Por Juan Medina.- La navegación en el siglo XVI entre el puerto de El Callao (en Perú) y Valparaíso (en Chile), era un penoso trabajo para los españoles y una pérdida de tiempo considerable. En efecto, mientras el viaje de Valparaíso a El Callao, demoraba aproximadamente un mes, el regreso demoraba más de tres meses. Todo esto tenía una explicación natural. En esos años, los barcos navegaban apegados a la costa, por lo tanto, en el viaje al Perú se aprovechaban los vientos y corrientes marinas a favor, mientras que de vuelta, esas corrientes y vientos eran desfavorables.
Sin embargo, en 1583 o 1584 -la historia no indica con exactitud el año- Juan Fernández, un piloto español de espíritu intrépido y audaz, regresando del Perú hacia Chile, se alejó de la costa para tomar “altura”, favorecido por los vientos Alisios y, doblando enseguida al sur este, llegó a Valparaíso en un mes. Está claro que recorrió una distancia mayor en una tercera parte del tiempo empleado habitualmente.
Este hecho, que hoy podemos considerar exitoso y una hazaña innovadora, en esos años fue considerado una obra de hechicería y Juan Fernández fue procesado por la inquisición de Lima. Le costó mucho demostrar a los jueces de esa institución que la disminución del tiempo empleado solo se debía a los vientos reinantes y no a fuerzas ocultas o sobrenaturales.
Fue en este viaje u otro, no se sabe con exactitud, que Juan Fernández, descubre el archipiélago de islas que hoy inmortalizan su nombre.