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Opinión

El miedo como motor electoral: Chile ante una democracia sin brújula

Última actualización: 10 de noviembre de 2025 3:40 pm
5 minutos de lectura
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elecciones miedo
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La elección presidencial y parlamentaria en Chile se desarrolla bajo el signo del miedo, la polarización y la ausencia de proyectos país, revelando una crisis de confianza que debilita el mandato democrático y empobrece el debate político.

Por Hugo Cox.- En pocos días más, la ciudadanía está convocada a elegir al próximo presidente de la República, la totalidad de la Cámara de Diputados y parcialmente el Senado. Este proceso eleccionario tiene una característica singular: una primaria en el sector de derecha, cuyo resultado definirá la hegemonía interna entre la derecha tradicional y sus sectores más radicalizados.

En el oficialismo, los resultados podrían marcar un punto de quiebre. Si se pierde la presidencia y hay derrota parlamentaria, la actual alianza tendería a desaparecer. En su lugar, podría surgir una nueva coalición entre el socialismo democrático, sectores de centro —como la socialdemocracia laica, la socialdemocracia cristiana y los liberales— bajo un proyecto socialdemócrata que responda a la realidad concreta del país.

Sin embargo, esta elección no parece estar marcada por proyectos de país. Ningún sector ha mostrado con claridad hacia dónde quiere avanzar. Lo que predomina es la explotación del miedo y el discurso del “anti”: o estás conmigo, o estás en contra. En la práctica, no hay debate de ideas.

Cuando el miedo se convierte en el motor de un proceso electoral —como ya ocurrió en la elección pasada— el voto se transforma en un acto de rechazo más que de adhesión. El miedo, como emoción primaria, es una herramienta poderosa y manipuladora que puede paralizar o movilizar al electorado. En este escenario, el votante no elige lo que considera “lo mejor” o el plan ideal, sino que actúa para evitar lo que percibe como lo peor: una amenaza a su estabilidad, economía, valores o seguridad.

Esto genera efectos estructurales:

  • Polarización: El discurso se reduce a un enfrentamiento entre “nosotros” y “ellos”, intensificando la división social y política.
  • Voto útil o de castigo: Muchos votantes optan por la alternativa con más posibilidades de derrotar a la amenaza, aunque no les entusiasme.
  • Aumento de la participación (a veces): El miedo puede movilizar a personas que normalmente serían apáticas, impulsadas por la necesidad de defenderse.

Consecuencias para la calidad democrática

La dinámica de votar “en contra” y el uso del miedo tienen un impacto directo y negativo en la calidad del debate político:

  • Campañas negativas: Los candidatos se enfocan en los defectos y amenazas del adversario, dejando de lado sus propias propuestas. La indignación y la ira se vuelven rentables.
  • Baja prioridad a las propuestas: El análisis racional de los programas de gobierno queda relegado. La discusión gira en torno a emociones y rechazos.
  • Fragilidad del mandato: Si el ganador asciende al poder como “el mal menor”, su mandato carece de apoyo programático sólido y se vuelve más inestable.

Una vez terminada la elección, el ambiente social y político puede seguir resentido:

  • Persistencia de la desconfianza: El énfasis en el antagonismo erosiona la confianza entre partidos, ciudadanos e instituciones.
  • Dificultad para el consenso: La fuerza política electa enfrenta una oposición enconada y una sociedad dividida, lo que dificulta la gobernabilidad.
  • Riesgo de parálisis o sobrerreacción: El nuevo gobierno puede sentirse presionado a actuar de forma radical o quedar paralizado ante la oposición y la debilidad de su mandato.

En síntesis

Una elección motivada por el miedo y el voto en contra es síntoma de una profunda crisis de confianza. Conduce a un escenario político donde las emociones dominan sobre la razón, resultando en una sociedad más polarizada, un debate empobrecido y un mandato de gobierno más frágil.

ETIQUETADO:elecciones
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