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Lectura: Solo queda Evelyn Matthei: la política posible en un país de peleas infantiles
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Opinión

Solo queda Evelyn Matthei: la política posible en un país de peleas infantiles

Última actualización: 9 de noviembre de 2025 10:10 am
8 minutos de lectura
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Matthei derecha
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En un escenario político fragmentado y marcado por relatos extremos, Evelyn Matthei emerge como la única figura que practica una Realpolitik chilena: acuerdos amplios, prioridades concretas y gobernabilidad sobre fantasía.

Por Miguel Mendoza Jorquera.- Otto von Bismarck es recordado como el padre de la Realpolitik: gobernar con lo que existe, no con lo que uno desearía; sumar fuerzas que no se aman; postergar las guerras inútiles y dar solo las que se pueden ganar. Guardando las proporciones —esto es Chile 2025, no la Prusia del siglo XIX— eso mismo es lo que está haciendo Evelyn Matthei: mirar el mapa real y no el mapa de fantasía.

Y el mapa real dice esto: hay un Partido Comunista muy ortodoxo que no se va a disolver por simpatía; hay una candidata comunista, Jeannette Jara, que puede encabezar la primera vuelta, pero sin el abrazo completo de Gabriel Boric, porque él está pensando en su vitrina internacional y en volver el 2030. Hay una derecha partida en tres que se trata de “traidora” a sí misma; hay voto obligatorio que trajo de vuelta a la gente que no quiere épicas, sino seguridad y trabajo. Con ese tablero, la única política sensata es la que hace Matthei: acuerdos amplios, prioridades claras y cero romanticismos.

Por eso molestan tanto José Antonio Kast y Johannes Kaiser: porque necesitan un enemigo interno. Necesitan decir que todo lo que no suene a cruzada es “derechita cobarde”: que negociar después del 18-O fue rendirse, que meter la mano en la reforma tributaria de Michelle Bachelet fue entregarse, que discutir pensiones fue arrodillarse ante la izquierda. Es un discurso cómodo… cuando no estabas en la sala cuando el país estaba caliente. La política adulta premia al que apaga el incendio, no al que llega después a reclamar por el olor a humo.

Kast, además, no puede borrar un hecho: su desempeño parlamentario fue mediocre. No es muy serio ofrecerse como el presidente que “ahora sí hará todo” cuando en la única pega donde había que mostrar productividad, no la tuvo. Y Kaiser es todavía más pintoresco: con un currículum de carreras sin terminar, llegó al Congreso gracias a YouTube y al apellido —es hermano de Axel Kaiser— y ahora, porque habla con la plata de todos los chilenos, posa de estadista. Lo más gracioso: critica a Boric por no haber terminado Derecho cuando él no terminó ninguna de las carreras que empezó. Le exige al otro lo que nunca hizo. Eso no es derecha seria; es derecha de YouTube con presupuesto fiscal.

Del lado de las “novedades”, la cosa no mejora. Franco Parisi sigue siendo el charlatán profesional del ciclo: promete limpiar la política y defender a la clase media, pero tiene detrás deudas y causas que cualquier chileno común no podría relativizar. Chile no está para presidentes por Zoom. Eduardo Artés, por su parte, está plantado en la Guerra Fría y en la lucha de clases, como si estuviéramos en 1961: antiimperialismo, capitalismo malo, Estados Unidos villano. Es política en blanco y negro para un país que vive en color y que necesita inversiones, estabilidad y seguridad. Sirve para recordar discusiones del siglo XX, no para gobernar el siglo XXI.

Y está el caso de Harold Mayne-Nicholls, que hay que decirlo sin vueltas: mintió. Primero dijo que había votado por el Sí, después que por el No. Esa línea en Chile no se toca. No es un lapsus, no es “me confundí”: es reescribir tu biografía para que cuadre con la elección actual. Si alguien miente en lo único que todos recordamos de 1988, ¿qué no va a ajustar en una campaña presidencial? Eso no es falta de experiencia política, es falta de honestidad.

Al otro lado, Jeannette Jara tiene oficio y puede encabezar la primera vuelta gracias al voto obligatorio. Pero viene con dos pesos colgando: el PC más duro del mundo occidental y un presidente que no se va a jugar entero por ella porque su proyecto es otro. Gobernar con partido rígido y presidente distante es partir con poco oxígeno. Y esa es precisamente la diferencia con Matthei: ella no se hace ilusiones con que todos la van a querer; sabe que va a tener que gobernar con los que hoy la critican, con alcaldes rojos, con regiones del Frente Amplio, con empresarios asustados y con una centroizquierda práctica que no quiere al PC mandando sola. Eso no es blandura: es entender dónde están los votos.

Ahí es cuando vuelve a servir Bismarck: él no unificó Alemania con discursos bonitos, la unificó amarrando a gente que no se soportaba porque había un objetivo superior. Matthei está haciendo lo mismo, versión chilena y democrática: unir a la derecha que quiere gobernar, al centro que no quiere al PC en La Moneda, a la centroizquierda que quiere seguridad y crecimiento, e incluso a una parte del oficialismo que sabe que sin acuerdos no hay país. Elegir las batallas que importan (delincuencia, migración, reactivación, modernización del Estado) y negociar en el resto para que esas salgan. Eso no es “derechita cobarde”; es política posible.

Y cuando uno pone todo sobre la mesa, el cuadro queda así: Kast y Kaiser prefieren perder, pero conservar el relato puro. Parisi prefiere gustar, pero no responder. Mayne-Nicholls miente sobre 1988. Artés vive en la Guerra Fría. Marco Enríquez-Ominami (ME-O) insiste en 2009 y ni siquiera es claro que Karen Doggenweiler vaya a votarlo porque eso le puede costar su carrera televisiva. Jara llega con partido pesado y presidente mirando al 2030. La única que está en 2025, viendo 2026 y pensando cómo gobernar con este Congreso real y no con uno imaginario, es Evelyn Matthei.

Evelyn Matthei está haciendo en Chile lo que Bismarck hizo en su tiempo: política sobre el terreno, no en la fantasía. Y hoy es la única opción real para llevar a Chile por un buen cauce. Solo queda Evelyn.

Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico – MBA

ETIQUETADO:eleccionesmatthei
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