Por Javier Maldonado.- Antes, mucho antes del principio, el territorio longitudinal, desde la ribera sur del lago Titicaca hasta el río Maule, y desde Jujuy y los descampados de Santiago del Estero hasta la orilla del mar Pacífico, era el Collasuyu, la provincia austral del Tawantinsuyu o imperio Inca.
Chilli era un valle transversal con un poderoso río central que corría desde la cordillera de los Andes hasta su desembocadura en el océano Pacífico, es decir, en términos modernos, desde Portillo hasta Concón. El río, en lengua quechua se llamaba Canconcagua, hoy Aconcagua.
En ese valle convivían dos etnias no mapuche: los aconcagua y los promaucae. El primer español que llegó al valle de Chilli –después Chili o Chile- fue el capitán Gonzalo Calvo “el desorejado” Barrientos, voluntariamente exiliado del Cuzco luego de haber sido torturado y humillado por su jefe y amigo Francisco Pizarro, quien, como consecuencia de un conflicto, ordenó que le cortaran las orejas. Calvo Barrientos acometió una cabalgata sorprendente y terrible: bajó del altiplano al valle, cruzó a caballo el desierto de Atacama, arribó a Copayapo (Copiapó) y, por la orilla de la playa, siguió al sur hasta encontrarse con el gran río que le cortó el paso obligándole a doblar hacia el oriente. En la localidad de Quillota lo esperaba el curaca aconcagua Michimalongo, que ya sabía que venía. Fue acogido, y el excapitán se instaló a vivir con la comunidad que lo recibió. Por sus conocimientos profesionales, le enseñó a Michimalongo las artes, secretos, técnicas y estrategias de la guerra europea, que fueron adecuadamente asimiladas por su anfitrión y amigo. Ese fue el primer español en la historia que llegó por esos lados.
El segundo español que cabalgó al sur, éste por las laderas orientales de los Andes hasta el paso de San Francisco, fue Diego de Almagro. Este sujeto, amigo-enemigo de los Pizarro, había llegado a Panamá proveniente de Cádiz, fugado de la justicia sevillana por haber apuñalado a un compañero de trabajo cuando oficiaba de criado del segundo alcalde de Sevilla. La única opción que tenía era conchabarse como gañán de campo en una partida de maleantes expulsados de Andalucía hacia el Nuevo Mundo. Mal agestado, violento y exagerado, Almagro acompañó a Pizarro en la invasión al Tawantinsuyu afincándose con el marqués en el Cuzco. Sus ambiciones le llevaron a querer territorios propios y encabezó el ejército invasor que hizo su cabalgata matando a cuanto indígena se le puso por delante y asesinando a destajo a hombres, mujeres y niños hasta que llegó a Quillota.
Michimalongo, bien aconsejado por Calvo Barrientos, denominado Gasco por su nueva comunidad, escondió todo el oro y la plata, también las cosechas, tesoros por los que venía Almagro. Frustrado éste, se dedicó al pillaje con sus tropas. Violaron a las vírgenes del templo, arrasaron con los lugares sagrados, mataron más gente que ninguna guerra local anterior, y tuvieron que volverse al Cuzco con la cola entre las patas, frustrados y fracasados. Almagro fue el iniciador de la violencia en estas tierras. Nunca descubrió nada, nunca conquistó a nadie, nunca sometió ni humilló a los pueblos habitantes y no se llevó en sus faltriqueras ni un gramo de oro ni de plata, ni tesoros de ninguna especie. Cuando llegó al Cuzco, Pizarro lo encadenó, lo juzgó y lo condenó a ser ejecutado por el garrote vil y a ser descuartizado, pena reservada a los peores criminales. Después de Almagro, pasaron siete años sin que viniera por estos lados ningún español. Lo único que dejó tras de sí fue un reguero de sangre y lo que los cronistas llamaron “la leyenda negra”.
El tercer español que vino con su mesnada de 200 jinetes fue el capitán, teniente de gobernación y mariscal de campo don Pedro de Valdivia, el primer genocida propiamente tal. Tampoco descubrió nada puesto que cabalgó siempre por territorio inca, desde el Cuzco hasta, digamos, Talca, el Piduco y el río Maule. En su portentoso viaje, mató a mucha gente que nada le había hecho. A él, intentaron matarle unos raros amigos que traía entre otros amigos, que eran pocos. Con él vino una mujer feroz, de armas y de almas tomar, que contrató como criada y amiga con beneficios, doña Inés Suárez. Se le atribuye haber decapitado a los seis loncos del valle del Mapocho. Valdivia nunca se casó con ella y por ello fue acusado, sometido a proceso y condenado a abandonarla. Valdivia no descubrió, ni conquistó nada ni a nadie. Fundó unos fuertes (los militares no fundan ciudades) que fueron arrasados en el primer levantamiento general mapuche, que le costó la vida.
Si los números de Mariño de Lobera fuesen ciertos, Valdivia habrá asesinado a cerca de 20.000 personas, la mayor parte nativos por el sólo hecho de no ser castellanos ni extremeños. A ése también habría que hacerlo ponerse de algún color. De ahí en adelante, la violencia instalada se hizo cosa de todos los días en los 422 años de guerra que siguieron. Los herederos de los españoles fueron los muy famosos y nunca bien ponderados chilenos, apelativo inventado por el español-irlandés, natural de Chillán, Bernardo Riquelme, en 1818, después de una guerra civil de seis años que corrompió al reino y en la que murió más gente de la tolerable.
No es posible ignorar que la institucionalidad heredera del reino fue la república, voceada por el general Ramón Freire, el primer liberal doctrinario propiamente tal, en 1827. Dos años después le salió al paso el conservador Diego Portales quien, de acuerdo a los historiadores liberales del siglo XIX, financió de su bolsillo la guerra civil de 1929-1830, en la cual el empresario Portales venció a Freire en Lircay.
