Opinión

El camino de la felicidad

Roberto Fernández recorre la filosofía y la ciencia detrás de las definiciones de felicidad, desde la filosofía a la biología, para ayudarnos a considerar la que más nos ayude.

Por Roberto Fernández.- Desde que los seres humanos comenzamos a poblar este planeta, la búsqueda de la felicidad se transformó en un objetivo esencial en nuestras vidas.

Desde los comienzos de la civilización, filósofos, líderes religiosos, políticos y más recientemente estudiosos y científicos han intentado dar respuesta a esta trascendental inquietud.

El sentido de este artículo es aproximar una visión global sobre el tema, el que evidentemente tiene tantos aspectos que hace imposible desarrollarlos aquí en profundidad.

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Si nos remontamos en el tiempo veremos que ya en la antigua Grecia surgen dos escuelas filosóficas que abordan la cuestión y desde ángulos totalmente opuestos.

En el siglo III, el filósofo ateniense Zenón fundó una escuela a la que se le denominó estoica. En ésta planteaba que los seres humanos no debían dejarse dominar por la búsqueda del placer, el miedo al dolor o la recompensa inmediata. Esto había que lograrlo a través del autocontrol y la tolerancia haciendo hincapié eso si en que esta búsqueda era personal. Su lema era “la virtud es el único bien”.

En el siglo IV -también en Atenas-, el filósofo Epicuro planteaba exactamente lo contrario: la felicidad es el único propósito en la vida y debe ser disfrutada en el presente dándole el máximo placer posible al cuerpo. Eso si, advertía que no se logra fácilmente, que hay que trabajar duro para obtenerla.

Este debate perduró durante siglos, adquiriendo en algunos momentos un contenido más político al plantearse si el Estado debía garantizarla.

En cierto modo, en 1776 los redactores de la Constitución de Estados Unidos tomaron una posición clara al respecto. Establecieron que la búsqueda de la felicidad, junto a la vida y la libertad, son los derechos humanos más importantes. Incluso fueron definidos como inalienables.

Más cerca de nosotros, en 2012, las Naciones Unidas estableció el 20 de marzo como el día internacional de la felicidad, reconociéndola de esta manera como un derecho humano.

Ahora bien, si nos centramos en cómo se la define actualmente constataremos que, aunque han pasado más de dos mil años, en este punto seguimos en lo mismo: no existe ninguna definición que genere un consenso. Sin embargo, desde no hace mucho se ha producido un cambio significativo, la ciencia se ha incorporado al debate.

La felicidad es estudiada desde la psicología y la biología, dos disciplinas científicas importantes.

La conclusión actual de la primera, en lo esencial, es que la felicidad depende de las expectativas y no de las condiciones objetivas de las personas. Para la segunda son las sensaciones placenteras del cuerpo, producidas por nuestra bioquímica, las que nos hacen felices.

El problema de estas definiciones radica en que  las expectativas cambian y el placer desaparece rápidamente.

Lo que está claro es que, más allá del debate filosófico o científico, todos buscamos ser felices y hacemos todo lo posible por lograrlo, aun sabiendo que la felicidad no es un estado permanente, que siempre es transitoria. Tratar de vivir feliz constantemente no tiene ningún sentido. Nunca podremos  evitar las dificultades y los dolores; lo importante es lograr superarlos.

Hoy existe una gran cantidad de libros, estudios, encuestas, charlas, seminarios, etc., que ofrecen una variedad de alternativas que se espera nos permiten alcanzar esa ansiada meta.

Parece obvio, pero vale la pena recalcarlo: sentimos las emociones desde el cuerpo, en consecuencia, mientras en mejores condiciones éste se encuentre, mayor será la posibilidad de disfrutar las que nos satisfacen. Queda claro que debemos cuidarlo, y mucho.

Por supuesto que esto no quiere decir que estar sano sea una condición indispensable para ser feliz. Personas enfermas o con handicaps físicos severos lo son y, esto es admirable. Solo se plantea aquí que el cuidado del cuerpo puede ayudar al bienestar de las personas.

Todos los recientes estudios muestran que alimentarse bien, hacer ejercicio, dormir ocho horas, no fumar, evitar el estrés, el mantenerse activo intelectual y socialmente ayuda a tener una buena salud y a envejecer en mejores condiciones. Los descubrimientos de la neurociencia, el estudio del cerebro, apuntan en la misma dirección.

Asimismo, respecto a las recientes investigaciones sobre el sujeto, estas muestran que el aspecto que más resaltan las personas que dicen ser felices son las relaciones sociales, es decir, el vínculo con los otros, ya sea la pareja, la familia, los amigos, los compañeros de trabajo o, simplemente, conversar con alguien.

A esto agregan el pensar en los demás, el hacer buenas acciones, el crear hábitos saludables, la gratitud y el darle sentido a la existencia.

Siendo así, deberíamos aprender a incorporar estas acciones en nuestras vidas cotidianas. El resultado será siempre positivo.

Dicho esto, habría que agregar que a la búsqueda individual de la felicidad podríamos también darle una perspectiva social. Si somos más felices en la relación con los otros, efectuando buenas acciones -a pesar de la dificultad de vivir en una sociedad estructurada sobre el individualismo y la competencia-, tal vez deberíamos privilegiar en nuestra convivencia el respeto, la cooperación y la solidaridad.

Alvaro Medina

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