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Bolsonarismo, violencia y salud mental en Brasil

Por Fernando de la Cuadra[1].- En los últimos días, la sociedad brasileña ha recibido con enorme consternación las noticias sobre las diversas masacres y atentados ocurridos en escuelas del país. En la última, un hombre de 25 años atacó con un hacha a niños y niñas que se encontraban en un Jardín Infantil en la ciudad de Blumenau. Cuatro de ellos murieron y otros cinco quedaron heridos por la acción demencial de este individuo que, hasta donde se sabe, no tenía ningún motivo claro para cometer estos asesinatos. No fue un ataque premeditado contra un grupo étnico, religioso o político determinado. Tampoco existe la referencia de que el atacante haya sufrido bullying anteriormente en esa escuela o que sea un ex funcionario despedido por una causa injusta.

La pregunta más frecuente que especialistas y legos se hacen en este momento de perplejidad es qué mecanismos tortuosos se incuban en la mente de una persona que la impulsan a asesinar niños inocentes en un jardín infantil o cuáles son los efectos de propaganda que perseguiría una acción de este tipo. Si buscaba algún tipo de publicidad con esta violencia “monstruosa”, el ejecutor no ha tenido éxito. La prensa brasileña decidió casi que por unanimidad no dar mayor cobertura al asesino y a los eventuales motivos que tuvo para realizar estos crímenes bárbaros.

La decisión de la mayoría de los medios se basa en asumir las recomendaciones más recientes de connotados especialistas en comunicación, para quienes difundir y dar visibilidad a los autores de estas masacres, a sus tácticas y a sus bases ideológicas, puede servir como un estímulo para nuevos ataques. Una política responsable de los medios debería restringir al máximo posible las informaciones sobre los atentados perpetrados, de manera de negarles notoriedad o celebridad a sus autores, evitando con ello que otros potenciales asesinos o psicópatas se sientan estimulados -por el llamado efecto demostración o contagio– a imitar tales crímenes y, de esta manera, obtener publicidad en el futuro.

Lamentablemente los últimos asesinatos se suman a una serie de actos bestiales que han venido sucediendo en diversos estados del país. En el último mes ya se han reportado varios atentados con heridos y víctimas fatales, en una espiral que preocupa a las autoridades, organismos de seguridad ciudadana y especialistas en salud mental. De hecho, Brasil parece experimentar una segunda pandemia entre sus habitantes. El impacto emocional que han significado estos tres años de confinamiento, de perdidas familiares, de inseguridad laboral y miedo, han provocado un aumento exponencial del stress y de sufrimiento psíquico por parte de la población.

Según informaciones del Datasus, el número de episodios depresivos ya prenunciaba un crecimiento en la última década, pero dichos casos crecieron de forma acelerada a partir de la pandemia, con un aumento de licencias médicas por causa de trastornos ansiosos y depresivos, así como el aumento alarmante de la tasa de suicidio entre la población, especialmente entre los más jóvenes y los más viejos.[2]

Las causas de esta tragedia y de la marea de crímenes y agresiones que viene asolando al país, son ciertamente complejas y diversas, lo cual requeriría de un abordaje efectivamente transdisciplinario. No obstante, sin desconocer el carácter multidimensional del fenómeno, pensamos que un eje explicativo para intentar comprender estos terribles acontecimientos se encuentra vinculado con la onda de violencia y odiosidad que se propagó desde el anterior gobierno de extrema derecha, el cual no solo liberó el porte y el uso de armas de fuego, como también se dedicó a crear un clima de enfrentamiento, prejuicio e intolerancia entre los brasileños.

También se puede ir más atrás en el análisis y buscar las raíces de esta violencia exagerada en componentes de la estructura sociopolítica y cultural que se fue construyendo históricamente en el país desde la época de la colonia. Aquí se podrían encontrar las bases que permiten interpretar la emergencia de un odio en estado larvado, que tuvo la oportunidad de manifestarse a la luz del día con el triunfo electoral del proyecto de la extrema derecha.

Reconociendo este escenario, podemos afirmar que el bolsonarismo profundizó indiscutiblemente el surgimiento del odio y la intolerancia entre una fracción significativa de la población brasileña, estimulando paralelamente la adquisición de armas de todo tipo para la defensa personal, bajo el falso lema de que “un pueblo armado jamás será esclavizado”. Por lo mismo, desde que asumió el anterior gobierno, los habitantes de este país contaron con todas las facilidades para obtener armas de fuego. Esta preocupante situación es la que está tratando de desmontar la actual administración con muchas dificultades y enfrentando las presiones que despliegan las asociaciones de CACs (Coleccionadores, Atiradores y Cazadores), así como del fuerte lobby que ejerce la propia industria armamentista que posee muchos representantes y apoyadores en el Congreso Nacional.

En rigor, el bolsonarismo consiguió introducir el odio dentro de las familias, entre amigos y vecinos, pervirtió todos los organismos e instituciones por los cuales pasó, diseminó el prejuicio y el sectarismo al interior de la sociedad, liberó las pulsiones más nefastas y reaccionarias entre los ciudadanos, abrió las cloacas del imaginario más abyecto del pueblo brasileño. Hizo del desprecio a la educación y del odio a la ciencia su bandera durante cuatro años, transformó las políticas públicas en balcón de negocios de militares, pastores pentecostales, milicianos y diversos grupos criminales. Fortaleció la idea de que los conflictos se pueden resolver a balazos, golpes o machetes.

En medio de este ambiente tóxico y contaminante, la salud mental de los brasileños comenzó a deteriorarse velozmente, desembocando ahora en esta serie constante y estremecedora de episodios de violencia y muertes sin motivo aparente.

Un estudio reciente encomendado por la Global Health Service Monitor y ejecutado por la empresa Ipsos, comprobó que la preocupación de los brasileños con la salud mental casi triplicó en estos últimos 4 años. En 2018, solamente un 18% de los habitantes decían que tópicos como la depresión y la ansiedad eran una fuente de inquietud. El año pasado esa cifra prácticamente alcanzó al 50% de las personas entrevistadas. En parte dicho aumento puede ser atribuido a los efectos del Covid-19 sobre la población, aunque un porcentaje importante de los participantes en el estudio atribuyó su sentimiento de angustia y depresión al clima de odiosidad, polarización y violencia política experimentada durante el periodo de gobierno del ex capitán (2019-2022).

En efecto, el cuerpo y el alma de Brasil se encuentran comprometidos por este odio desatado que se apoderó de las personas y se diseminó con inusitada capilaridad por todos los rincones del país, llegando a afectar las relaciones interpersonales incluso hasta en los lugares más remotos y pacíficos del territorio. Por lo mismo, es urgente formular colectivamente políticas y programas de salud mental para toda la población que apliquen un tratamiento consistente y diseminen campañas de información permanentes que permitan construir, en el más breve plazo posible, un ambiente de convivencia sana y pluralista que le evite a la ciudadanía tener que enfrentarse nuevamente con las escenas cotidianas del horror demencial que se han vivido en estas últimas semanas.

 

Notas

[1] Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.

[2] Las cifras de óbitos por este motivo se han duplicado en la última década, según estudios efectuados por la Organización Panamericana de la Salud (OPS). De acuerdo a la misma OPS, el suicidio entre los jóvenes y adolescentes entre 15 y 29 años es la segunda causa de muerte en este grupo etario, superando inclusive los decesos producidos por accidentes de tránsito.