencias, la verdad vivencial de la revelación originaria será de vez en vez más mediatizada, alejada de su sentido. Dios vive en su Palabra, no en el canon que han hecho de ella: la realidad bulle más intensa que el lenguaje normado, tiene más densidad que cualquier campo semántico.

En la Creación del mundo, no equivale decir «Y vio Dios que era bueno», a «porque Dios sabe lo que hace». El cantor a lo divino expresa a su pueblo en cómo experiencia a Dios: si Dios vio que era bueno lo que hacía, no es porque sí, no es gratuito, porque sabe lo que hace, no improvisa; así como tampoco lo hace un zapatero, un carpintero, un albañil, un agricultor, porque cada uno actúa desde su oficio, por el respaldo de un saber heredado y aprendido, una tejné, ¿y qué mayor sabiduría que la de Dios? Es solo sentido común, que no es lo mismo que el común sentir.

También encontramos conceptos teológicos, no explicados, pero sí compartidos desde la experiencia estética:

Cuando nació el Increado,
María otra vez doncella
quedó de esa noche aquella
por amor inmaculado.
El pastor arrodillado
veneraba aquella santa
imagen de la concordia,
pues no sabe de discordia
quien temprano se levanta.

Este pie de verso viene de una copla de Arnoldo Madariaga Encina:

No hay más justicia que Dios
ni cantor como el que canta,
quien temprano se levanta
sabe bien que amaneció.

El Niño Jesús ha nacido, no fue creado, porque siempre ha sido en el Padre, y nacer es encarnar en aquella que seguirá siendo virgen aun después del parto.

Pero hay dos fundados que quiero poner en relieve, por el nivel de compenetración del cantor con lo que está cantando, a un punto tal de desdoblarse en su yo: El Hijo Pródigo y el Despedimento de Angelito. Por el primero, hay muchos versos, y en alto porcentaje relatados en primera persona; es la parábola que registra el Testamento Nuevo en boca de Jesús:

Yo soy el pródigo hambriento
que le ha gastado la herencia,
y por mi mala experiencia
es que hoy día me arrepiento.
Si me faltó el alimento
me ocurrió por desprolijo,
y tras padecer me fijo
que he pisoteado su amor:
justo es que me dé rencor
porque yo no fui un buen hijo.

Le he dado vueltas a este asunto porque este tema es uno de los preferidos de muchos cantores y le guardan una consideración especial. La historia posee el suficiente dramatismo como para emocionarnos, pero a veces pienso que todos hemos sido hijos pródigos, de un modo u otro, buscando la vida con altanería e indolencia hasta que viene la caída y el recuerdo del hogar. Pero al escucharlos cantar, y esto es mera especulación, pienso que varios de estos nobles cantores y poetas relatan una experiencia personal o muy cercana, o eso pareciera. Los más antiguos se criaron y crecieron en fundos, en los campos, como hijos de inquilinos o medieros, y al salir en busca de su destino quizá por cuántas tribulaciones pasaron, expuestos a la soberbia del más poderoso, o explotados sin amparo de nadie. No lo sé. Pero hay una fibra personal en estas poetizaciones, que generalmente se prefieren cantar como último verso cuando ya termina la vigilia de canto a lo divino. Sin duda, la historia del hijo pródigo es el relato de un triunfo, un triunfo de Dios en el hombre y del hombre en Dios.

En cuanto al Despedimento de Angelito, versos o glosas que se cantan a un niño de hasta 5, 6 o 7 años fallecido, es una de las instancias más fuertes para los cantores. Estos versos no están dedicados a la criatura que se está velando: es el propio niño quien se despide en décimas. El cantor le presta su voz al angelito para que este se despida de todo lo que no podrá gozar, pero es un despedimento amoroso, cargado de esperanza para todos aquellos que quedan en esta vida, como sus padres y padrinos o sus hermanos: será un ángel que intercederá ante Dios por sus seres queridos. Un par de veces me ha tocado cantar en velorios de angelito:

Adiós, leche que mamé
desde que yo fui mortal,
adiós vientre virginal,
seno donde me crié.
Adiós, católica fe
del Hacedor Unitrino;
adiós, altar diamantino,
digo con gozo y ternura,
al ir a la sepultura
adiós madrina y padrino.

Adiós, clavel fulgurante
de los jardines y prados;
adiós, los acompañados,
me despido en este instante.
Adiós, hermanito amante,
no llore, tenga consuelo;
y por mí no tengan duelo
aunque se apague la luz:
en el nombre de Jesús
adiós que me voy al cielo.

La madre, el padre, los deudos, ya no solo lloran por esta triste pérdida: cada décima de despedimento les arranca más lágrimas. El cantor, prestándole su voz al angelito, ayuda a que la familia exteriorice la pena, que esta no se quede en el corazón avellanando el alma, porque hay que seguir viviendo.

Una vez, Santos Rubio, ciego desde poco después de nacer, nos contaba que había tenido un sueño:

Sentí en el sueño que unos niñitos me tomaban de la mano y me hacían ir con ellos. Y yo caminaba por un lugar muy bonito, pero al principio estaba inquieto, porque no sabía dónde estaba ni hacia dónde me llevaban. Y estos niñitos me trataban como que me conocían de siempre, y se reían. No sé cuántos eran, pero los sentía a todos alrededor mío. Entonces les pregunté que adónde me llevaban, y me dijeron que a jugar. —Yo no los conozco, pero parecen que ustedes a mí sí —les dije. —Santitos —me dijeron—, pero si nos conoce a todos, ¿o no se acuerda que nos cantó a cada uno?

Santos se fue el 24 de mayo de 2011, a las 7:30 de la mañana. Le prestó en su vida a muchos angelitos su voz, pero estos le dieron sus alas.

(Ensayo publicado en: Trapero, Maximiano (compilador). Yo soy la tal espinela. La décima y la improvisación poética en el mundo hispano. Mercurio Editorial: Madrid, 2014).