Por Juan Medina Torres.- En enero de 2017, por primera vez, el discurso de apertura del Foro Económico Mundial de DAVOS estuvo a cargo del Presidente de China, Xi Jinping.
Las palabras del líder del país comunista más grande del mundo, fueron consideradas por los analistas políticos como una lección en materia de libre comercio. “Debemos seguir abogando por el libre comercio, realizar inversiones a nivel global y promocionar la liberación económica”, dijo Xi en esa ocasión.
Ocho años después, el 22 de febrero del 2025 China llamó a los Estados Unidos a respetar las leyes de la economía de mercado y dejar de “politizar y militarizar” las cuestiones económicas y comerciales, como respuesta a la nueva política económica establecida por Washington.
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El economista francés del siglo XVIII y la China de Xi Jinping
Desde 2017 hasta hoy ha sido un tiempo de fuertes convulsiones económicas, donde las dos grandes potencias han mostrado sus diferencias y China, paulatinamente, ha ido consolidando su liderazgo a nivel internacional como país importador, exportador y líder financiero.
Así, en los últimos años China se ha constituido en un socio comercial prominente a nivel mundial y, en forma especial, en América Latina, donde es un actor importante en la reconfiguración de la dinámica económica de la región.
En el año 2000, las exportaciones latinoamericanas a China eran menos del 2% y hoy superan el 30%.
Impulsado por los logros internacionales, Xi Jinping sintetiza su estrategia comercial en la construcción de la nueva ruta de la seda, que se expande por todo el mundo, incluyendo América Latina, y cuyo propósito es acelerar su comercio y asegurar su crecimiento.
Es un plan futurista con muchas críticas económicas y políticas, por cierto, pero al cual se han unido, hasta ahora, veinte países latinoamericanos.
Para Xi, la ruta de la seda busca generar “importantes aportes y una mayor conectividad entre Sudamérica y China”, según expresó en la inauguración del puerto peruano de Chancay.
Indudablemente que el vacío generado por Estados Unidos en América Latina, le ha permitido a China desplegar su estrategia de inversiones y préstamos en la región, acompañada de una narrativa no injerencista, es decir no condiciona su apoyo económico a un determinado sistema político.
Le da lo mismo negociar con tiranías como Venezuela, Cuba, Nicaragua, o con democracias como Chile o Brasil. “No importa si el gato es negro o blanco, mientras pueda cazar ratones es un buen gato”, expresó Deng Xiaoping en 1962 ante el Comité Central del Partido Comunista chino.
Así demostraba el pragmatismo de la política económica de China en el mundo y especialmente en nuestro continente, donde su influencia es multidimensional, es decir, no sólo busca crear vínculos económicos sino crear apoyo para sus aspiraciones geopolíticas como potencia mundial y regional.
En esa línea hemos observado cómo, últimamente, países de América Latina que mantenían relaciones con Taiwán han ido rompiendo relaciones con la isla.
Es cierto que el comercio de China, durante los últimos años, ha registrado un superávit para América Latina. Pero el aumento, por parte de la potencia asiática, de productos manufacturados de bienes de consumo e intermedios, ha creado una competencia a las producciones nacionales, reduciendo el superávit hasta generar balanzas negativas. Como consecuencia, los pocos países que mantienen un superávit comercial con China, como Brasil se muestran renuentes de conceder a China un mayor acceso al mercado doméstico.
Por el momento, estas asimetrías comerciales, generan preocupaciones sobre la capacidad de las economías latinoamericanas para sostenerse. Algunos analistas consideran que la dependencia de exportaciones de materias primas, por ejemplo, puede dejarlas vulnerables a las fluctuaciones de precios.
Indudablemente las inversiones chinas en América Latina generan controversias. Mientras algunos advierten que China aprovecha las esperanzas y necesidades de sus socios y ejerce prácticas de negociación y contractuales a menudo depredadoras; otros, como Enrique Dussel, investigador mexicano, creen que China busca en América Latina, asociaciones estratégicas integrales a largo plazo, más allá de los gobiernos de turno y para ello ofrece un portafolio de opciones.
“Si te interesa el ping-pong te ofrezco ping-pong; si quieres tecnología 5G… te ofrezco tecnología 5G. Si quieres un tren rápido, un puerto, un satélite, un préstamo o un Instituto Confucio… aquí lo tienes», dice Dussel. Finalmente son los países de la región los que deciden qué parte del portafolio desean.
Frente a esas declaraciones, hay que reconocer las aspiraciones de desarrollo de nuestros países donde las inversiones chinas en proyectos de infraestructura, energía y telecomunicaciones son muy importantes porque ayudan a cumplir esos propósitos y generan beneficios económicos.
Así, China se muestra como un socio convincente con el que se puede negociar mediante acuerdos comerciales.
Sobre Chile
Chile es el segundo país de América Latina que más exporta a China y el segundo de los países que tienen un mayor superávit comercial.
En 2023, las exportaciones chilenas a China superaron los US$43.000 millones, con un superávit de US$23.000 millones, según los datos de la Administración de Aduanas de la República Popular China.
El gigante asiático es el principal socio comercial de Chile y el cobre (en bruto y refinado) es el principal producto que exporta Chile hacia China, según datos del OEC.
Otro producto destacado son las frutas. Chile es el principal exportador a China, mientras que China le vende a Chile equipos de transmisión, computadores, motores eléctricos, entre otros productos.
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