Por Alvaro Medina Jara.- En medio de un inminente juicio político (impeachment) y con miras a la reelección, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenó el asesinato de uno de los líderes militares iraníes más importantes, en un ataque remoto ocurrido en el aeropuerto internacional de Bagdad, en Irak, en lo que ya se vislumbra prácticamente como una declaración de guerra, encendiendo las alarmas en todo el mundo.
Qasem Soleimani, comandante de la Guardia Revolucionaria iraní (considerada una organización terrorista) y considerado el segundo en el poder, por debajo del ayatolá Alí Jamenei, fue asesinado junto a otras seis personas en la madrugada a través de un ataque con drones a su caravana de automóviles.
Trump fortalece el frente interno
Así, una lectura amplia podría apuntar a entender la jugada de Trump como un movimiento orientado a fortalecer el frente interno, por varias razones. Primero, fortalece la figura del presidente justo cuando la Cámara de Representantes estaba por enviar los artículos del impeachment al Senado de EEUU y, segundo, lo posiciona como líder militar (es el “líder que da las órdenes”), en un momento en que se inician las recaudaciones para la reelección. Un tercer elemento interno es que el mandatario norteamericano toma la decisión del ataque de motu proprio, sin consultar al Congreso, cuerpo colegiado que más allá de críticas en medios de comunicación, no ha sido capaz de reaccionar todavía de una manera fuerte, organizada e institucional.
Es cierto que Trump ha mantenido siempre la tensión, generando una “guerra virtual” permanente, desde el inicio de su mandato, aunque hasta aquí la atención se había mantenido en Asia. Primero, con Corea del Norte y luego con China. En ambos casos, los problemas habían tendido a diluirse con el tiempo, e incluso ya se había anunciado que la guerra comercial con Beijing iba a tener una suerte de tregua en enero cuando se firme un acuerdo con Xi Jinping. Trump, por lo tanto, necesitaba otro enemigo, y claramente Irán es uno bastante creíble.
El secretario de Estado, Mike Pompeo, ha repetido dos frases desde el ataque: una, que Soleimani representaba una amenaza “inminente” para EEUU, aunque nunca señala con exactitud qué tipo de acción se esperaba del asesinado líder militar iraní. Y el otro argumento, es que se han visto imágenes de iraquíes “bailando” en las calles tras la muerte de Soleimani. Es decir, se valida la falta de argumentos bajo la perspectiva del “secreto” y la legitimación por la reacción de la calle. Pero, más importante: la Casa Blanca siente que no necesita justificar sus acciones.
¿Por qué Soleimani?
Qasem Soleimani se había hecho famoso en Irak ya en los años 80, como uno de los entonces líderes militares más duros en la guerra que enfrentó a Irán e Irak. Estaba en este último país encabezando las acciones de apoyo en el conflicto entre Irak y el Estado Islámico, y según informes, desde esa posición, controlaba grupos de apoyo a Hezbolah en el Líbano y Hamas en Palestina, y habría sido el responsable de la estrategia de defensa de Bashar al Assad en Siria, frente a los rebeldes. También se le consideraba un hombre clave en la alianza del Medio Oriente con Estados Unidos en la guerra contra los Talibán en Afganistán
En Irak apoyaba y entrenaba a las milicias shiítas, que habrían sido fundamentales para derrotar al Estado Islámico.
Así, Soleimani es considerado el estratega que pudo aprovechar la invasión de EEUU en Irak que derrocó a Saddam Hussein y la guerra contra Estado Islámico en Siria, para expandir la influencia de Teherán (y del shiísmo) en la región.
Visto esto, los principales ganadores tras su muerte son Washington y Arabia Saudita. Colateralmente (desde el punto de vista defensivo), también Israel. Los primeros, como un eje que puede aprovechar la eventual retirada de Irán en la zona y, así, aumentar su influencia.
Esto último, en medio de un conflicto que puede llevar a una escalada hasta ahora incalculable.
¿Cómo podría responder Irán?
La respuesta de Teherán ya se anunció. Se dijo que iba a ser fuerte. Pero hay que considerar dos cosas. La primera es que Irán está acostumbrado a estar en estado de conflictos permanente y, pese a la importancia de Soleimani, no debería afectar su estructura de manera significativa. Hasta es probable que ya tenga un reemplazo con características similares.
El segundo elemento es que Irán sabe que una respuesta directa e inmediata a esta afrenta de Donal Trump sólo puede redundar en un provecho para el presidente de EEUU. Es lo que busca Trump. Una provocación siempre requiere de una respuesta.
Por lo tanto, es posible que Teherán entienda esta lógica y no responda de inmediato, al menos directamente. Quizás demore una respuesta contundente y directa, o quizás lo haga a través de ataques “laterales”, como atentados en otros países que ya temen esto, como ocurrió antes en Madrid, Londres o París. Francia, de hecho, reaccionó con temor y dijo que “el mundo hoy es más inseguro”.
Evidentemente, de inmediato habrá respuestas diplomáticas, como retiro de embajadores, cónsules y personal civil.
Por lo pronto, las consecuencias mundiales inmediatas implicarán fuertes alzas en el petróleo, a menos que Arabia Saudita aumente la producción e intente reducir los precios para asegurar una mayor posición en el mercado mundial, en un ambiente en que habrá dificultades en las exportaciones desde el Golfo Pérsico.