El académico Emilio Oñate hace una remembranza emotiva del fallecido ministro del Tribunal Constitucional, Rodrigo Pica, recordando sus virtudes humanas, su preocupación por el país y su dedicación a sus alumnos.
Por Emilio Oñate.- Dos meses desde su partida. El ministro del Tribunal Constitucional Rodrigo Pica ya no está entre nosotros. Demasiado temprano inició un viaje del cual no tendrá retorno, lo que nos parece inexplicable, doloroso e incomprensible.
Estas líneas son un reconocimiento a quien destacó como alumno, dirigente estudiantil, ayudante, profesor y juez, pero por sobre todo se distinguió como un ser humano integral, constructor de su propio destino que enarboló los valores y principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Conocí a Rodrigo a finales de la década de los 90, cuando terminaba mis estudios de Derecho en la Universidad Central y él recién ingresaba a la carrera. Al igual que a todos quienes tenían la oportunidad de escucharlo o compartir con él, me llamó la atención su trato afable y cordial, sus sólidas convicciones, acompañadas de una gran capacidad argumentativa y de un vasto conocimiento sobre las más variadas materias y temáticas, no sólo políticas o estudiantiles, si no también, ya en esos años, culinarias y literarias.
Algunos años más tarde nos volvimos a encontrar, ahora en la sala de profesores de la Facultad de Derecho retirando carpetas y libros de clases, el como ayudante de Derecho Político y yo de Introducción al Derecho, varias veces, decenas de veces, compartimos un café para conversar sobre la Escuela, la Universidad, el país, la política y tantos otros temas.
Pasó el tiempo y Rodrigo desarrolló una carrera en el Tribunal Constitucional que será imposible de repetir. No hay hasta ahora y difícilmente lo habrá, alguien que se haya desempeñado como abogado asistente de Ministro del Tribunal, Relator, Secretario Abogado del Tribunal y Ministro titular de esa judicatura constitucional, elegido en dos ocasiones por el Pleno de la Corte Suprema, donde sus fallos y pronunciamientos contribuyeron significativamente al desarrollo jurisprudencial y fueron expresión de su acabado acervo jurídico.
Con el correr de los años, nos volvimos a encontrar en nuestra Alma Mater, ahora como profesores, él de Derecho Constitucional y yo de Derecho Administrativo y en este nuevo ciclo una vez más compartimos ese café de antaño en el Campus Gonzalo Hernández Uribe de la Universidad Central.
Siempre era una grata conversación que a veces se alargaba más de lo conveniente, donde abordábamos variados temas.
Dos eran más recurrentes: uno tenía que ver con el clima de discordia y la incapacidad para promover acuerdos que hace un tiempo se había instalado en el país. Rodrigo siempre era partidario de promover el diálogo y buscar puntos de encuentro. El otro tema era cómo ser capaces de transmitir de mejor forma a los estudiantes la importancia del estudio y del esfuerzo personal. En estas conversaciones, en más de una ocasión, Rodrigo también se preguntó por el valor de la existencia, cuestionando de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Primero como ayudante y luego como profesor, Rodrigo influyó, formó, motivó y guio a un centenar de estudiantes de Derecho, aportando a la formación jurídica con sus excepcionales conocimientos teóricos, doctrinarios y jurisprudenciales.
No me cabe duda que su legado permanecerá en el recuerdo de todos quiénes le conocimos, especialmente permanecerá en sus estudiantes, quienes fueron una de las principales motivaciones de su vida; aquellos que en las aulas de clases aprovecharon su inteligencia y bondad, cada vez que les inculcó el amor por el Derecho y les demostró que la reflexión, el acierto intelectual y la capacidad de asombro no son exclusivos de los profesores, sino que están presentes en cada persona, en todo ser humano.
Gracias profesor, gracias Ministro, gracias Rodrigo por haber tenido el privilegio de compartir contigo.
Emilio Oñate Vera es Vicerrector Académico de la U. Central