Por José Orellana y Sebastián Sánchez.- Latinoamérica en su conjunto se encuentra tensionada por el contexto de la pandemia del Covid-19, pero esa tensión se ve exacerbada por los problemas que la región arrastra como males históricos: pobreza, desigualdad, subdesarrollo y saqueos/desequilibrios ecológicos a propósito del excesivo extractivismo. La geopolítica sudamericana en pandemia a través del concepto de entropía, se entiende como la tendencia natural a la pérdida del orden de un sistema. En ese sentido, consideramos que al igual como sucede en América del Sur, los países latinoamericanos de Norte y Centro América se ven aún más afectados por los efectos de la pandemia, entendiendo los contextos entrópicos en los planos económicos, políticos, ambientales singulares (tornados, ciclones y saqueos de recursos, entre otros) y sociales que deben superar.
Geopolíticamente, se puede plantear que los escenarios sociopolíticos y económicos de la región, sumados al contexto pandémico favorecen la entropía latinoamericana, exacerbando el desorden que históricamente posee la región y la que la debilita en el plano internacional.
Analicemos en primer lugar a Norteamérica. En México con un Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dubitativo en un inicio respecto de cómo enfrentar la pandemia –por lo menos en 2020, cuando aún se preguntaba si era o no letal el Covid-19–, erró de forma importante sus definiciones sanitarias en orden a generar condiciones adecuadas para enfrentarla. Más aún, se transformó en el oasis del turismo pandémico, según lo consignan los indicadores, lo que le valió una serie de cuestionamientos nacionales e internacionales. Así y todo, se ha permitido la creación de “Patria”, la vacuna mexicana que permitiría una inoculación para su pueblo y con la proyección que corresponda cuando los estudios así lo permitan, no siendo pocas las polémicas respecto de la autenticidad nacional que reclama México de esta vacuna.
Paralelamente, debe administrar la profunda grieta política, social y económica que representa el narcotráfico, con sus diversos carteles desplegados por el territorio nacional, agregando otro aspecto de conflicto e ingobernablidad. Lamentables son los 80 candidatos asesinados antes de los comicios en este país. Se establece una tensión profunda entre Crimen y Estado, donde México pareciera tener una “democracia bajo fuego”. Los Comicios sometieron a escrutinio al gobiernista partido político oficialista MORENA (avalado con amplias mayorías en presidencia y congreso hace unos años), el cual, en la generalidad tuvo resultados contradictorios, perdiendo la mayoría absoluta en la cámara de diputados, pero teniendo mejores desempeños en las elecciones subnacionales, situándolo como referente de apoyo, aún significativo del presidente y su proyecto denominado “la cuarta transformación”. Independiente de haber perdido algunos importantes municipios de la Ciudad de México, igualmente se proyecta consistente para enfrentar la segunda parte de su mandato, prospectando la reelección para un siguiente mandato el año 2024.
Junto con ello, administra entrópicamente un proceso migratorio latinoamericano (general-triangulo norte y propio) hacia EEUU, el cual, con una u otra administración en el gobierno, pone de manifiesto una dificultad al momento de las relaciones bilaterales entre estos países norteamericanos y las problemáticas profundas para gestionar políticas públicas que des-tensionen el tema migratorio (no hay que olvidar su programa de gobierno y encargo de plan de desarrollo a la CEPAL, recién instalado en la primera magistratura, el cual estaba pensado en una integración entre México, EE. UU., y parte de Centroamérica para solucionar la problemática migrante). Por lo menos la administración Joe Biden, quitó el estado de emergencia y dejó de construir el muro, sin perjuicio de que Kamala Harris, vicepresidenta de EEUU, en tierra mexicana, indicó un claro “no vengan».
Centroamérica, con sus cinco países principales, enfrenta la pandemia con las dificultades propias de sus gobiernos sumidos en la imposibilidad de brindar condiciones sanitarias óptimas, sea por sus escasos recursos, o bien, por las inconsistencias de sus sistemas políticos, los cuales en más de una oportunidad administran ingobernabilidad histórica y profunda. Graves son las condiciones de desinstitucionalización de sus sistemas de partidos políticos u otras instancias estatales, necesarias para enfrentar una situación de crisis como la que se vivencia.
Es preciso consignar que hace unas cuantas décadas, parte importante de este territorio estuvo cruzado por la Guerra Fría, donde EEUU y la URSS, con recursos diversos, determinaron el presente de esta territorialidad. Procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios explicaron los lejanos, pero determinantes procesos del Grupo de Contadora que devinieron en los acuerdos de Esquipulas I y II, proyectando en autonomía regional procesos de paz y democratización de la región. Sin embargo, a las dificultades que se indicaron, se deben agregar las consecuencias severas de estas expectativas no cumplidas como son la violencia, corrupción, narcotráfico, pobreza y desigualdad socioeconómica convirtiéndose la región en un verdadero expulsor de población hacia los países del norte. El fenómeno de las maras, más que salvadoreño es una transversalidad instalada en parte importante de la región. A lo anterior, se suman como en el resto de Latinoamérica, los efectos de la pandemia, que vienen a profundizar las dificultades endémicas de este territorio.
