Por María Gabriela Saldías.- Cada día es más frecuente encontrar infraestructura gris de borde costero destruida por acción de las marejadas.
El panorama habitual es el socavamiento de la arena al golpear un muro vertical construido junto a un paseo de las mismas características. El muy valorado paseo costero.
Es fácil calcular el costo económico que significa la destrucción y reconstrucción de dicho muro y terraza. Sin embargo, es necesario entender más sobre la interacción mar-tierra, esta franja variable y dinámica en que el mar toma contacto con la tierra, que es lo que se conoce como borde costero, antes de tomar una decisión.
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Históricamente y en diferentes latitudes en el borde costero se han desarrollado actividades humanas. Para el caso de Chile, al llegar los españoles, existían asentamientos de pueblos originarios que aprovechaban los recursos marinos.
Las intervenciones en el medio natural eran menores, lo que fue cambiando radicalmente con el paso del tiempo por el incremento de la población.
No obstante, la forma de ocupar el territorio está generando problemas en ciudades costeras, como son la contaminación de cursos de agua, deforestación, pérdida de biodiversidad, excesiva proximidad de instalaciones al agua, deficiente vialidad que conlleva a congestión vehicular y se podría agregar recientemente déficit hídrico.
Volviendo a las marejadas y sus efectos
Una marejada es el oleaje extremo que se manifiesta en las zonas costeras y que es generada por efecto del viento en la costa o un lugar lejano del océano. El oleaje puede afectar durante varios días a las distintas actividades que se realizan en la zona costera.
Por otra parte, se conocen como marejadas “anormales” cuando el fenómeno tiene la capacidad de ingresar a las bahías y puertos, causando daños considerables a la infraestructura costera, además de inundaciones y reducción de playas.
Alarma y expectación provocan dichas marejadas y daños a la infraestructura gris, además limitaciones en el uso del espacio. Las caminatas se vuelven peligrosas por riesgo de accidentes, acompañado a que las playas y otras áreas colindantes quedan inutilizadas.
Son cada vez más habituales los anuncios de Alerta Temprana Preventiva que entregan las autoridades frente al pronóstico de este fenómeno, todo lo cual crea un ambiente de inseguridad.
Lo anterior, sumado al incremento en el nivel del mar a causa del derretimiento de los glaciares por alza de la temperatura, vuelve necesario conciliar la vida de las personas y funcionamiento de las ciudades costeras con la dinámica propia del mar, entendiendo la superioridad de la fuerza del mar y no tratar de detenerla con un muro, adecuando la urbanización a ésta en el corto y largo plazo.
En el corto plazo significaría ampliar la franja libre desde la línea de la más alta marea (los 80 metros actuales no son suficientes y se debe considerar que la línea de más alta marea cambió). Y en el largo plazo, reemplazar los edificios y otras obras existentes que están siendo afectadas por el oleaje por infraestructura verde diseñada para recibir esporádicamente las olas.
Como medida inmediata, dejar de construir muros verticales perpendiculares a la línea de movimiento del oleaje, que han demostrado no funcionar, buscar otras formas de intervención exitosas que consideren mayor permeabilidad.
Se requiere un poco de humildad y aceptar que hay fuerzas que nos sobrepasan como humanidad y que debemos respetar y no intervenir en su contra. Se trata de la fuerza del mar.
María Gabriela Saldías Peñafiel es investigadora y académica
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