Por Juan Medina Torres.- Es verdad que el vino forma parte de nuestra tradición cultural y patrimonial y ha sido fuente de inspiración para numerosos poetas, cantores y diversos artistas nacionales.
Su historia se remonta a la llegada de los españoles a nuestro territorio y durante la primera época de la conquista, según Miguel Luis Amunátegui en su obra El Cabildo de Santiago, “hubo escasez de vino en Chile. Faltó para remedio. Faltó hasta para decir misa. Fue preciso importarlo de España. Posteriormente se plantaron viñas, que produjeron un excelente caldo”.
Amunategui agrega que “españoles e indios eran muy aficionados al precioso jugo, que no habrían trepidado en proclamar, como un poeta pagano, la sangre de un dios. Todos lo compraban sin regatear y lo bebían con avidez; pero había escrúpulos en la materia ¿Cómo medirlo para venderlo?”.
Y aquí viene el problema, porque en esos años no existía la medida del litro para los líquidos. Además, Felipe II había ordenado la unidad de pesos y medidas en sus vastos dominios donde solo debían usarse la medida de Toledo y la vara de Castilla. Vara había en Chile.
A fin de cumplir con lo establecido por el Rey, se ordenó traer desde Lima una medida para líquidos con todas las certificaciones del caso. Así lo relata el acta del Cabildo de Santiago del 25 de febrero de 1574, en la cual se acordó enviar a Lima a buscar la medida establecida por la ley. Cabe señalar que una arroba de vino equivale a 16,133 litros.
El trámite para cumplir con lo solicitado lo hizo el mercader Francisco Páez de la Serna, quien trajo desde la ciudad de los Reyes media arroba fiel, hecha en cobre y sellada con el padrón de esta ciudad, con una asa y la boca ancha.
Así se cumplía con lo ordenado por el Rey, para que ninguna persona de ningún estado y condición osara medir ni agua ni vino de España ni de esta tierra, sino fuere con la medida de la media arroba y que de ella se saquen y sellen otras medias arrobas conforme a ella, especifica el acta indicada.
Y como dice Amunátegui: “La voluntad soberana estaba cumplida. Los chilenos podían vivir i dormir tranquilos. La chicha i el vino iban a venderse conforme a una medida legal, i a beberse sin medida”.
Lo de beberse sin medida se corrobora con algunas cifras de fines del siglo XVI. Chile, en esa época producía cien mil arrobas anuales, equivalentes a un millón seiscientos mil litros de vino y su precio era de 19 y 22 reales la arroba. La producción vitivinícola se destinada preferentemente al consumo interno y en 1794, la corona española dicto una orden real prohibiendo la exportación de vinos chilenos a Nueva España y Nueva Granada, como una forma de proteger el comercio de vinos españoles
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