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La cooperación por encima de la competencia

Por Roberto Fernández.- Desde que los seres humanos aparecimos en este planeta, además de la imperiosa necesidad de sobrevivir, siempre nos hemos interrogado y tratado de comprender el funcionamiento del mundo que nos rodea y encontrar el sentido a nuestra existencia.

La primera inquietud, la naturaleza y el espacio, dio origen y desarrollo a la ciencia y las tecnologías. La segunda, el misterio de la vida, a la filosofía, las religiones, los mitos y el arte.

El conocimiento de la materia y sus aplicaciones prácticas nos ha permitido la invención de todo tipo de objetos que han ayudado a mejorar de manera considerable las condiciones de vida de la humanidad.

En relación al otro gran tema, el sentido de la existencia, la solución del problema ha resultado más compleja. Permanece y tal vez permanecerá por siempre como una pregunta abierta, sin una respuesta reconocida universalmente como verdadera.

Veamos ahora cómo ha evolucionado en el tiempo la percepción que los seres humanos hemos desarrollado del funcionamiento de las cosas. Esto, a partir de los descubrimientos científicos realizados por cientos de años y que han ido cambiando, a veces radicalmente, la idea que nos hacíamos de la realidad.

Al principio creíamos firmemente que la tierra era el centro de un universo estático. Después pensamos que era el sol, y hoy sabemos que es un planeta más bien pequeño, entre miles de millones, en una galaxia que es una más entre, por lo menos, cien mil millones de otras.

Además sabemos que el universo se expande, que el espacio es flexible y que el tiempo es relativo. Todo esto era inconcebible hasta hace muy poco.

Por otra parte, los descubrimientos de la física cuántica a principios del siglo pasado destruyeron la certeza que existía de que toda la materia se regía por leyes deterministas, por lo tanto previsibles. Se comprobó que el mundo sub atómico, el de las partículas elementales, se comporta de manera totalmente diferente, como onda y partícula al mismo tiempo y de forma aleatoria. Esto significa que solo se pueden establecer, de manera muy precisa en todo caso, probabilidades de ese comportamiento. Tremendo cambio en la percepción del funcionamiento de la materia. Se pasó de un mundo perfectamente previsible a uno de probabilidades. Ambos regidos por leyes que la física conoce perfectamente, pero que aún no pueden unirse en una teoría que los explique como un todo.

A nivel macro, para los fenómenos complejos, dado que las condiciones iniciales son tantas, cualquier mínima variación en ellas pueden provocar cambios enormes en el resultado final. O sea, aquí vemos también un mundo probabilístico. Siempre se menciona el clima como el ejemplo clásico de esto.

Pareciera que la realidad es una especie de función de posibilidades, donde evidentemente las probabilidades de que algo ocurra no son las mismas. Las estadísticas y las compañías de seguro así lo demuestran.

En el campo de la biología el descubrimiento reciente de los llamados extremófilos, organismos que viven en condiciones que hasta poco se creían imposibles para la vida, también ha significado un cambio radical de la idea que nos hacíamos de ella, abriéndonos además a la posibilidad de que exista más allá de nuestro planeta. En el mismo orden de cosas, investigaciones recientes perecen mostrar que la cooperación es una ventaja comparativa muchas más importante para la evolución de los seres vivos que la competencia.

Ahora bien, lo interesante de todo esto es que, más allá de todos descubrimientos y cambios en la percepción de la realidad, los seres humanos hemos tenido desde siempre que enfrentar la necesidad básica de comer, vestirnos y encontrar un lugar para habitar. Para ello hemos creado sistemas económicos, sociales y políticos diversos, que como las ideas también han evolucionado en el tiempo. La vida en comunidad nos ha obligado a esto. No ha sido fácil, la historia lo demuestra, pero hasta ahora no nos hemos exterminado.

Si miramos con perspectiva histórica, a pesar de lo difícil y complejo de la situación actual, los seres humanos hemos sido capaces de logros asombrosos en el mejoramiento de nuestra calidad de vida. Que en cien años hayamos duplicado la esperanza de sobrevivencia es la evidencia irrefutable de lo planteado. Nunca en la historia de la humanidad habíamos contado con la abundancia de recursos que hoy disponemos. Otra cosa es su distribución. La concentración de la riqueza, a nivel planetario y en cada país, la pobreza, la desigualdad y los abusos que se constatan por todas partes, son obstáculos evidentes para nuestra evolución como especie. Qué decir de la destrucción a que estamos sometiendo al planeta. Está claro que las tareas pendientes son muchas, muy grandes y que nuestro futuro como humanidad depende de cómo las resolvamos.

Hoy se habla mucho, por todas partes, de violencia, a veces con la clara intención política de atemorizar a la población. Miremos nuevamente este fenómeno desde la perspectiva histórica, para situarlo en su real dimensión. Hasta poco antes de la pandemia los datos existentes, seguramente muy parecidos a los actuales, eran los siguientes:

– Cada año mueren aproximadamente 56 millones de personas en el mundo. De ellas, por violencia humana, alrededor de 620.000. Estas se descomponen en 120.000 por guerras, 500.000 por crímenes, 800.000 por suicidios y 1.500.000 por diabetes. La realidad es qué hay más suicidios que muertes por guerras y crímenes y que el azúcar mata más gente que las balas y los cuchillos.

– Otro dato comparativo importante: en la primera y Segunda Guerra Mundial murieron cerca de 80 millones de personas. Históricamente por violencia humana en las sociedades agrícolas fallecía el 15% de las personas; en el siglo XX, el 5%; y en lo que va del XXI, el 1%. Si esto no es un progreso en nuestra evolución como humanidad, no sé cómo llamarlo.

Otra cosa diferente es la seguridad de las personas, un derecho esencial que debe ser garantizado por los Estados con todos los medios de los que disponen. Esta es una tarea prioritaria, imprescindible y urgente, sin lugar a dudas.

Volviendo  al tema de la reflexión sobre el sentido último de la vida, las visiones y creencias son muy diversas. Como decíamos al principio nadie tiene una respuesta que sea reconocida como la válida por todos. Cada persona concibe la que le hace más sentido y desde allí construye su existencia. Yo veo un diseño en la complejidad y belleza en la organización de la materia y la vida. Creo que trascendemos, y que todo tiene un propósito, más allá que no tenemos la capacidad de discernir cuál es, pero lo podemos intuir. Esto me lleva a pensar que los seres humanos podríamos consensuar que el sentido de nuestra existencia lo definamos nosotros y que este sea la búsqueda del bien común, la solidaridad y el respeto como ejes de la convivenciaLa cooperación antes que la competencia. Posiblemente en un mundo así seríamos más felices.

Está claro que tengo una mirada profundamente optimista en relación al ser humano y la vida. Lo asumo sin ningún problema. Seguramente a muchos le puede parecer ingenua e incluso provocadora, pero prefiero jugar con muchos otros en este equipo.

Alvaro Medina

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