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Curiosidades de la historia: las campanas en la vida colonial

Por Juan Medina Torres.- Durante la colonia, las campanas fijaban el ritmo de la vida. El Premio Nacional de Historia, Eugenio Pereira Salas, comenta que: “El lenguaje de las campanas se manifiesta, entonces, como uno de los soportes esenciales en la manipulación no verbal de las conciencias coloniales; y ello ocurre bajo dos aspectos: primero, como regulador artificial del tiempo urbano, y luego, como fortalecedor del poder político y de la jerarquía social”.

Indudablemente, en el Chile colonial predominaba un clima cultural y religioso dominado por la Iglesia Católica, y en este espacio geográfico con muy pocas ciudades, el tiempo público y privado de sus habitantes se movía de acuerdo al código que emitían las campanas.

Jaime Valenzuela Márquez en un estudio titulado “La percepción del tiempo en la colonia: poderes y sensibilidades” señala: “El día urbano alejado de las exigencias naturales del Chile rural era marcado por señales horarias provenientes de los campanarios. Siguiendo la tradición que desde los albores de la Edad Media había implementado la Iglesia Católica para regular temporalmente la vida conventual. Las ocho horas canónicas en que se dividía el día litúrgico marcaban a intervalos relativamente regulares la percepción del tiempo de los habitantes urbano colonial. La atmósfera cristiana inundaba todos los rincones de la ciudad y la mente. Las campanadas de laudes al amanecer anunciaban el comienzo del nuevo día y recordaban la necesaria oración matinal. Al mediodía, la sexta marcaba el intervalo de la jornada y el atardecer era signado con las campanadas del Ángelus, que recordaban a todos la Anunciación de la Virgen y la necesidad de disponer el alma para entrar en comunión con el Altísimo a una noche donde la oscuridad era símbolo del despertar de demonios y espíritus malignos. La iglesia a través de las campanas, anunciaba la protección permanente e inmanente que brindaba a los congraciados frente a sus temores existenciales, y para ello, conventos como el de las monjas capuchinas hacían oír sus maitines, a medianoche, con campanadas lentas y acompasadas que llamaban a las religiosas a orar por los que a esa hora dormían”.

Además de regular el transcurso del día urbano, las campanas indicaban cada acto litúrgico o emergencia pública. Ya fuese el envío del viático al domicilio de algún moribundo, la celebración de algún bautizo o funeral, celebraciones de semana santa y navidad, incendios, amenazas externas o asaltos. Las campanas, mediante un código simple de descifrar por su número y frecuencia, indicaban qué tipo de evento estaba ocurriendo.

Controlar el tiempo de los habitantes, establecer un mínimo de sincronismo colectivo y anunciarlo públicamente, en un lenguaje fácil de descifrar, era en definitiva, una forma de ejercer el poder. Así la campana se constituyó en el primer medio de comunicación de masas.

Con el tiempo las campanas pasaron a ser usadas por el poder civil. La campana del Cabildo, por ejemplo, junto con llamar a reunión a los capitulares o convocar a los ministros por alguna fuga de la cárcel, indicaba el toque de queda, que desde el siglo XVI luchaba por imponer un silencio policial a la ciudad a partir de las oraciones del crepúsculo. Las personas no debían circular por las calles, el comercio debía cerrar. Así lo establece el Acta del Cabildo del 13 de febrero de 1705.

Con la llegada de la República, se masificó el uso del reloj mecánico y se reemplazò el tiempo religioso por el tiempo laico.