Por José María Vallejo.- “La característica principal de la gente es que está dispuesta a creérselo todo”. La afirmación es una de las ideas principales que ronda la novela “El cementerio de Praga”, con la que Umberto Eco desglosa la forma en que se construyen los mitos en la sociedad moderna.
Es un libro preclaro y certero, publicado en 2010, antes de los Trump, los Bolsonaro y los Johnson, antes de que se acuñara el concepto de “fake new”, antes de que campearan las redes sociales en todo su esplendor (hace 10 años ya estaban, pero no todavía al nivel de imperio digital de hoy).
Eco novela los lazos dogmáticos, ideológicos y religiosos que unían a católicos acérrimos, poderes económicos, servicios secretos, antisemitas y supremacistas raciales en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX, período en que se crearon las doctrinas que dieron lugar a las más terribles teorías del complot, que justificaron sangrientas persecuciones contra masones y, especialmente, contra judíos.
Desde los pogromos rusos hasta el holocausto en la Alemania nazi, todas las justificaciones modernas que llevaron a masacrar poblaciones enteras nacieron en ese período, descrito por el gran novelista y semiólogo -autor de “El Nombre de la Rosa” y “El péndulo de Foucault”, entre otras obras-.
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Y la actualidad de su planteamiento, cual presagio, toma más fuerza hoy, bajo la mirada de un personaje abyecto que articula las falsificaciones que justifican el antisemitismo y el laicismo, con la connivencia y financiamiento del Vaticano (se cruzan los Papas Pío IX y León XIII) y las monarquías francesa y rusa.
Todo el tinglado mítico creado en esos años, con la pluma de escritores que -pese a haber abjurado y haber confesado que todo lo que inventaron eran embustes y falsedades- sigue estando plenamente presente: en el racismo supremacista aún vigente en Estados Unidos, en las posiciones ultranacionalistas del bolsonarismo brasileño, en la islamofobia como derivación de la judeofobia. Todas, expresiones que siguen llevando a abusos de fuerza, atentados contra la vida de las personas y manipulación.
El mecanismo es el mismo que describe Eco: la ignorancia y la credulidad. Primero, era una característica de las masas analfabetas que creían sin dudar a la autoridad religiosa. Hoy, una característica de las masas infoxicadas alimentadas por redes sociales digitales y de fanatismos sectarios que de vez en cuando aparecen en videos virales aludiendo a documentos de falsedad probada.
Hay máximas que nos llevan a estrategias comunicacionales modernas. “Ciertas noticias explosivas, si las das de golpe, a la gente se le olvidan. En cambio, hay que ir destilándolas, y cada nueva noticia volverá a encender el recuerdo de las anteriores”, y luego: “No puedes nunca crear un peligro con mil caras, el peligro tiene que tener sólo una; si no, la gente se distrae”.
Hay un diálogo de actualidad estratégica impresionante, respecto a la lógica del control:
“Un buen agente de los servicios de información está perdido cuando ha de intervenir en algo que ya ha sucedido. Nuestro oficio estriba en provocarlo…
-¿Y para qué sirve?
– Para tener en vilo a los buenos burgueses y convencer a todos de que hay que emplear las maneras fuertes”.
La manipulación de la credulidad descrita por Umberto Eco es más real, aunque en la misma lógica, que el Ministerio de la Verdad de Orwell, pues no se basa en una manipulación autocrática, sino en la generación de mitos fácilmente aceptables, mediante la invención de enemigos a los que temer, invasores de nuestro estilo de vida, figuras moral y hasta biológicamente inferiores, pero con intenciones viles de dominación. El objetivo: la construcción del miedo como emoción esencial y la reacción violenta, supuestamente de defensa, frente a la amenaza develada.
La invitación de Eco, con este libro magistral, es a la reflexión y crítica profunda a lo que creemos que conocemos. Todo lo que damos por sabido tuvo una fuente, un autor, una lógica y una intención que se debe mirar bajo el microscopio de la razón