Miguel Mendoza explica que el modelo neoliberal, si bien tuvo ventajas macroeconómicas, enfermó a la sociedad con un individualismo exacerbado y necesidad patológica de apariencias.
Por Miguel Mendoza.- El gran salto tecnológico, económico y social ha cambiado a la humanidad en los últimos 30 años y -en gran medida como consecuencia de la caída de la Unión Soviética en diciembre de 1991- el mundo hizo un giro en 180 grados. Ganó el “capitalismo” al “comunismo”, se consolida el neoliberalismo con su ideólogo más destacado, Milton Friedman, y sus “Chicago Boys” cambiaron el paradigma de nuestra sociedad.
Chile fue la cuna del modelo y, no hay que ser economista para reconocer que nuestro país tiene los niveles de pobreza más bajos de la región. Y eso que han pasado 30 años.
Ver también:
La sociedad de la desconfianza: cómo el neoliberalismo fabrica sujetos inmorales
Otros países emergentes, como Singapur o Corea del Sur, en los años 60’s eran mucho más pobres que Chile. Ahora son economías ricas y poderosas a nivel planetario, a diferencia de nuestro país, y hay que agregar que tienen casi las mismas libertades económicas, pero la diferencia radica especialmente en la mayor inversión pública en educación. En contraste, en Chile la educación es un negocio muy rentable.
Podemos hablar mucho de estas conjeturas, pero en la práctica el “neoliberalismo” sacó de la pobreza a un país en menos de una generación. Eso es incuestionable. Hasta los mismos chinos y vietnamitas lo saben, ya que sus políticas económicas son tan neoliberales que Marx, Lenin o Mao los llamarían traidores al socialismo y a la dictadura del proletariado.
Sin embargo, lo negativo de este modelo económico -además de lo fluctuante de depender del mercado- son sus dos pecados capitales, el individualismo y el arribismo.
El ser humano en esencia y sobrevivencia es colectivista, pero el individualismo es tan evidente, que a las personas sólo les interesa su propio bienestar. El “primero yo y después los demás”, la poca empatía con las desgracias ajenas o, lo más común, no conocer a sus vecinos, son evidencias de que nos estamos centrando en nuestro propio bienestar, cuestión que aumentó durante en la pandemia del COVID.
Vivir centrados en las redes sociales, demostrar nuestros viajes al extranjero, nuestros triunfos, la ropa, la comida o, simplemente, la casa o vehículo de alta gama como última adquisición, son parte de la miseria y el vacío intelectual, no sólo en los más ricos, sino también en la gente más humilde que, para colmo, se endeuda hasta los nietos para vivir en esa vida fatua para demostrar estatus a través de un like.
De la mano del individualismo llegamos al arribismo, que engloba dos pecados capitales cristianos, la codicia y la envidia.
Todos quieren llegar a ser jefes, gerentes, empresarios, millonarios, políticos con poder, llegar a la cima en el menor tiempo posible, sin mérito alguno, pisoteando al compañero de trabajo, denunciando o, simplemente, desarrollando negocios espurios.
Un ejemplo del arribista promedio es Luis Hermosilla, quien no se conformó con ser uno de los abogados más importantes de la plaza a través de sus nexos con políticos y con empresarios. Quería más, quería ser multimillonario haciendo trampa y perjudicando a la gente, pensando que no habría consecuencias. Pero ahora está en la cárcel y perdió todo su prestigio y credibilidad, porque Leonarda Villalobos, una empleada, lo traicionó. Como dice el viejo adagio: “Como pecas, pagas”.
Nuestra sociedad está enferma en un mundo individualista y arribista, dos pecados capitales que nuestra sociedad del siglo XXI hemos dejado un legado a nuestras futuras generaciones.
Miguel Mendoza, Tecnólogo Médico, MBA, militante de Movimiento Amarillos por Chile.