Por Juan Medina Torres.- En 1765 una nueva epidemia de viruela afectó a nuestro país, según consta en las actas del cabildo de Santiago de 21 de mayo de ese año, estimándose que murieron cerca de cinco mil personas, adultos y niños.
La inundaciones provocadas por el río Mapocho el año anterior, sumado a la vida insalubre en que vivía gran parte de la población, fueron las principales causas para que la enfermedad se propagara.
Ante la crisis provocada por la enfermedad, el Gobernador Antonio de Guill y Gonzaga, junto al cabildo dispusieron diversas medidas, destacando el aporte que hizo el ayuntamiento de 500 pesos, más la obligación que se les hizo a los más ricos para que desembolsaran recursos económicos en favor de los más pobres. También se destacan iniciativas religiosas como la invocación al padre celestial a través de rogativas y novenas a la Virgen de la Victoria.
El sistema de salud existente se vio colapsado y es en ese momento cuando fray Pedro Manuel Chaparro, de la orden de San Juan de Dios, estuvo en la primera línea combatiendo la epidemia “inoculando con tanto acierto que fue el iris que serenó aquella horrible tempestad”, según lo consigna el historiador Vicente de Carvallo y Goyeneche.
Lo que hizo fray Chaparro fue poner en práctica su experimento de las inoculaciones de las pústulas de los variolosos, todo esto antes de ser médico. Lo cual fue considerado un éxito, ya que se inoculó a más de cinco mil personas de las que ninguna murió, convirtiéndose así en ser el primero en inocular la viruela en América del Sur y todo esto antes de ser médico, porque recién el 16 de diciembre 1767, el protagonista de nuestra historia entra a estudiar medicina a la Real Universidad de San Felipe, estudios que culmina el 22 de julio de 1772 con el título de doctor
En 1778 fray Pedro Manuel Chaparro presentó un plan de estudios de la carrera de medicina , el cual era muy adelantado a su época, ya que incorporaba en el primer año anatomía patológica, la idea no fue acogida y sólo se implementó en Chile el año 1881, más de 100 años más tarde.
Chaparro fue un gran observador clínico, audaz a la hora de enfrentar los problemas sanitarios de la época, cualidades que destaca Vicente de Carvallo y Goyeneche, al señalar: “No es menos recomendable este relijioso por las buenas cualidades personales que le adornan que por las adquiridas. Sus talentos son de primer Orden i su instrucción nada vulgar. Ansioso siempre del deseo de investigar la humana naturaleza es aplicado a esperiencias físico-médicas con que adelanta sus conocimientos en medicina, i por eso desean todos en sus dolencias valerse de su ciencia” (sic).
En 1805, ya estaba en Chile la vacuna antivariólica y Fray Manuel Chaparro fue su más decidido propagandista, estableciendo vacunatorios que atendió personalmente, en la Catedral, en la Casa de Huérfanos, en los hospitales San Juan de Dios y San Borja y en la Cárcel Pública.