Por Roberto Fernández.- En un pequeño y remoto país llamado Miopolis, la pandemia del coronavirus llegó justo en momentos de un gran estallido social.
Para los que se interesan por conocer las raíces históricas del nombre de las naciones, cabe señalar que en este caso existen dos hipótesis. La primera atribuye su origen a una vieja y arraigada costumbre de las élites de considerar que “este país es mío”. La segunda estima, sin desechar totalmente la primera, que Miopolis expresaría la idea de la dificultad de esa élite, y hay que reconocerlo, de una parte importante de la población, a ver con claridad la realidad. Es decir sufriría de una cierta miopía.
Se decía que los habitantes de Miopolis eran ciudadanos felices y orgullosos del país que habían construido, sobre todo cuando se comparaban con sus vecinos en la región. Se diría que existía un cierto desprecio hacia ellos, a veces difícil de ocultar.
Pero había un pequeño problema. Este oasis, este Jardín del Edén, no era para nada lo que parecía. Esta “realidad” no era más que una fantasía, una ficción hábilmente manipulada por los que se beneficiaban de ella.
La verdadera realidad era más bien macabra. Miopolis era el séptimo país más desigual del mundo. El 1% de su población concentraba el 26,5% de la riqueza y si se consideraba al 10%, este poseía el 66,7% de lo existente. Más de la mitad de los trabajadores recibían una remuneración apenas de sobrevivencia. Todos ellos estaba obligados, por ley, a cotizar sus fondos de pensiones en empresas privadas que lucraban con ellos. Según trascendió de fuentes oficiales, sólo en el año 2019, estas habían ganado 649 millones de dólares, al mismo tiempo que pagaban pensiones mensuales miserables.
El sistema de salud privado ofrecía una calidad de servicios equivalentes al de países desarrollados. El problema es que era demasiado caro, por lo que el 80% de la población tenía que atenderse en el servicio público, donde las condiciones eran evidentemente muy diferentes.
Sin entrar en más detalles, hay que señalar también que Miopolis no era un ejemplo mundial en el tratamiento que se le daba a los pueblos originarios, inexistentes constitucionalmente, ni tampoco a las mujeres, que habían sostenido luchas épicas en la defensa de sus derechos y movilizado a millones para su día aniversario.
Aquí tenemos que hacer un alto para reconocer que, durante mucho tiempo, los miopolitas creyeron y participaron, algunos con gran entusiasmo, en esta especie de orgía de la supuesta abundancia y consumo. ¿Y como lo hacían? Muy sencillo: se endeudaban. Tarjetas de débito y crédito, préstamos de consumo, líneas de créditos bancarias, entre otros mecanismos.
Pero la realidad es más fuerte. Al igual que la acumulación de energía en las placas tectónicas producen terremotos, la pobreza, desigualdad e injusticia que generaba el sistema hizo que este estallará. Y lo hizo violentamente.
Bastó una pequeña chispa, el aumento de 30 pesos en el pasaje del ferrocarril subterráneo de Miopolis, para que una reacción en cadena de malestar y rabia se expandiera por todo el país.
El presidente, el gobierno y toda la clase política miraban asombrados y aterrados lo que pasaba. No entendían nada. El paraíso se desmoronaba ante sus ojos y, en su desesperación, se juntaron una noche y lograron acuerdos impensables poco tiempo antes. Se intentaba desesperadamente de evitar lo peor.
En eso estaba Miopolis, en una pausa producto de las vacaciones de verano, cuando le cayó encima la pandemia.
Este es un país con una especie de adicción a todo tipo de catástrofes. Terremotos, tsunamis, sequías, inundaciones, incendios, golpes de Estado y otras, han sido recurrentes durante su historia. Pero le faltaba una gran epidemia, y a pesar que sus efectos y consecuencias parecían evidente, dado lo que se vivía en el resto del mundo, las autoridades respondieron con ceguera y prepotencia ante ella. Con frases que pasarán a su historia : “Tenemos la mejor sistema de salud del mundo”, “Estamos mucho mejor preparados que Italia”.
Para entender mejor la situación hay que considerar el contexto en que se daba todo esto. El presidente tenía un apoyo del 6% y, como mencionamos antes, se vivía una profunda crisis social y una incipiente crisis económica.
