Por José Ignacio Concha.- El 9 y 10 de julio de 1882, hace ya 137 años, en las postrimerías de la Guerra del Pacífico, tuvo lugar el Combate de la Concepción, donde 77 jóvenes dieron su vida por Chile, entre ellos el capitán Ignacio Carrera Pinto, al mando de la compañía, que a la sazón tenía solo 34 años de edad. Esta gesta heroica no es menos gloriosa que el mismo Combate Naval de Iquique, por cuanto fue otra demostración sublime del carácter y valentía de los chilenos, que prefirieron morir, antes que su bandera dejara de flamear.
A raíz de este hecho histórico, se instituyó legalmente el 9 de julio de cada año como el día oficial de la bandera nacional, ocasión en la cual se realiza el tradicional juramento a la bandera. Asimismo, la fecha tiene correlación con celebraciones similares, como el 14 de junio, día de la bandera de los EEUU, o el 23 de abril, día de la bandera en Inglaterra, entre otros países.
Esta fecha próxima a conmemorarse, tiene bastante por decirnos, en especial a los jóvenes chilenos, más aun después de las últimas semanas en que hemos presenciado a jóvenes estudiantes de liceos públicos emblemáticos destruyendo sus colegios o quemándolos, agrediendo a sus profesores y enfrentándose con la fuerza pública. También hemos conocido que un porcentaje importante de ellos considera la violencia como un “método legítimo” de manifestarse. Asimismo, los escuchamos con frecuencia reivindicar sus derechos, manifestarse con vehemencia por sus aspiraciones y defender con fuerza sus objetivos.
Además de los años que han pasado, ¿qué diferencia a los jóvenes de La Concepción y a los jóvenes de hoy? Para algunos serán los valores de ayer y de hoy, para otros serán las virtudes que en cada caso se practican y para los demás, las épocas son simplemente diferentes. Lo cierto es que existe algo más profundo, que es el cumplimiento de los deberes, ni más ni menos.
¿Cuántos de los jóvenes de hoy están dispuestos a renunciar a sus derechos por el bien de otros? ¿Cuántos jóvenes de hoy sacrificarían su tiempo para ayudar a otros? ¿Cuántos jóvenes de hoy dirían que no a sus sueños, con tal de ayudar a su país? Y por cierto, ¿cuántos jóvenes de hoy darían su vida por Chile sin dudarlo ni esperar nada a cambio? Son preguntas fuertes y profundas para una juventud chilena ensimismada en lo individual, anestesiada por la inmediatez de lo material o prisionera de lo efímero, sin preguntarse por el bien común de la sociedad.
Ciertamente, junto con recordar y conmemorar, esta fecha puede servir de guía a las nuevas generaciones, donde la reflexión central sea salir de las fronteras del individualismo en que vivimos, de la filosofía del “yo”, para adentrarnos en una sociedad en que consideremos a los demás, a los otros, especialmente a los más débiles, a los invisibles o a quienes más lo necesitan. Debemos abandonar la errada visión de que sólo somos titulares de derechos, para asumir la responsabilidad ineludible de cumplir con nuestros deberes. Los derechos presuponen deberes, y sin el cumplimiento de éstos, el ejercicio de aquellos se ve seriamente amenazado.
Tal vez la juventud de hoy debiera partir por dar ese trascendental paso, junto con reivindicar sus derechos, cumplir con sus deberes, sólo así podrán exigir con cierto grado de legitimidad. Imitar el espíritu de los héroes de La Concepción, de esos valientes jóvenes chilenos que murieron por su Patria sin esperar nada a cambio, y entender que en las renuncias también existe justicia, porque al preocuparse de los demás, nos entregamos por algo mucho más noble que únicamente exigir “lo mío”. Cambiar el “yo quiero” por el “yo debo”, significaría bastante para una juventud que sólo es consciente de sus derechos, pero ignora sus más elementales responsabilidades, o como diría G.K. Chesterton: “Para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar «derechos» a sus anhelos personales y «abusos» a los derechos de los demás”.
Probablemente, no se exija dar la vida para cumplir con sus obligaciones, pero si se exige estudiar, cuidar sus liceos, respetar a sus padres y a sus profesores, ayudar a sus compañeros, respetar a quienes son diferentes, no discriminar a nadie por su origen, dar lo mejor de sí, ayudar a quien lo necesite, dar el asiento en el Metro, respetar a los adultos mayores o saludar con cariño al auxiliar. Simples acciones como estas cuestan nada y ayudan tanto.
Los jóvenes de La Concepción y los de hoy son chilenos. Entonces critiquemos menos a la época que nos toca vivir y partamos por cambiar nosotros mismos. Sólo así, siendo mejores y cumpliendo nuestros deberes, éste será un mejor país para todos y cada uno.
José Ignacio Concha es abogado y presidente Centro de Estudios Sociedad Libre