Por José María Vallejo.- Frente al nuevo anuncio de movilizaciones para intentar impedir la rendición de la Prueba de Selección Universitaria (PSU) no cabe sino reír y llorar.
El vocero de la ACES, Víctor Chanfreau, había conminado al Consejo de Rectores una nueva postergación para el examen arguyendo que no se encuentran las condiciones óptimas para rendirlo, dados los casos de estudiantes lesionados por fuerzas policiales en el marco de las manifestaciones.
Eso es para reír, porque no se entiende y demuestra la puerilidad del argumento. En resumidas cuentas, se señala que no estarían los ánimos para dar la prueba. “Profe, no me siento bien”. Lo que es para llorar es que no se busque un argumento mejor, teniendo tanto a disposición.
Porque efectivamente esta podría haber sido la oportunidad, en virtud de las demandas sociales, de la desigualdad evidente que se vive en el país, para cuestionar un método de evaluación que tiende a consolidar la segregación.
Es un hecho que los conocimientos y las competencias académicas que busca medir de manera teórica se adquieren más en condiciones de oportunidad económica: con buenos colegios, buena alimentación, tiempo de estudio y lugar apropiado para ello. No es casualidad que, proporcionalmente, los mejores resultados año a año correspondan a establecimientos particulares pagados y, en los públicos, en general los buenos puntajes se concentra en grupos de familias específicas que han tenido la suerte de proporcionar mejores condiciones a sus hijos.
Pero en términos generales, es claro que la pobreza tiene una relación directa con los bajos puntajes y con la permanencia en la universidad. De acuerdo con un estudio de Techo, la vulnerabilidad aumenta al doble la deserción en el primer año universitario.
¿Por qué no probar con otra cosa?
La PSU es una medición que en pocos minutos busca segmentar competencias académicas, como capacidad de razonamiento, análisis y velocidad lógica. ¿Valen más esos pocos minutos que una historia de cuatro años en la Educación Media?
Hoy, ya existe un mecanismo que evalúa (y otorga puntaje) a los alumnos de acuerdo con su historia académica durante ese período. Es el NEM y el Ranking. De acuerdo con su desempeño (la tan manoseada meritocracia) y en virtud de su propio contexto social y cultural, el alumno ya sale de 4° medio con una evaluación que, sin embargo, es destruida por unos minutos de prueba de Lenguaje y de Matemáticas.
¿A quién le sirve la PSU y un sistema de postulación basado en ella, donde prima la hegemonía de las grandes instituciones?
¿Por qué no aprovechar esta oportunidad para hablar de un cambio de fondo y empezar a nivelar la cancha cuando los jóvenes están a punto de entrar a la educación superior?