Por Juan Medina Torres.- La historia de los campamentos o “poblaciones callampa” se evidencia en nuestro país a partir de los primeros años de la colonia en el siglo XVI.
En efecto, a pocos años de la fundación de la ciudad de Santiago el problema empezó a preocupar a las autoridades, porque los indios sometidos, que vivían al lado de los españoles careciendo de casa o solar, levantaban rucas en cualquier lugar. Primero empezaron por los ejidos de la ciudad, lugares comunes para los vecinos que se habían ubicado especialmente en la ribera del río Mapocho. En 1586, los indios yanaconas levantaron en ellos numerosos rancheríos. El cabildo ordenó que fueran retirados. Luego continuaron con La Dehesa del Rey, donde levantaron numerosas rucas.
En el siglo XVII, el problema se trasladó al centro de Santiago. En 1651, las monjas Agustinas eran dueñas de la manzana comprendida, entre Moneda, Ahumada, Agustinas y Bandera; después adquirieron la manzana continua que llegaba hasta La Cañada. Entre ambas manzanas existía una calle (Moneda) que las separaba. Como esa calle estaba alejada del centro administrativo y era poco transitada, numerosas personas pobres empezaron a levantar ranchos en medio de ella.
El problema dio lugar a numerosos reclamos al cabildo de la época. La solución solo llegó cuando las monjas Agustinas cerraron la calle y se apropiaron de ella, pero en 1681 se levantó otro campamento o población callampa en la plaza de San Saturnino, a orilla del cerro Santa Lucía, y en la puerta misma de la iglesia de ese nombre. Los moradores de ese campamento eran negros y mulatos, esclavos de las monjas Claras. El Cabildo nuevamente tomó medidas para desalojarlos.
En el siglo XVIII, el problema subsistía y en 1732 los pobres levantaron ranchos en plena Cañada, actual avenida Bernardo O’Higgins. El cabildo nuevamente se opuso y ordenó su desalojo. Investigadores de la época señalan que una de las causas sociales de esta situación obedecía a que los españoles se negaban a albergar en sus casas a los indios sirvientes o esclavos, obligándolos a guarecerse en cualquier lugar durante la noche.
La pobreza y migraciones agudizan el problema en el siglo XIX. En enero de 1839 el Ministerio del Interior le pidió a la Municipalidad de Santiago un plan de arquitectura urbana con el fin de resolver diversos problemas de urbanismo, uno de los cuales, según indica René León Echaiz, en su Historia de Santiago, “era el excesivo número de ranchos existentes en todos los sectores de la ciudad”.
En 1843 se ordenó que todos los ranchos se trasladaran fuera de la ciudad. La medida, dice León Echaiz, “solo se cumplió a medias y los rancheríos siguieron existiendo hasta en las partes céntricas de la ciudad”.
Recién en el siglo XX el Estado asume la responsabilidad de buscar una solución al problema de la vivienda frente a la urgencia del tema de las poblaciones callampas y las tomas de terrenos que se sintetiza en el testimonio del dirigente poblacional Juan Acosta el día de la emblemática toma de la Población La Victoria el 30 de octubre de 1957: “Durante doce años vivimos en los infecundos terrenos del Zanjón de la Aguada, sufriendo múltiples inundaciones y 18 incendios, sumidos en la promiscuidad y siendo nuestros hijos carne de corrupción. El presidente Ibáñez ofreció solucionar el problema en tres meses y pasaron cinco años”.
El Arzobispo de Santiago, José María Caro, pidió a las autoridades de la época suspender el desalojo y el uso de la fuerza. La principal aspiración de los “callamperos”, de permanecer en los sitios ocupados, se había cumplido.