Opinión

La elección que no miramos: Chile vibra con la presidencial, pero se juega el futuro en el Parlamento

La elección parlamentaria del 16 de noviembre de 2025 determinará la capacidad de gobernar del próximo mandato. Este artículo analiza su relevancia, el sistema de votación y ofrece tres recomendaciones clave para votar con responsabilidad.

Por Miguel Mendoza Jorquera.- Cada cuatro años repetimos el mismo rito: medimos encuestas como si fueran pronósticos del tiempo, diseccionamos frases de los presidenciables, contamos likes, virales y tropiezos. Y de nuevo dejamos en segundo plano la elección que determina si el próximo gobierno podrá gobernar: la elección parlamentaria.

El 16 de noviembre de 2025 no sólo elegiremos a quien ocupe La Moneda; ese mismo día renovaremos por completo la Cámara de Diputadas y Diputados (155 escaños) y escogeremos 23 senadores en circunscripciones específicas. Si hay segunda vuelta presidencial, será el 14 de diciembre. Todo con voto obligatorio para quienes tienen domicilio electoral en Chile.

Mientras los focos se concentran en la épica presidencial —quién lidera, quién cae, quién “rompe” la agenda—, la elección parlamentaria arma o desarma la mayoría que permite aprobar reformas, presupuestos y nombramientos, y en suma, cumplir el programa que hoy nos prometen en jingles de 30 segundos. La aritmética es implacable: sin votos en el Congreso, no hay reformas. Y esa aritmética se decide con un lápiz exactamente el mismo día.

Además, la forma en que elegimos al Congreso condiciona todo. Desde 2017 rige un sistema proporcional con método D’Hondt, diseñado para representar mejor a las minorías que el viejo sistema binominal, pero que también incentiva pactos y listas, y castiga a los “huérfanos” que compiten sin coalición. Traducido: tu voto a una lista bien armada puede valer más que uno a un nombre popular pero mal acompañado. Si no miras la papeleta y su equilibrio, puedes terminar eligiendo al adversario de tus propias convicciones.

Este 2025, además, la papeleta parlamentaria llega con un tablero político en reacomodo: pactos que se inscriben, alianzas que se abren o se fracturan, y negociaciones al límite del calendario del Servel. No es farándula: el orden de los nombres, la paridad, las candidaturas independientes y las “sublistas” definen quién entra. Ignorar esa ingeniería es renunciar al timón y dejarlo en manos de las dirigencias.

Por si fuera poco, corre en el Congreso una reforma al sistema político que —de aprobarse— pondría umbrales mínimos del 5 % para acceder a escaños, con el objetivo declarado de reducir la fragmentación. La Sala del Senado aprobó la iniciativa en junio y la despachó a la Cámara, mientras su detalle se sigue discutiendo en comisión. No es ley aún, pero ya empuja a los partidos a ordenar sus listas y a los electores a pensar en proyectos colectivos, no sólo en figuras. Si el país pide gobernabilidad, la pregunta correcta no es sólo “¿Quién será Presidente?”, sino “¿Con quién contará en el Congreso?”.

El voto obligatorio cambia, además, la conversación íntima que cada quien tiene con su propio escepticismo. No se trata de “si voy o no voy”, sino de cómo votar responsablemente. Y ese “cómo” exige leer las papeletas, mirar trayectorias legislativas y entender los programas con algo más que titulares. El reglamento no es romántico: quien no cumple con el padrón y la obligatoriedad se expone a sanciones que el Congreso afina por estos días; pero, más importante, quien vota sin mirar la papeleta parlamentaria puede estar regalando cuatro años de parálisis.

¿Por qué insistir tanto en el Parlamento? Porque ahí se procesan las tensiones del país real: seguridad y libertades, crecimiento e inversión, pensiones y equilibrio fiscal, salud y gestión, educación y equidad territorial. La Presidencia propone el rumbo; el Congreso define la velocidad, los frenos y las curvas. Si compramos un auto deportivo (un programa ambicioso) y lo atamos a un tráiler (un Congreso adverso o atomizado), el resultado no es épica: es la frustración conocida.

También hay un argumento cívico menos visible: al marcar tu preferencia parlamentaria no sólo eliges personas, eliges arquitecturas. Una bancada robusta y coherente reduce incentivos al transfuguismo y a la política del veto; una bancada hecha de “estrellas solas” amplifica ruidos y recompensas del espectáculo. No es casual que la discusión institucional esté empujando a fortalecer partidos y disciplinar el sistema: es una respuesta —discutible pero atendible— a una década de fragmentación.

Tres recomendaciones clave

  1. Lee la lista de tu distrito o circunscripción. No te quedes con el primer nombre: revisa quiénes van detrás y cuál es el pacto. Ahí se juega la asignación de escaños.
  2. Cruza la papeleta presidencial con la parlamentaria. Si apoyas un programa, necesitas mayorías compatibles. Votar “cruzado” por impulso puede ser una receta para cuatro años de bloqueo.
  3. Premia consistencia, trabajo territorial y capacidad de acuerdos. El Congreso no es un set de TV; es una sala de máquinas.

El 16 de noviembre tendremos muchas papeletas en la mano, pero sólo una oportunidad de ordenar el mapa político para los próximos cuatro años. La conversación pública seguirá girando en torno a la “carrera” a La Moneda —es inevitable y hasta entretenido—, pero Chile no necesita un héroe solitario: necesita un Presidente con Congreso. Si de verdad queremos que “pasen cosas”, hay que mirar donde casi nadie mira. La elección más importante no es la que llena los matinales; es la que arma la mayoría. Y esa, aunque cueste aceptarlo, no se juega en el escenario principal: se juega en la letra chica de la papeleta parlamentaria.

Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico MBA, conductor del programa Manos Libres en ElPensador.io

Alvaro Medina

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