Por Ricardo Ruiz.- El reciente fallecimiento de José «Pepe» Mujica ha resonado profundamente en Chile, un país que, como muchos en Latinoamérica, fue testigo y partícipe de las convulsiones políticas del siglo XX.
Como líder sindical me ha tocado participar en más de un homenaje de silencio entre dignatarios de gobierno y dirigentes gremiales que recordaron a un hombre cuya vida trazó un arco desde la lucha directa contra la desigualdad social hasta la construcción de una democracia institucional con conciencia social.
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Mujica -ex guerrillero y preso político- transitó desde la convicción revolucionaria que lo llevó a involucrarse en la lucha armada, influenciado por el ideal de liberación propagado desde Cuba, hasta convertirse en un líder que entendió la necesidad de construir una sociedad mejor a través de la conciencia y los valores. Esta evolución no fue una renuncia a sus ideales, sino una adaptación a los nuevos tiempos, donde la fuerza de las ideas reemplazó a la fuerza de las armas.
Hoy, la figura de José Mujica se erige como un faro para aquellos que, como él, vivieron la derrota de las luchas revolucionarias. El ex presidente uruguayo -al igual que Nelson Mandela, Martin Luther King y Salvador Allende- demostró que la coherencia y la convicción pueden coexistir con la capacidad de adaptarse y evolucionar. Su legado nos recuerda que la lucha por una sociedad mejor no se define por la rigidez ideológica, sino por la capacidad de construir puentes y encontrar caminos comunes.
En un contexto donde la desconfianza y la polarización amenazan con erosionar los cimientos de nuestra democracia, la figura de Mujica nos invita a reflexionar sobre la importancia del diálogo y la búsqueda de consensos.
Su vida nos enseña que la verdadera revolución no se libra en las barricadas, sino en la construcción de una sociedad más justa e inclusiva, donde la voz de los trabajadores y los sindicatos, no solo sea escuchada, sino que sea un pilar fundamental en la toma de decisiones. Mujica, en su simplicidad y coherencia, nos recuerda que la política es, ante todo, un acto de servicio y compromiso con el bienestar común.
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