Un caso particularmente preocupante es el de El Salvador, que por estos días, se encuentra sumido en una crítica situación institucional donde los contrapesos democráticos se hacen poco evidentes, dada la linealidad que logró el ejecutivo de Nayib Bukele con el Congreso. Tras la última elección, la alineación del ejecutivo y el legislativo, ha propinado un duro golpe al poder judicial, por ejemplo, al sacar jueces sin mayor resistencia institucional. Pero, también, avanzó en una medida económica simbólicamente ad hoc a la globalización financiera, incorporando la criptomoneda en la economía salvadoreña, a través de la instalación del fenómeno de Bitcoin, con la anuencia del congreso, alineado con su política. Este dato, independiente de ser caratulado, como uno más de este millenials-outsider-twitero-popular gobernante, preocupa, porque vendría a colocar una cortina de humo respecto de actos de corrupción, fuera de los riesgos económicos de una economía dolarizada como la salvadoreña que derivaría a una bitcoinizada economía. Violencia, pandemia y pobreza, son el telón de fondo de este país, además.
Honduras, por otra parte, enfrenta tensiones políticas con las derivadas del hermano del presidente en EEUU, Juan Orlando Hernández, profundizando la problemática del narcotráfico y corrupción en la política hondureña, dado que el encarcelado hermano fue sorprendido en importantes operaciones de narcotráfico al interior del país. Esto se agrega, a la cuestionada elección que permitió la instalación del vigente ejecutivo, donde se acusó de fraude electoral claro y evidente al ganador. Recordemos que años antes hubo un golpe de estado que destituyó a Manuel Zelaya (2009), situación que desde el sistema político, siempre es delicado de administrar producto de las desconfianzas y desafecciones cruzadas. En lo que ha pandemia se refiere, Honduras, ha dado cuenta de dificultades severas para administrar la generalidad de ésta y, ahora, con la gestión de las vacunas, ocurre algo similar, siendo exigido el gobierno hace un mes, desde la población, para que las mismas se distribuyeran y aplicasen en gratuidad.
Guatemala, por otra parte, con Alejandro Giammattei en la presidencia, se bate en la tensión política que permite la relación de corrupción, pandemia y manejo económico que particulariza al estado, dejando en claro los déficits democráticos históricos en ese país. Junto con Honduras y El Salvador completan el Triángulo Norte, desde donde emerge la migración centroamericana y sobre el cual México proyecta sus soluciones desde la época de campaña de AMLO, a punta de programas de desarrollo que deberían ser financiados por EEUU, y otras cooperaciones internacionales, entre ellos, el programa “sembrando vidas”. Por lo pronto, referido a la vida interna del país, el sistema político y judicial, han abrochado una legislación que rigidiza el quehacer de las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), exigiéndoles una serie de requisitos a cumplir, y de no cumplirlos, pudiese entonces el estado desmantelarlas. Cabe indicar que la situación es un permanente tema de análisis en varios países, que releva el dilema “pluralismo de la sociedad civil v/s instrumentalización de estas instancias por parte de poderes fácticos nacionales e internacionales que vendrían a entorpecer las dinámicas nacionales”. Se constituyó este país, junto con México en uno de los más importantes en la gira realizada por Kamala Harris, dado el tema migratorio, pero también el geopolítico, más cuando se tiene a China permanentemente expectante en éste y el resto de la región, inclusive México.
Nicaragua, como ocurre con otros estados de la región, viene lidiando con manifestaciones populares anteriores significativas, colocando un desafío importante cuando se ajusta a la realidad pandémica, más cuando el gobierno de Daniel Ortega avanzó erráticamente en el tratamiento de la misma, vinculando, sus críticos, dicho manejo, a los mismos que propiciaron el estallido social ocurrido durante el año 2018. Por otra parte, la agenda política nicaragüense viene arrastrando una serie de cuestionados encarcelamientos a políticos y periodistas, contradictoriamente ad portas de un proceso electoral nacional, llamando la atención, cómo varios de estos encarcelamientos están orientados hacia los camaradas de revolución y vida partidaria de la recuperada democracia de los años 90.
