Por Hugo Cox.- Tal como lo describe el profesor Agustín Squella en una entrevista que dio a Radio Cooperativa, el estallido social es la manifestación de un Chile que siempre ha existido, pero que no se quería ver.
Hoy ese Chile se mostró y urge que se le dé un trato digno, ya que el modelo neoliberal generó precariedad en el empleo, aumento de las desigualdades, un fuerte deterioro de vida en sectores medios y de la tercera edad, que llevan a que la mayoría de la sociedad viva en un constante desasosiego.
Cristophe Güillez (2013) en “Non Society” sostiene que la desaparición de los sectores medios inicia el tiempo de la asociedad y que desemboca en una no visibilización de los más desfavorecidos.
Un fenómeno que rápidamente precipita a un periodo de incertidumbre y a veces caótico, y en que los valores compartidos por la sociedad se desmontan en forma paulatina y muy eficazmente.
El miedo a perderlo todo se va convirtiendo poco a poco en una experiencia generalizada que influye en forma grave en el inconsciente de las sociedades democráticas, transformándose en el caldo de cultivo para el populismo, por lo tanto surge como prioridad democrática y, por lo tanto, política evitar este fenómeno, ya que una vez instalado no tiene una vuelta fácil.
En un estudio realizado por estudiantes de sociología de la Universidad de Chile (disponible en Nudesoc.cl), se refiere a la composición de quienes han salido permanente a las calles, señalando que “la principal conclusión es que son personas adulto-jóvenes con un sentido claro, que tienen conocimiento de la realidad social y que han sido educados. Entonces pueden asistir a una manifestación no por moda o por una emocionalidad, sino que por un sentido claro y lógico hacia las demandas por las que se manifiestan. Hay un fuerte contenido en la manifestación”.
Es conveniente leer, analizar y discutir el estudio, porque da luces interesantes con respecto a las características de las personas que son actores de la expresión en la calle de este fenómeno sociológico, y que permite la búsqueda de la nueva centralidad de Chile en los próximos años.
La política debe resolver en forma urgente el conflicto económico social y vincularlo al progreso equitativo del bienestar y al aumento de la productividad ya que de aquí dependerá la estabilidad del país.
Hoy se ha instalado una percepción de que la sociedad chilena se ha roto. Este fenómeno debe ser cambiado rápidamente, por lo tanto urge dar contenido y forma a las reformas estructurales que Chile reclama.
Todo lo anterior está subordinado a una reforma profunda de la política y de cómo ésta se organiza; a partir de la construcción de la Nueva Constitución, la política debe adquirir una dinámica que se relaciona con la ciudadanía, ciudadanía que es proactiva y con ganas de participar en los procesos que la afectan. Se requiere de una institucionalidad que sea mucho más porosa a las necesidades de una ciudadanía que exige ser escuchada y a su vez reconocida en su capacidad de iniciativa (como la consulta municipal recién celebrada da cuenta de ello). Para lo anterior es condición básica que la política recobre la legitimidad social desde la sensatez de sus actores, y que permita alcanzar acuerdos de fondo que la gran mayoría anhela. La nueva constitución debe reflejar lo diverso del país plasmada esa diversidad en acuerdos solidos reflejados en el documento llamado constitución.
En síntesis la política debe cultivar el diálogo ya que éste crea estabilidad y por lo tanto aleja el fenómeno del populismo, pues el ejercicio diario de la política desactiva cualquier tentación populista.
La nueva constitución debe sumar actores a su construcción y a su vez debe reflejar el equilibrio complejo de las dispares sensibilidades que incorporan vectores de cambios nuevos, nacidos de la interacción más intensa de la ciudadanía, lo que de paso consolidaría a la democracia.