Por Alvaro Medina Jara.- Es casi mitológica la creencia de que la democracia es un invento de algunas ciudades estado griegas alrededor del siglo V a.C. Sin embargo, el historiador heleno Heródoto relata un pasaje en el que se da lo que podríamos considerar uno de los primeros debates sobre sistemas de gobierno, dentro de los cuales se menciona el gobierno de todos, y no es en el mundo griego, sino persa.
Heródoto cuenta cómo, tras la muerte del emperador persa Cambises, hijo de Ciro, hubo una suerte de “golpe” o usurpación del poder por parte de una casta de medos denominados “magos”. Una tríada de líderes persas, compuesta por Darío, Otanes y Megabizo, logró desbaratar la toma de poder y, luego de ello, se da un interesante diálogo sobre la gobernanza persa a la muerte de Cambises, que no había dejado descendencia. La primera intervención es de Otanes.
“Aconsejaba Otanes que los asuntos se dejasen en manos del pueblo, y les decía así: ‘Es mi parecer que ya no sea más soberano de nosotros un solo hombre, pues no es agradable ni provechoso. Vosotros sabéis a qué extremo llegó la insolencia de Cambises, y también os ha cabido la insolencia del mago. ¿Cómo podría ser cosa bien concertada la monarquía, a la que le está permitido hacer lo que quiere sin rendir cuentas? En verdad, el mejor hombre, investido de este poder, saldría de sus ideas acostumbradas. Nace en él insolencia, a causa de los bienes de que goza, y la envidia es innata desde un principio en el hombre. Teniendo estos dos vicios tiene toda la maldad. Saciado de todo, comete muchos crímenes ya por insolencia, ya por envidia. Y aunque un tirano no debía ser envidioso, ya que posee todos los bienes, con todo, suele observar un proceder contrario para sus súbditos: envidia a los hombres de mérito mientras duran y viven, se complace con los ciudadanos más ruines y es el más dispuesto a acoger calumnias. Y lo más absurdo de todo: si eres parco en admirarle, se ofende de que no se le celebre mucho; pero si se le celebra mucho, se ofende de que se le adule. Voy ahora a decir lo más grave: trastorna las leyes de nuestros padres, fuerza a las mujeres y mata sin formar juicio. En cambio, el gobierno del pueblo, ante todo, tiene el nombre más hermoso de todos, isonomía (igualdad ante la ley); en segundo lugar, no hace nada de lo que hace el monarca: desempeña las magistraturas por un sorteo, rinde cuentas de su autoridad, somete al público todas las deliberaciones. Es, pues, mi opinión, que abandonemos la monarquía y le demos al pueblo el poder porque en el número está todo’”.
“Tal fue la opinión que dio Otanes. Pero Megabizo le exhortó a confiar los asuntos a la Oligarquía y dijo así: ‘Lo que ha dicho Otanes para abolir la tiranía quede como dicho también por mí. Mas, en cuanto entregaba el poder al pueblo, no ha acertado con la opinión más sabia. Nada hay más necio ni más insolente que el vulgo inútil. De ningún modo puede tolerarse que, huyendo de la insolencia de un tirano, caigamos en la insolencia del pueblo desenfrenado, pues si aquél hace algo, a sabiendas lo hace, pero el vulgo ni siquiera es capaz de saber nada. ¿Y cómo podría saber nada, cuando ni ha aprendido nada bueno, ni de suyo lo ha visto y arremete precipitándose sin juicio contra las cosas, semejante a un río torrentoso? Entreguen el gobierno al pueblo los que quieran mal a los persas. Nosotros escojamos un grupo de los más excelentes varones, y confiémosles el poder; por cierto, nosotros mismos estaremos entre ellos y es de esperar que de los mejores hombres partan las mejores resoluciones’”.
“Tal fue la opinión que dio Megabizo. Darío, el tercero, expresó su parecer con estas palabras: ‘Lo que tocante al vulgo ha dicho Megabizo, me parece atinado, pero no lo que mira a la oligarquía, porque de los tres gobiernos que se nos presentan, y suponiendo a cada cual el mejor en su género, la mejor democracia, la mejor oligarquía y la mejor monarquía, sostengo que esta última les aventaja en mucho. Porque no podría haber nada mejor que un solo hombre excelente; con tales pensamientos velaría irreprochablemente sobre el pueblo y guardaría con el máximo secreto las decisiones contra los enemigos. En la oligarquía, como muchos ponen su mérito al servicio de la comunidad, suelen engendrarse fuertes odios particulares, pues queriendo cada cual ser cabeza e imponer su opinión, dan en grandes odios mutuos, de los cuales nacen los bandos, de los bandos el asesinato, y del asesinato se va a parar a la monarquía, y con ello se prueba hasta qué punto es este el mejor gobierno. Cuando, a su vez, manda el pueblo, es imposible que no surja maldad, y cuando la maldad surge en la comunidad, no nacen entre los malvados odios, sino fuertes amistades, pues los que hacen daño a la comunidad son cómplices entre sí. Así sucede hasta que un hombre se pone al frente del pueblo y pone fin a sus manejos; por ello es admirado por el pueblo y admirado, le alzan por rey; con lo cual también este enseña que la monarquía es lo mejor. Y para resumir todo en una palabra, ¿de dónde nos vino la libertad y quién nos la dio? ¿Fue acaso el pueblo y la oligarquía o un monarca? En suma, mi parecer es que libertados por un solo hombre, mantengamos el mismo sistema y, fuera de esto, no alteremos las leyes de nuestros padres que sean juiciosas; y luego no redundaría en nuestro provecho’”.
Este debate en el seno del imperio persa, mientras la mayoría de las ciudades estado griegas se debatía entre tiranías y monarquías. Heródoto cuenta que, finalmente, se inclinaron por la opinión de Darío y establecieron que se elegiría de entre ellos tres al futuro rey de los persas en una competencia en la cual sería monarca el primero cuyo caballo relinchara. Darío le encargó a su caballerizo que “arreglara” su caballo para que lo hiciera, y así logró gobernar el imperio.