Por Juan Medina Torres.- “El instinto del tambor mayor” es el título de un sermón pronunciado por Martin Luther King en la Iglesia Bautista Ebenezer, de Atlanta (Georgia) el 4 de Febrero de 1968. Cuatro años antes, el 14 de octubre de 1964, a los 35 años de edad, el líder afroamericano de derechos civiles había sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz, por su resistencia no violenta a los prejuicios raciales en Estados Unidos.
A pesar de que sus palabras fueron pronunciadas hace más de cincuenta años, conservan su vigencia por los tiempos tan difíciles que vivimos. Ellas reflejan las dimensiones políticas de un líder que se proyecta en la historia.
Todos tenemos, nos dice Luther King, el instinto del tambor mayor (en Chile, más conocido como el “guaripola”), porque “todos queremos ser importantes, superar a los demás, lograr la distinción, liderar el desfile. Alfred Adler, el gran psicoanalista, sostiene que este es el impulso dominante. Sigmund Freud solía sostener que el sexo era el impulso dominante, y Adler llegó con un nuevo argumento diciendo que esta búsqueda de reconocimiento, este deseo de atención, este deseo de distinción es el impulso básico, el impulso básico de la vida humana, este tambor mayor”.
Con sencillas palabras, el hombre de los grandes sermones nos habla del rol positivo que tiene el instinto del tambor mayor en nuestras vidas cuando nos invita a superarnos para conseguir hacer realidad nuestros sueños, cuando nos hace sentir en lo íntimo que somos capaces de hacer, construir, desplegar nuestras iniciativas en una perspectiva humanista de interés por los otros.
Pero llega un momento, nos dice, en el que instinto del tambor mayor puede volverse destructivo, porque nos hace vivir por encima de nuestras posibilidades. Nos transforma en personas consumistas, envidiosas, traficantes de influencias, mentirosas.
Hoy observo, con preocupación, cómo las consecuencias negativas del instinto de tambor mayor están presentes en los representantes de todo el espectro político de nuestro país.
Ellos sienten y demuestran su exclusivismo snob. Se sienten parte de una clase especial, con acceso exclusivo al poder político y buscan desesperadamente, el reconocimiento de la ciudadanía. Aparecen, frecuentemente en la televisión, los matinales son sus preferidos, porque son instancias donde no es obligación decir algo inteligente. No aprovechan esos espacios para enseñar cuáles son sus propuestas y desafíos para construir una mejor democracia y recuperar la dimensión que debe tener la política. O sea, no trascienden no son aleccionadores y nos muestran la política como un campo de meras confrontaciones.
El lado negativo del instinto del tambor mayor les satisface su egocentrismo, que no les permite conocer nuestras inquietudes, pensamientos, deseos. En definitiva, cómo estamos construyendo nuestra propia vida.
Por ello, siento que los políticos carecen de una comprensión racional de quienes los eligen. Desconocen nuestras capacidades de actuar, participar, sentir, crear con voluntad emprendedora, como lo demuestran los miles de chilenos comprometidos en diferentes, proyectos, dando cuenta de sus capacidades, trascendiendo y creando nuevas formas de vida. Esa es la lucha diaria cuyos héroes y heroínas no aparecen en televisión, pero con decisión y esfuerzo buscan cambiar el destino fatalista.
Rafael Echeverría en su obra “Ontología del Lenguaje” postula que “encarar la vida desde el camino del poder nos permite relacionarnos con ella desde el ámbito de la política. El ser humano, sostenemos, se enfrenta a su vida en clave propia del juego político. El tipo de comportamiento que observamos en los grandes políticos nos sirve de referente para mejor entender la forma como debemos encarar la vida para bien vivirla. No debiera extrañarnos que habiendo postulado la importancia y necesidad del camino del poder como modalidad de vida, nos veamos en la necesidad de usar a la política como referente de lo que tal postulado implica. La política ha sido hasta ahora el dominio por excelencia en el que probamos nuestra capacidad de acción en los juegos de poder”.
Repito el concepto de Echeverría: El tipo de comportamiento que observamos en los grandes políticos nos sirve de referente para mejor entender la forma como debemos encarar la vida para bien vivirla.
Chile carece de los grandes políticos que reclama la historia. Por eso no entiendo cómo dirigentes de partidos políticos con más de 40 mil adherentes inscritos en el SERVEL, carezcan de la capacidad de convocarlos cuando necesitan decidir problemas políticos importantes y luego, con esos magros resultados de convocatoria, esos mismos dirigentes expresan que ¡mayoritariamente el partido decidió tal o cual cosa! La frase refleja la parte negativa del instinto del tambor mayor, porque demuestra el deseo de esos dirigentes de continuar liderando el desfile, abusando de la confianza de sus electores y organismos que deben velar por el correcto funcionamiento de estas entidades.