En esa guerra entre conservadores y liberales murió muchísima más gente. Cabe hacer notar que la emergente república de Chile fue soñada, pensada, meditada, bocetada, diseñada, instalada, administrada y gobernada, por liberales y conservadores, entre 1825 y el domingo 25 de octubre del 2020. Lo que resta, es el vértigo natural de las derrotas, por una parte, y las ilusiones estratégicas de los vencedores por la otra.
El siglo XIX fue el siglo de la opacidad en lucha contra la iluminación. Hubo inteligencias poderosas, qué duda puede caber; pero, también, hubo intereses desastrosos que tuvieron la costumbre de tomar por la fuerza todo aquello que no pudieron con la razón. En cada una de esas movidas de la desinteligencia oscura quedó un reguero de sangre e hitos de dolor insuperable.
Pero, veamos: entre los hechos de la Patria Vieja, hacia 1811, y los de la vieja patria en 1891, hubo diez u once cruentos golpes de estado; ocho feroces guerras civiles; dos guerras internacionales de apropiación y exterminio; tres magnicidios; tres expulsiones al exilio de líderes políticos, uno bueno, uno malo, uno regular; y eso que los actores eran en aquellos tiempos los mismos que en estos se reconocen a sí mismos como de la “derecha”, es decir, banqueros, industriales, comerciantes, empresarios exportadores y muchos, quizás demasiados, terratenientes. Hubo uno que otro intelectual, es cierto, pero en tanto conservadores estaban esclerosados y detenidos en el tiempo. Les costaba un mundo comprender las ideas de progreso, de libertad, de convivencia, de tolerancia, de cultura, de modernidad, de democracia. Eso sí, creían a pie juntillas en el valor de la represión y de la violencia política, y así lo practicaron. El peak de aquellas malas costumbres fue la guerra civil de 1891 en la que se enfrentó el Ejecutivo con el Legislativo, liberales y conservadores, que dieron chipe libre las patotas de pinganillas conservadores, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, para asesinar, asaltar, robar, destruir, a sus pares liberales, muchos más de la cuenta, que murieron como moscas acribillados por las desatadas fuerzas parlamentaristas conducidas por militares, empresarios y políticos infernales.
El justiciero siglo XX, conservador y parlamentario chileno, no fue menos. Desde la matanza de obreros de la Compañía Sudamericana de Vapores, en Valparaíso, 1903; la masacre del “motín de la carne”, Santiago, octubre de 1905, con 250 muertos; la matanza de la Plaza Colón, Antofagasta, febrero de 1906, con 300 muertos; la matanza de la Escuela Santa María de Iquique, diciembre de 1907, con 3.600 mineros muertos; la masacre del asalto e incendio de la sede de la Federación Obrera de Magallanes, Punta Arenas, julio de 1920, con 30 muertos; la masacre de San Gregorio, Antofagasta, febrero de 1921, con 100 muertos; la masacre de Marusia, Antofagasta, marzo de 1925, con 500 muertos; la matanza de La Coruña, provincia de Tarapacá, marzo de 1925, con 2.000 muertos; la masacre de Ranquil, Malleco, julio de 1934, con 477 campesinos muertos; la matanza del Seguro Obrero, Santiago, septiembre de 1938, con 59 muertos; la masacre de la Plaza Bulnes, Santiago, enero de 1946, con 6 muertos; la matanza de Santiago, abril de 1957, con 16 muertos; la matanza de la población José María Caro, Santiago, noviembre de 1962, con 6 muertos; la masacre del mineral de El Salvador, marzo de 1966, con 8 muertos; la masacre de Pampa Irigoin, Puerto Montt, marzo de 1969, con 10 muertos; hasta la masacre de Laja y San Rosendo, Biobío, septiembre de 1973, con 20 obreros de la CMPC muertos; la matanza de los hornos de Lonquén, Isla de Maipo, octubre de 1973, con 15 campesinos muertos; matanza y masacre de Chile, Chile, desde septiembre de 1973, con 40.000 muertos y desaparecidos, han pasado miles de miles de cadáveres de gente inocente asesinada por pensar distinto y por querer vivir mejor.
Entonces, todos los que quieren exigir pronunciamientos personales y políticos acerca de la violencia en Chile, quedan emplazados y están obligados a pronunciarse respecto de este prontuario nacional. Todas estas matanzas, cada una ordenada por el correspondiente gobierno de la época, involucra directamente, en cada caso, a sus ejecutores: marinos, militares, carabineros del ejército, carabineros de Chile, aviadores y fuerzas paramilitares, especialmente en los horrendos tiempos de la dictadura civil-militar, entre 1973 y 1990. Además, quedan atrapados en sus decisiones los ministros militares (ejército, marina y aviación) y los civiles de los partidos políticos co-gobernantes de la dictadura: UDI, PN, RN, PR, algunos de los cuales aún hoy son parlamentarios y altos funcionarios. A ellos también se les cede la palabra.
Hace unos días, 3 niños de la comuna de Peñalolén, uno de 12, otro de 13 y el mayor de 14, hermanos los dos primeros, asesinaron con un cuchillo de cocina, en pleno día, a una mujer que salía de su casa. Le robaron su vehículo y huyeron. Los dos menores fueron entregados a la policía por su padre. El mayor fue capturado. Los dos más chicos son inimputables. El mayor, de 14 años, será sometido a algún tipo de proceso. ¿El motivo del robo del vehículo? Venderlo para comprar droga: unas cajas de Clorazepam.
¿En serio quieren hablar de violencia? ¿Se atreverán?