Una nueva entrega de Curiosidades de la Historia nos lleva al nacimiento del rito de juramento al rey, al asumir en el trono de España la Casa de Borbón.
Por Juan Medina Torres.- Carlos II fue el último representante de la Casa de Habsburgo en el trono de España y, como no tuvo descendencia, el 2 de octubre de 1700, un mes antes de morir, nombró “sucesor… de todos mis Reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos” a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV.
Felipe de Anjou, con 17 años de edad, se convierte en Felipe V. Este nombramiento da inicio a la guerra de sucesión española entre la casa de Habsburgo y la Casa de Borbón, que luego se transformó en una guerra internacional que finalizó en 1713 con la firma del Tratado de Utrecht.
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Con la ascensión al trono de Felipe V se inicia en Chile un periodo de reformas protocolares que buscan poner en práctica la tradición del barroco cortesano francés cuya finalidad es resaltar la figura del rey.
Las autoridades locales, encabezadas por el Gobernador Francisco Ibáñez de Peralta, trabajaron durante dos meses en la preparación del rito de juras reales que se celebró en enero de 1702.
Jaime Valenzuela Márquez, en su obra: “Fiesta, Rito Y Política. Del Chile borbónico al republicano” nos comenta que a partir de ese momento:
“…las ceremonias oficiales de juras reales se llevarían a cabo consecutivamente en dos lugares diferentes de la ciudad: primero, como era tradicional, en la Plaza Mayor y, luego, en otro tablado similar levantado en la Cañada, frente a la iglesia de San Francisco, en el límite sur de la ciudad”.
“Con ello no solo se ampliaba el radio espacial de la integración urbana y social a la ceremonia; además, permitía extender la distancia recorrida por el cortejo, prolongando el tiempo de exposición de los actores del poder ante la admiración pública y, por lo mismo, la exhibición de sus lujosas indumentarias y de su respectiva ubicación jerárquica dentro del sistema”.
El informe enviado por el gobernador Francisco Ibáñez de Peralta a Madrid, indica que los festejos se realizaron durante varios días y contemplaron tres jornadas de corridas de toros, cuatro días de juegos caballerescos, máscaras, mojigangas y comedias.
Esta apoteósica ceremonia pudo realizarse y financiarse debido al auge económico experimentado por la apertura de los mercados peruanos a los productos chilenos.
Cabe indicar que estas nuevas formas rituales fueron parte de una representación política que perdurará en el tiempo y se hará sentir, de manera extraordinaria, en todos los actos protocolares futuros que tuvieron relación con el Rey o la Reina. Fueron, en definitiva, una forma política mediante la cual las autoridades locales se comprometieron y dedicaron a implementar el proyecto absolutista que poco a poco fueron poniendo en práctica los borbones en América.