Por Patricio Hales.- Dibujo sentado en la vereda frente a la Catedral de Rouen, esperando con María un espectáculo de luz y sonido.
A mi lado una mujer mayor con su hija.
-¿Usted estaba en Rouen cuando el desembarco de Normandía?- le pregunto con mi sociabilidad callejera que avergüenza a María.
–¡Bien sure! J’avais 6 ans.- responde.
-¿Y cómo fue?- la miro y en sus ojos aprendo de guerra.
– Ehhh…- parece mirar hacia adentro – ¿Sabe? Mis padres se reían cuando comenzaban los bombardeos pero nos escondían. ¡C’etait terrible!… el ruido… venían desde el mar – dice seria y se ríe recordando la alegría contradictoria de sus padres, celebrando los bombardeos contra la ocupación alemana. Morían soldados y a veces civiles franceses. Operación Overload, 1944. Su vecina ciudad de Caen terminó demolida en un 70% con miles de muertos.
Retomo mi croquis cuando ella queda en un silencio que conmueve. Mi pluma recorre detalles góticos del haz de pilares del acceso central. Construida 300 años antes del descubrimiento de Chile, en 1200, sobrevive.
La mujer no sabe que los chilenos nunca hemos sufrido guerra dentro del territorio chileno, salvo que nos tragáramos los inventos del Pinochetismo nostálgico. Esa inexperiencia de guerra, es parte de nuestra historia profunda que, al hacer una nueva Constitución, a ratos no parece inspirarnos para valorar mejor la oportunidad, levantar los ojos al porvenir, sin abanderizarnos con episodios pequeños de los últimos años. ¡No escribamos el texto para derrotar bandos adversarios de la coyuntura! El peligro de escribir mal la Nueva Constitución no surge solo de vengarse, con justo enojo, contra los abusos o de entusiasmos ilusorios contra las insuficiencias de los últimos 30 años, sino de cierta atmósfera de ceguera cognitiva frente a nuestra historia, tanto más corta que la Catedral de mi croquis.
(Croquis de Patricio Hales)