La gestión de la epidemia fue desastrosa. Miopolis tuvo más contagiados que países que la duplicaban y triplicaban en población. Y a pesar de ser una nación pequeña, llegó a estar en el top ten de países con más fallecidos por millón de habitantes. El gobierno era rechazado por más del 80% de los ciudadanos y los partidos de su coalición entraron en guerra civil al interior de ellos mismos y con el propio gobierno.
La crisis económica se desató, llegando la cesantía real a más del 30% de la población. El hambre comenzó a hacerse patente entre los sectores más desfavorecidos.
Las medidas para paliar las dificultades fueron tardías y poco significativas. Una gran mayoría de los ciudadanos tuvo la percepción que la preocupación fundamental del presidente y los partidos que lo apoyaban estaba en las grandes empresas y no en las personas.
La estabilidad del país comenzó a tambalear peligrosamente.
Lo que sucedió a continuación en Miopolis fue interpretado de diferentes maneras. Unos pensaron que, simplemente, después de tanta insensatez acumulada y ante los riesgos evidentes de situaciones imprevisibles e incontrolables, hubo un brote de cordura generalizada.
Otros, sin pruebas contundentes que sustenten sus argumentos, planearon una hipótesis menos ortodoxa.
Según ellos, los países, al igual que las personas, tienen ángeles protectores. Evidentemente los encargados de Miopolis, por razones desconocidas, no estaban cumpliendo muy bien sus deberes, así que el Jefe los llamo al orden. Incluso les puso plazo para arreglar el entuerto que estaban creando. No se sabe cuáles son las sanciones que reciben en caso de fracasar en la tarea encomendada, eso es parte de muchos otros misterios.
La cosa es que, una mañana cualquiera, comenzaron a hacerse públicas declaraciones provenientes de líderes de distintos sectores políticos, sociales y empresariales, que apuntaban a la necesidad de lograr un acuerdo mínimo para evitar que el país reventara.
Y, por más increíble que parezca, este acuerdo, en muy poco tiempo, se logró. Se iba a actuar dentro de institucionalidad vigente y el respeto a la constitución.
Todos convinieron que el presidente, dado los signos evidentes de no estar bien de salud, merecía irse a descansar y recuperarse a su casa. Por supuesto se le agradeció los esfuerzos realizados y se le deseo una pronta mejoría.
Como preveía la Carta Magna, asumió la dirección del país la Presidenta del Senado, hasta el término del mandato inconcluso. Rápidamente se constituyó un gabinete de unidad nacional, con todos los partidos y personalidades que quisieran participar.
Se acordó también mantener el calendario electoral previsto es decir realizar el plebiscito y las elecciones municipales, esto como forma de aliviar las tensiones acumuladas y permitir a los ciudadanos optar por distintas alternativas.
Se estableció sin muchas dificultades lo que se denominó un “nuevo pacto social”, el que debía resolver, en el corto plazo, una redistribución equitativa de los ingresos, con aportes proporcionales a la riqueza de cada uno; educación y salud gratuitas de calidad equivalente a las privadas, pensiones razonables, que permitieran una vejez digna para todos, el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, junto a una reparación de las injusticias históricas a las que habían sido sometidos y una integración igualitaria de las mujeres en todos los ámbitos de la vida nacional, entre otros.
Más allá de la discusión en cuanto a la validez de las dos hipótesis para explicar lo qué pasó, la racional o la, digamos, esotérica; se dice que Miopolis se fue transformando, poco a poco, en un país más armonioso y feliz, incluso se afirma que muchos ciudadanos empezaron a encontrar sentido a sus vidas.
También, entre los partidarios de la hipótesis esotérica, se rumorea que sus ángeles protectores pidieron una nueva reunión con el Jefe, al que le habrían manifestado que habían terminado agotados con el esfuerzo que habían tenido que hacer y que le comunicaban que si los miopolitas volvían a sus andanzas, ellos no moverían un dedo. El Jefe habría respondido: tienen razón, la próxima vez los dejamos que revienten solitos.
Post Data: Esto no es más que una ficción, cualquiera relación con la realidad es pura coincidencia.
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