Opinión

Chile atrapado entre el trauma y la consigna

Los traumas de la Unidad Popular y la dictadura sigue moldeando el lenguaje político, bloqueando la posibilidad de nuevos horizontes.

Por Hugo Cox.- En el Chile actual, pareciera cumplirse la frase “En el claroscuro aparecen los monstruos”, título del libro de Slavoj Žižek, que a su vez remite inevitablemente a Antonio Gramsci y su análisis sobre las crisis. Sin embargo, aún no se vislumbra lo que está por nacer. Lo que vemos es la prolongación de una crisis que se arrastra desde hace varios años.

Un gobierno que se presentó como el llamado a resolver dicha crisis —y no sólo eso, sino a transformarla— ha perdido esa narrativa. Como quedó demostrado en las elecciones primarias, reconocerse desde ese lugar ya no es sencillo.

Hoy asistimos a una incertidumbre en la que la centroizquierda —tanto laica como cristiana— no logra articularse, mientras que una izquierda subsumida en un discurso woke se ve dominada por un lenguaje que lentamente se agota. Este discurso se transforma en consigna permanente, cayendo en el vacío, como si evitara la creación de algo nuevo.

El mundo político debe comprender que esta crisis tiene raíces más profundas, arraigadas en la historia del país.

Para la derecha: el trauma de la Unidad Popular

El gobierno de la Unidad Popular (1970–1973), liderado por Salvador Allende, representó un proyecto socialista que buscaba cambios estructurales profundos, como la nacionalización de industrias y la reforma agraria. Mientras que muchos en la izquierda ven ese período como un intento legítimo de construir una sociedad más equitativa, la derecha —y sectores del centro— lo vivieron como una etapa de caos económico, división social e inestabilidad política.

Se enfatizan problemas como la hiperinflación, la escasez de suministros y la violencia política. El golpe de Estado de 1973 y la posterior dictadura militar suelen ser justificados por algunos sectores como una intervención necesaria para evitar que Chile se convirtiera en un Estado comunista. Por ello, la asociación de la izquierda con el “regreso” de la UP implica una amenaza percibida a sus valores.

Para la izquierda: el trauma de la dictadura y el fascismo

La dictadura de Augusto Pinochet (1973–1990) se caracterizó por violaciones sistemáticas a los derechos humanos, represión política, tortura y desapariciones. Para la izquierda, este período representa un régimen autoritario que reprimió violentamente la democracia y los movimientos sociales.

El término “fascista” se utiliza para evocar ese trauma y advertir contra tendencias autoritarias, acciones antidemocráticas o retóricas ultranacionalistas. Es una forma de destacar el vínculo histórico entre la derecha y el régimen de Pinochet, aunque no todos los partidos o figuras de derecha avalen explícitamente ese pasado.

Diferencias ideológicas y panorama actual

Más allá de las interpretaciones históricas, las etiquetas reflejan choques ideológicos fundamentales:

  • Modelos económicos:
    La derecha suele defender el libre mercado, la propiedad privada y una intervención estatal limitada, considerando que las propuestas de la izquierda conducen a ineficiencia.
    La izquierda promueve el bienestar social, la redistribución de la riqueza y la regulación estatal para combatir la desigualdad.
  • Rol del Estado y la sociedad:
    Hay desacuerdos profundos sobre el papel del Estado en educación, salud y pensiones. La derecha favorece soluciones privadas y responsabilidad individual; la izquierda enfatiza derechos colectivos y servicios estatales.
  • Cuestiones sociales y culturales:
    Temas como la igualdad de género, los derechos LGBTQ+ y los derechos indígenas también polarizan. La izquierda se alinea con posturas progresistas, mientras que la derecha tiende hacia visiones más tradicionales.

Consecuencias de la polarización

  • Dificultad para dialogar:
    Cuando los adversarios políticos son vistos como amenazas existenciales, se vuelve casi imposible encontrar puntos en común o construir acuerdos.
  • Erosión de la confianza:
    La desconfianza entre sectores políticos puede socavar la fe pública en las instituciones democráticas.
  • Apelaciones emocionales sobre el debate racional:
    El uso de términos cargados como “fascista” o “Unidad Popular” puede eclipsar debates sustanciales, apelando al miedo o a agravios históricos en lugar de fomentar un análisis objetivo.

Conclusión

El uso de etiquetas fuertes en Chile es síntoma de heridas históricas profundas, sumadas a batallas ideológicas en curso. Los traumas del pasado se invocan constantemente para enmarcar los debates actuales y deslegitimar a los oponentes. En esta realidad de claroscuros, aparecen los monstruos.

Alvaro Medina

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