Por Alvaro Medina J.- ¿Cuál es la esencia de las instituciones democráticas? Que marcan el rumbo de las naciones y las dirigen con un sentido de Estado, moral, marcando lo correcto, más allá de las cambiantes opiniones de las masas. Es un riesgo, es cierto, pero esa es la gracia de las instituciones y, cuando son sólidas, permiten mantener un derrotero y dar estabilidad a los pueblos.
Un ejemplo de esto es la investigación de la comisión parlamentaria del Congreso de los Estados Unidos que determinó que el ex presidente Donald Trump había sido parte de una conspiración contra el sistema democrático al llamar a sus partidarios a tomarse el Capitolio tras su derrota en las urnas frente a Joe Biden.
Mientras la recomendación del grupo de representantes es que el ex mandatario vaya a la cárcel, las encuestas no dan cuenta de la postura de las instituciones democráticas. De acuerdo con el sitio FiftythrtyEright.com, el porcentaje de aprobación de Trump se mantiene en torno al 40,8%, y salvo variaciones puntuales, no se ha movido sustancialmente en el último año y medio. Los últimos sondeos ciudadanos, avalados por The Economist, apuntan a una aprobación de 42% en la última semana, sin movimiento a pesar de la publicidad de la investigación parlamentaria. Su desaprobación creció 4 puntos porcentuales, desde el 51% al 55%. Aún así, menor que a mediados de mes, de acuerdo con la misma encuesta, que marcaba una desaprobación de 58%, y una aprobación de 38%.
Visto así, las encuestas marcan una tendencia de opinión, pero no la moralidad de las decisiones. Trump cometió un acto sedicioso y debe pagar por ello. No importa si es popular o no. La democracia no siempre exige lo popular, sino lo correcto.
En el caso de Estados Unidos, sin embargo, la popularidad de Trump no parece estar relacionada con un sentimiento difuso de simpatía de las masas con un personaje, como podría ser, en su tiempo, Maradona en Argentina: una identificación que va más allá de la contingencia política. Se trataría de una diferencia cultural.
Cuando las diferencias son culturales, la legitimidad moral de las instituciones democráticas corre el riesgo de diluirse.
Convertir una diferencia política en una diferencia cultural es un proceso que se inicia con el cuestionamiento de las verdades y supuestos sociales sobre los cuales se basa la distinción entre o correcto y lo incorrecto. Así, por ejemplo, cuestionar las bases de la justicia o de los derechos humanos; o la noción de que los seres humanos somo sociales y, por lo tanto, atacar la esencia del bien común, son algunas de las tácticas típicas de quienes llevan las diferencias políticas al plano cultural, de los absolutos, del fundamentalismo y de las creencias.
Lo mismo quienes, en la actualidad, y a través de plataformas académicas, cuestionan y relativizan la sagrada sexualidad de los niños.
Por una parte, podría interpretarse como que estas expresiones son parte de un efectivo choque cultural, como auguraba Samuel Huntington, choque que en este caso estaría en el interior de las mismas sociedades occidentales. Pero no es así. Tanto el trumpismo como las demás expresiones de seudo diferencia cultural responden a estrategias de ciertas élites políticas, de ultra izquierda y de ultraderecha, que exacerban -sobre todo- el odio a enemigos ficticios y el orgullo sobre características falsas, para elevar liderazgos autoritarios y populistas.