Costa Rica, históricamente una excepción centroamericana –incluso latinoamericana– producto de su madurez institucional con democracia en forma, también se ve en complicaciones respecto del manejo de la pandemia, cuestión que detonó una efervescencia social durante octubre del año 2020, a propósito de cómo gestionar el préstamo entregado por el Fondo Monetario Internacional para enfrentar la pandemia (aumento de impuestos como estrategia). Carlos Alvarado Quesada, presidente de Costa Rica, se retractó de avanzar en esa fórmula y generó en su momento críticas observaciones respecto de los organizadores de las movilizaciones, sintetizados en el Movimiento Rescate Nacional. Finalmente, Panamá es el país que se ha destacado por una importante tasa de aumentos de contagios y muertes respecto de su población, con un aparente ordenamiento institucional, pero con una economía que aún se encuentra al pendiente como ocurre con el resto de la región, centro americana y latinoamericana en general.
Cuba, la caribeña república insular, viene a presentarse como el referente sanitario de la particularidad en Latinoamérica junto con México, a propósito de cómo gestiona la pandemia por medio de sus vacunas ‘Soberana 02’ y ‘Abdala’. Y vale consignarlo, ya que no sólo tiene la particularidad de crearla en sus laboratorios y tecnologías asociadas, sino que bajo ninguna supervisión sanitaria regional y global como la OPS y OMS y otras instancias privadas, colocándosele un manto de duda a este avance sanitario y geopolítico, como se ha comentado en tantas oportunidades. Esto, además, desde lo político, encuentra otro tema históricamente no menor. No hay Castros en la primera línea, ya que Raúl Castro se recluyó en su vida privada, permitiéndole al sistema político cubano otro estatus generacional y simbólico respecto del lento proceso de transición que se encuentra en curso, desde que Fidel Castro le entregó a su hermano menor el poder en 2006.
Este sucinto recorrido no es muy distinto del anterior realizado respecto de Sudamérica, donde la pobreza, corrupción, violencia, narcotráfico, migraciones y otras situaciones internas de cada uno de los países impiden que las calidades de vida de las personas aumenten, haciendo de la debilidad institucional un eje explicativo importante de considerar, así cómo los históricos y endémicos grados de dependencia que se tienen con los EE UU y otros centros de poder, los cuales, ante las debilidades intrínsecas y esculpidas por las intervenciones afuerinas (por ellos mismos logradas) obstaculizan el fortalecimiento de esas sociedades nacionales. Por otra parte, en este acotado recorrido, no existen expresiones significativas de integración regional orientadas para mejor coordinar la superación de las debilidades endémicas, más aún, profundizadas por las dinámicas que permite el COVID. El SICA, en marzo del 2020, lanzó un plan contra el coronavirus, con orientaciones generales, pero que al momento de revisar estos países que integran ese foro integrativo (exceptuando Cuba, y faltando Belice en esta revisión), la presencia de esta expresión regional no se observa.
Así, estos aspectos introductorios, permiten describir una geopolítica entrópica regional, la cual ofrece el permanente desafío de relacionarse, en cuanto, periferia con unos centros de poder clásicos, que verán en el mérito que corresponde esta región, teniendo como siempre, la misma territorialidad, la fortaleza que le permiten sus recursos naturales a propósito de su biodiversidad, pero también por su acervo cultural como son las reminiscencias de la rica cultura azteca y maya, más los vigentes pueblos originarios que permiten una plataforma, pertinente, para llenar de contenido no sólo esta geopolítica de la entropía, sino que una del conocimiento, posibilitado, integración regional y mejores articulaciones para lograr una mejor convivencia con EE UU y los otros centros globales, siendo China, hoy por hoy un desafío de abordar.
El gran desafío de toda América Latina es pasar de su entropía histórica a una neguentropía o entropía negativa, esto es, una forma que permita que la región cuide de mejor manera los siempre delicados equilibrios internos y externos de su territorio. Desde nuestra perspectiva, la única forma de que América Latina salga de su estado entrópico histórico es a través del fortalecimiento de la democracia. Pero no una democracia en términos formales o schumpeterianos, basados en el exclusivo electoralismo, sino en una democracia fuerte, institucionalizada y solidaria. Una democracia donde el ciudadano sea un verdadero sujeto de derechos y deberes, cuyos pilares sean el bienestar social y la dignidad humana. Exige ello, una adecuada lectura identitaria de la región y de las unidades nacionales vigentes, cuestión que contribuiría positivamente a procesos de integración regional más asertivos, mayores grados de autonomía, entendiéndosela a ésta integrada al sistema internacional y revalorización de su territorialidad, cuando de los recursos naturales y culturales se refiere. En suma, una democracia solidaria promotora de la dignidad humana es una democracia que se apropia de forma identitaria y territorialmente de su existencia, dando paso aun autoconocimiento que fortalezca el proceso de humanización latinoamericana.
José Orellana es Dr. en Estudios Américanos Instituto IDEA-USACH y académico de Ciencia Política UAHC y Sebastián Sánchez es historiador, Dr. © en Estudios Americanos con Especialidad en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (USACH).