Por Carlos Cantero – Desde hace un par de décadas, promuevo una derecha con sentido social y ciudadano, comprometida con la democracia y los valores laicos y republicanos. Sé que para algunos parece utópico y otros lo creen imposible. Pero, sólo exige superar los neo-dogmatismos de Chicago y retomar conceptos doctrinarios clásicos (Grecia) de hace 4.000 años: la distinción entre bienes públicos y privados. Es lo que muchos hemos hecho, lo hice cuando ejercí cargos políticos (Alcalde) y Parlamentarios. Así lo reconoce la ciudadanía, valorando la transversalidad política, coherencia valórica y sensibilidad social.
Ante la grave crisis político-partidista hemos pagado un alto costo. Las instituciones y, peor aún, la institucionalidad, están con grave desprestigio y la política está en un vertiginoso proceso de polarización. Por lo que resulta más necesaria esta reflexión.
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Debemos hacer consciencia que la crisis en la Derecha, incluye problemas de imagen en la percepción ciudadana, la sospecha de dependencia del poder económico, de la exacerbada importancia por los bienes privados y el derecho a la propiedad privada. Pero, un desdén por los bienes y la propiedad pública (lo contrario de la Izquierda). Un énfasis por la competencia y escaso compromiso con la equidad y la colaboración. Escasa atención por la cultura y en general, por el bien común. Todas estas cuestiones son importantes en la apreciación y valoración ciudadana de la política.
Por otro lado, el sector no valora sus propios triunfos, el avance ideológico del emprendimiento, de la movilidad social en función del esfuerzo personal, de la valoración ciudadana por el orden y el progreso. No se han asumido y menos defendido relevantes avances doctrinarios. También, es nefasto ese silencio de complicidad en torno a los abusos de unos pocos, que terminó dañando a muchos.
Estas situaciones, además de la división y fragmentación del sector (multiplicidad de insignificantes partidos y movimientos), constituyen un grave riesgo, en un ambiente de creciente polarización, con una ciudadanía líquida, de gran movilidad electoral, cruzando fronteras políticas con flexibilidad, en función de la satisfacción o frustración de sus expectativas socio-económicas. Todo esto agravado por la mala selección de candidatos, lo que electoralmente obliga a elegir entre los menos malos y no entre lo mejor. Esto es de tal evidencia que, si observamos la última elección presidencial, comprobaremos que, la derecha tradicional, ni siquiera fue capaz de sostener abanderado presidencial propio.
El modelo de desarrollo enfrenta una crisis, que se arrastra por varios años, producto del dogmatismo, mal manejo y abusos, de la propia derecha. La élite política no tiene la honestidad de asumir responsabilidades y todo parece normalizado y en impunidad. Un proceso de ocultamiento, que agrava la brecha valórica y generacional, que se vive en la política, que carece de referentes y también de valores.
La élite política transversalmente se acomoda, normaliza su bienestar, pierde contacto con la realidad, deja de andar en transporte público, no frecuenta hospitales, ni escuelas públicas, no visita ni vive en espacios plenos de inseguridad, violencia, delincuencia y crimen organizado. Esto cobra sentido cuando verificamos que más de la mitad de los ciudadanos habilitados no concurren a votar en los procesos democráticos. Con miopía los partidos políticos, no se hacen cargo de la desafección y deslegitimidad frente a la ciudadanía.
Desde el retorno a la democracia (1990) en distintas etapas, la derecha abandonó su ideario, mostrándose incoherente, permisiva e inconsecuente. También, entregó la batuta política a liderazgos mercantiles ajenos, que metieron mano en lo programático, en los candidatos y financiamientos de campañas. Eso implicó conflictos, divisiones, rupturas y la emergencia de nuevos liderazgos y referentes. Durante décadas se desatendió el centro político, la clase media y los Independientes y se degradaron los bienes públicos: salud, educación, seguridad, espacios y servicios públicos, etc. agudizando las demandas.
En general, el ámbito público muestra mediocridad en la gestión, escasa consideración por la probidad, el mérito, la experiencia, la calificación profesional, las competencias políticas. No se cuida la excelencia en los nombramientos de cargos públicos, por privilegios, nepotismo, creciente corrupción. Esto se agudiza por la transversal endogamia social, cultural y política. Se ha institucionalizado el tráfico de influencias en los cargos públicos y, también, en las propuestas y concursos de oposición del ámbito público y privado. Hasta llegar a la degradante corrupción actual.
Seguiremos impulsando una derecha social con empatía, legitimando en la percepción ciudadana nuestro compromiso con: el crecimiento económico, la equidad social y la estabilidad política. El compromiso con la democracia, los valores republicanos, la vocación de integración amplia, hacia el centro y los Independientes. Espero valoremos el “momentum” político, para afianzar un sector moderno, ciudadano, con políticas públicas de sentido social, que apunten a la distribución equitativa de los beneficios del desarrollo.
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