ElPensador.io.- Estamos acostumbrados a que el vidrio sea solo una pared fría que separa un exterior de un interior, una simple concha translúcida que nos permite mirar hacia afuera. Se nos ocurre que lo bello del mundo debe estar al otro lado del vidrio.
En el medioevo nacen los vitrales como una forma de lograr que el muro trasparente que dejaba entrar la luz fuera también parte del mensaje de construcción de los templos, una forma en la que Dios podía hablar a través de la armonía de los colores y las formas. Pero después, con la magnificencia del renacimiento y, luego, de la Edad Moderna, el arte del vidrio fue perdiendo presencia.
Por eso, al mirar los vitrales del cineasta Jorge López, se recuerda el arte perdido a través de las imágenes vitrificadas, como si fuera una brillante figura de hielo.
A sus 69 años, el director de “El último grumete” ha encontrado una nueva pantalla donde volcar su visión, una donde el color toma vida a través de la luz, y ahora, con 25 obras, está exponiendo en el club Ecuestre de Cachagua.
No es un momento vano, pues este año se conmemora el Año Internacional del Vidrio, y esta es la primera exposición de vitrales colgando al viento.
La muestra ha sido valorada por importantes artistas visuales, como Arturo Duclos, quien afirmó que “los vitrales de Jorge López crean una dimensión amigable usando la técnica del vidrio arte a pequeña escala. Abordan el espacio doméstico en micro escenas de nuestra cotidianidad. Rutilantes de transparencia y poesía cromática estas naturalezas muertas oscilan entre la abstracción y el particular expresionismo del artista”.
En efecto, es como si fueran pinceladas de hielo, pero perfectamente calzadas, con una técnica de corte perfecto y armado entre vidrios transparentes.
Una silla, una mariposa, un rostro, un macetero con flores… Todas, formas que adquieren vida a través de fulgurantes colores, como una realidad hecha de pétalos, como si se mirara el mundo a través de un caleidoscopio maravilloso.