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El por qué de la violencia

Por Hugo Cox.- Ya pasaron los días estivales con su lento caminar, no exentos de manifestaciones, de descontento expresado en las calles y en eventos masivos, como partidos de fútbol o en el mismo Festival de Viña del Mar.

Por otra parte, asistimos a espectáculo por parte de un gobierno que ha perdido el rumbo permanentemente, y siempre con un telón de fondo llamando a la condena de la violencia, llamado que nadie rechaza, pero tal como se plantea cae en un profundo vacío.

Los hechos muestran que la represión por sí misma no ayuda a bajar los niveles de violencia, y transforma a Carabineros en el enemigo interno número uno en la violación de los derechos humanos.

En las siguientes líneas intentare explicar dicho fenómeno:

El orden social se construye a partir del sentido de pertenencia al orden político, y cuando éste se rompe se generan amplios actos de desobediencia civil, de carácter masivo, en que la única forma de contener es reinventando la democracia y la política. Creo que el llamado a plebiscito por el cambio constitucional y la paridad de género en la constituyente son dos instrumentos en la dirección correcta, como lo fueron en el gobierno de la presidenta Bachelet los cabildos constituyente, acción desmontada posteriormente.

Bourdieu sostiene que las relaciones de comunicación son siempre relaciones de poder, dependientes en su forma y en su contenido del poder material o simbólico acumulado por los agentes o las instituciones implicados en esas relaciones.

En tanto que instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y conocimiento, es como los “sistemas simbólicos” cumplen su función política de instrumentos de imposición o de legitimación de la dominación y de ese modo contribuyen a asegurar dicha dominación, entregando el refuerzo de su propia fuerza a las relaciones de fuerza que los fundan y generando así, como lo señalaba Weber,  la “domesticación de los dominados”.

El poder simbólico sólo se ejerce si es reconocido, o sea desconocido como arbitrario, por lo cual este poder no reside en los sistemas simbólicos sino que se define en y por una relación determinada entre quienes ejercen el poder y quienes lo sufren, es decir, en la estructura misma del campo donde se produce y reproduce la creencia. Señala Bourdieu que “lo que genera el poder de las palabras y las palabras de orden, el poder de mantener el orden o de subvertirlo, es la creencia en la legitimidad de las palabras y de quien las pronuncia”.

El poder simbólico es una forma irreconocible, transfigurada y legitimada, de otras formas de poder que implican la transmutación de las diferentes especies de capital, en capital simbólico, transformando las relaciones de fuerza en poder simbólico, capaz de producir efectos reales.

En Chile producto de la negación permanente del otro, la ausencia de negociaciones reales, la imposición de criterios, la falta de elección real de posibilidades, promesas incumplidas, y un largo etc. fueron el caldo de cultivo de la actual situación, en que la violencia fue el arma permanente de las estructuras dominantes, con una perdida lenta de la fe pública.

En síntesis para Bourdieu, el poder es una presencia ineludible y éste aparece como un enfrentamiento: “Todo poder de violencia simbólica, o sea, todo poder que logra imponer significados e imponerse como legítimo disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza usa la disciplina, como técnica racional de dominación, se ejerce por medio de las instituciones, tanto en las escuelas como en las fábricas se utilizan los mismos mecanismos para lograr el efecto normalizador. Pero además Bourdieu considera que el mismo “habitus” funciona como “estructura estructurante”, es decir como principio de generación y estructuración de prácticas y representaciones que pueden ser objetivamente “reguladas” y “regulares” sin que esto sea el producto de obediencia a reglas”.

Esto es lo que se rompió en Chile, por lo tanto es imperioso reinventar la democracia, ya que cada día es más complejo y se hace más difíciles las soluciones.