Por Hugo Cox.- Hoy lo que domina en el discurso público es la transparencia, idea que se ha transformado en una bandera de lucha política.
Según Byung Chul Han la transparencia refiere directamente a la libertad de información y a una concepción basada en la desaparición de la confianza, por lo tanto la sociedad apuesta de inmediato a la vigilancia y control sistemático y que, normalmente, tiene una expresión económica y se despoja de su singularidad.
En la actualidad se asume que las redes sociales son la expresión de la libertad, pero nos olvidamos, por ejemplo, del panóptico que es Google.
A mayor transparencia de su propia vida, el ciudadano es mejor evaluado en este nuevo panóptico digital, donde no existe comunidad, sino una simple acumulación de egos incapaces de una acción común, por lo tanto no existe un “nosotros”.
Los ciudadanos transformados en consumidores (expresión económica) no tienen la fuerza de cuestionar al interior del sistema, ya que la vigilancia no se ve como ataque a la libertad, pues cada persona se entrega voluntariamente al control al usar las redes sociales. Por lo tanto, quien habita en el panóptico digital es víctima y actor a la vez.
Visto lo anterior, es posible afirmar que una gran parte de la población de Chile que está inmersa en el consumo está ajena a la construcción política y, a su vez, es protesta por situaciones complejas que entorpecen su vivir. Tenemos una población que es nativa digital y que es parte de ese panóptico.
Mirado el actual proceso en que la izquierda ha ascendido al poder en Chile (que ha ocurrido en varias oportunidades y en distintos momentos históricos) se ve que es un proceso que ha devenido en retrocesos, pero que -al final- siempre tiene avances.
El proceso de avance está abierto; pero puede descarrilar, porque hay muchas interrogantes no resueltas como, por ejemplo, cómo se reorganiza la derecha; cómo se va a comportar un contingente de personas cuando vean que sus expectativas son (o no) respondidas; o, qué va ocurrir con la Convención Constitucional, porque una cosa es crear un texto con relativa coherencia y otra es dictar las leyes y reglamentos que permitan viabilizarlo.
Por otra parte, ciertos sectores ven los cambios en términos muy lineales. No es un proceso corto, sino que puede tomar años poner en régimen una constitución.
El gobierno deberá actuar en un terreno complejo ya que la nueva constitución no está redactada y, por lo tanto, no existe, pero a su vez debe ser aprobada en un plebiscito y, por ahora, deberá actuar bajo la lógica de la actual constitución.
Los actos simbólicos son importantes y permiten dar un derrotero a lo que se desea, al sueño que se desea construir y, por lo tanto, ayudan a construir un relato del “deber ser”. Pero, a su vez, al gobernar se debe dar solución a problemas concretos y complejos que en distintas columnas se han enumerado, además de los problemas internacionales que afectan al país, sobre los cuales no hay ninguna capacidad de actuar.
En síntesis, los escenarios están muy abiertos. Se debe tener una mirada sistémica de las alternativas que vienen. Mirar, por ejemplo, qué pasa en esos bolsones de ciudadanos que no votan; qué pasa en la derecha; cómo enfrentarán al gobierno desde la oposición; mirar qué pasa al interior de la iglesia y otros sectores de poder “blando” y, junto con esa realidad, qué pasa en las FFAA.
Para hacer viables los cambios prometidos, es necesaria una construcción política mayor que incorpore a todas las fuerzas progresistas, olvidarse de la alianza electoral de segunda vuelta para pasar a la construcción de un fuerte bloque por el avance social y progresista de este país.
Pero no se debe olvidar que nuestra historia es inercial y no son más de dos cambios profundos que se pueden hacer, porque hay que administrar y gestionar la marcha diaria de la nación, y el escenario siempre que hay que tener presente es el nuevo panóptico descrito en la primera parte de este artículo.
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