Por Guillermo Fuentes Contreras – Han pasado casi 90 años desde que Enrique Santos Discépolo escribió este tango y cada vez que se escucha provoca una angustia y extraña sensación de vivirlo en el siglo 21. La visión de este autor de escribir en el pasado la radiografía de una sociedad futura con un enorme desconsuelo y nerviosismo de normalizar “que hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso y estafador, Todo es igual, Nada es mejor”.
Sigamos con el tango, “pero el siglo 20 es un despliegue de maldad insolente, ya que no hay quien lo niegue”. Quién puede negar el caso convenios, la trama de corrupción que estalló en Chile sobre el traspaso de dineros públicos a fundaciones privadas a lo largo del país, con una evidente debilidad institucional, en todos sus sistemas de control interno y de gestión.
“Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”. Estamos cometiendo un delito se mencionó en el caso audio, donde señores funcionarios del servicio de impuestos internos y la comisión de mercados financieros recibían pagos para entregar información privilegiada y favores para beneficiar a señores empresarios. “Siglo veintiuno, cambalache problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil”.
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“Dale nomás, dale que va”, cincuenta y cinco empresarios organizaron una red para evadir impuestos por unos 270 millones de dólares, el mayor fraude fiscal de Chile, que equivale a la construcción de 25 Cesfam, tres hospitales de alta complejidad o más de 15 liceos. “No es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que está fuera de la ley”.
“Que falta de respeto, qué atropello a la razón”. A estos tres casos de corrupción y fraude cometidos desde junio del año recién pasado, más la corrupción municipal, los sobresueldos en las corporaciones y teatros municipales, han desaparecido más de 450 millones de dólares. No es posible normalizar el Cambalache, es necesario combatir el fraude y la corrupción, flagelo que muta permanentemente. Si no hacemos algo pronto, para los siguientes años se espera que estas malas prácticas continúen sin control.
Que este tango argentino, que nació como un conformismo de igualdad entre ser honrado y trabajador o un oportunista y sin escrúpulos, no se convierta en el himno nacional de la corrupción, el cohecho y el fraude corporativo en nuestro país.
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