
Por Juan Medina Torres.- Al ver el último cambio gabinete me dio la impresión de estar asistiendo a un espectáculo más de nuestra política. A tal punto que no me queda claro si la trivialización de la política provino de los políticos o estos sólo se dejaron influenciar por los modernos medios de comunicación.
En un ensayo publicado en 1977, Roger-Gérard Schwartzenberg sostiene, justamente, que la política de las ideas ha dado lugar a la política de la personalidad donde «cada dirigente parece elegir un determinado papel, como en un espectáculo».
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Muchos consideran que la democracia contemporánea necesita de la espectacularización ceremonial del poder. Georges Balandier, antropólogo y sociólogo francés, considera que la producción de imágenes y de apariencias, la manipulación de símbolos y la capacidad de crear efectos emocionales, transforman el poder en un «teatro de ilusiones» y el Estado, en un «Estado-espectáculo».
En efecto, el cambio de gabinete parece haber sido un capítulo más de una ininterrumpida teleserie que tiene personajes principales y secundarios los cuales cumplen un determinado rol y donde los espectadores son atrapados por el entretenimiento sin tener la oportunidad de reflexionar.
Valores como el respeto al adversario, búsqueda de consensos, vocación de servicio, responsabilidad, honradez, transparencia, probidad, que debieran formar parte de la ética política, han desaparecido de las relaciones institucionales y se ha dado paso a la agresividad que observamos a diario en la acción política.
La clase política debe asumir que tiene una tarea urgente que cumplir en este país: rescatar la ética política y dejar de lado el populismo que menoscaba el respecto a la dignidad humana que en definitiva es la defensa de los derechos humanos.
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